07 febrero 2016

EL ODIO DESENFRENADO
DORREGO Y VALLE: DOS CASOS PARADIGMATICOS

   

                                                     

El calor calcinaba la tierra en aquel diciembre de 1828. En los campos de Navarro el odio y la venganza trotaban veloces por la inmensidad de la pampa. El partido unitario rivadaviano estaba resuelto a ejecutar aquello de  “se acabó la leche de la clemencia, como diría más de un siglo después un autotitulado socialista democrático.   En realidad esa clemencia en el lenguaje del poder económico nunca se la practica con quienes están dispuestos a desafiarlos. Y Manuel Dorrego los había desafiado durante su gobernación al denunciar por inepto y corrupto al mismísimo jefe unitario Bernardino González Rivadavia; efectivamente, a quien el escriba de la historia oficial Bartolomé Mitre llamó “el más grande hombre civil en la tierra de los argentinos”. En ese golpe contra Dorrego están presentes todas las fuerzas del establishment que volverían a confabularse en diferentes circunstancias como, entre otros, los derrocamientos de Yrigoyen y Perón; y sin el aporte militar, también en el adelantamiento de la entrega del gobierno de Alfonsín.  
La rivadaviana “pandilla del barranco”, representante de los intereses portuarios, fundamentalmente de los comerciantes importadores, tenía entre sus referentes a los sacerdotes Julián Segundo de Agüero y José Valentín Gómez, al instigador Salvador María del Carril (que varias décadas después presidió la Corte Suprema de Justicia de Justo José de Urquiza); los diarios porteños de la época, furiosamente contrarios a Dorrego de militancia periodística unitaria, entre ellos “El Tiempo” de Juan Cruz y Florencio Varela, “El Duende” con el columnista estrella  Agüero, “El Porteño”, “El Liberal” entre otros, encontraron en Juan Lavalle, un valeroso militar del ejército sanmartiniano, con escasa materia gris y que fuera bautizado como la “espada sin cabeza”, un fiel ejecutor.
En el libro “Mejor muertos” de Gisela Marziotta  y Mariano Hamilton, cuentan: “ …con la llegada de las tropas argentinas de Brasil,  Agüero sintió que ya había llegado el momento y reunió en una casa de la calle Parque (curiosamente hoy Lavalle), el 30 de noviembre de 1828, a los que habrían de sublevarse contra el gobernador de Buenos Aires. El golpe sería llevado adelante por el general  Lavalle y los ideólogos serían quienes estuvieron en la reunión: Julián Segundo de Agüero (el anfitrión), Salvador María del Carril, Valentín y Gregorio Gómez, Francisco Fernández de la Cruz y el francés Héctor Varaigne. Todos los nombrados eran hombres del riñón de Rivadavia. Incluso Varaigne, que no había participado de su gobierno, pero era tan cercano al ex presidente que, incluso, vivía en la casa de Rivadavia. El hombre que no estuvo en la reunión fue Rivadavia……que siempre había sido un maestro en el arte de arrojar la piedra y esconder la mano.”
Sobre él se había referido críticamente San Martín en muchas ocasiones. Por ejemplo en carta a O`Higgins, a fines de noviembre de 1828, escrita desde Montevideo: “El objeto de Lavalle era que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantizar a los autores del movimiento del 1º de diciembre. Pero Ud. reconocerá que el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Los autores del movimiento del 1º de diciembre son Rivadavia  y sus satélites y a Ud. le consta los inmensos males que estos hombres le han hecho no sólo a este país sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de bien y un malvado”
EL FUSILAMIENTO DE DORREGO          

A Dorrego ya le han comunicado  que en una hora será fusilado. Es el 13 de diciembres de 1828. El héroe de los intentos de independizar a Chile de España, el valiente que inclinó el resultado de las batallas de Salta y Tucumán bajo la conducción de Belgrano, pide los elementos para escribir algunas cartas antes de morir. La primera a su mujer Ángela Baudrix con quien se casara cuando tenía 28 años: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado.”                       
La cartas siguientes  a su hijas Isabel de 10 años y Angelita de 7 años: “Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre.” “Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre.”
Luego la dirigida a un amigo y  referente político: “Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López. Mi apreciable amigo: En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectísimo amigo, Manuel Dorrego”
Y por último a sus amigos en la persona de Miguel de Azcuénaga: “Mi amigo y por Ud. a todos. Dentro de una hora me intiman debo morir, ignoro el por qué; la Providencia así lo ha querido. Adiós mis buenos amigos, acuérdense ustedes de su Manuel Dorrego.”
Como puede verse hay estupor pero no odio en los últimos testimonios de Dorrego.
Comparemos con las cartas que los rivadavianos le escriben a Lavalle. Salvador María del Carril le aconseja: Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil solución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Entonces, ¿qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras? Nada queda en la República para un hombre de corazón.
Felipe Pigna señala la nefasta influencia de Del Carril en la decisión de Lavalle que queda exteriorizada en esta carta que le escribe a Brown: “Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles".
En otra carta Del Carril le escribe a Lavalle: “General,  yo tenía y mantengo una fuerte sospecha, de que la espada es un instrumento de persuasión muy enérgico, y que la victoria es el título legítimo de poder.
A su vez Juan Cruz Varela, lo instigaba en el mismo sentido:  Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso ya está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos: esto decidirá la revolución; sobre todo, si no andamos a medias... En fin, usted piense que 200 y más muertos y 500 heridos le deben hacer entender cuál es su deber. Se ha resuelto en este momento que el coronel Dorrego le sea remitido a su cuartel. Estará allí mañana o pasado: este pueblo espera todo de usted, y usted debe darle todo.” 
Las cartas fueron guardadas por Lavalle y fueron dadas a conocer por los herederos del coronel, años después de su muerte, desobedeciendo el único consejo que no siguió de Juan Cruz Varela: Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor.”
Una vez asesinado Dorrego, cuenta Hernán Brienza en “El loco Dorrego” “los unitarios dieron rienda libre a su odio político. Varela  escribió en “El Pampero” que “Bustos y López, Sola y Quiroga oliendo a soga desde hoy están” y aconsejó: “Lavalle debiera degollar a cuatro mil” y advirtió a los federales: “¡Ojo a Navarro y la barba en remojo! Y el sacerdote Agüero le recomendó al General rubio que continuara en la campaña: “No dudo que usted ha de concluir con estos salvajes, es necesario que se logre cuanto antes”. La nueva consigna se publicó en el diario unitario: “O nuestra causa triunfa o el país se convertirá en un desierto” 
En la actualidad, otros rivadavianos como el periodista Joaquín Morales Solá o el escritor Marcos Aguinis, desde La Nación advierten: ¿Si fracasa Macri, qué viene? La pesadilla populista por décadas
UN AÑO DESPUÉS

Un año después el cadáver de Dorrego fue desenterrado. Y el cráneo partido, destrozado; relata Brienza “lleva aún sus ojos vendados con un pañuelo de seda amarilla” Es interesante señalar que a lo largo de su extenso recorrido tuvo un acompañamiento popular desconocido hasta entonces. Brienza lo relata minuciosamente: “A las seis de la tarde, las exequias alcanzaron su máximo dramatismo. Una extensa columna de doce cuadras comenzó a andar Buenos Aires desde la Catedral al cementerio del Norte…..Previamente en la Iglesia de la Piedad…hombres y mujeres, en su mayoría humildes, lloraron al compás de la música a medida que los celebrantes ingresaban los restos por la nave central de la iglesia atestada, con gente parada en los pasillos, cerca del altar, en las naves laterales y con centenares en la puerta que intentaban entrar…..Nunca antes Buenos Aires había vivido una jornada como esa.”    
128 AÑOS DESPUÉS 


Un día frío del otoño de 1956. La estigmatización a todo lo que huela a peronismo está a la orden del día. Los que decían que no había ni vencedores ni vencidos,  ahora querían demostrarles a los peronistas que cuando el poder gana  “se acabó la leche de la clemencia”. Sabían claramente cómo se preparaba la rebelión de los generales Valle y Tanco porque la habían infiltrado. Esperaron que iniciaran la sublevación para aplastarla sin piedad. Los fusilamientos clandestinos en los basurales de José León Suárez fueron el prólogo. Valle se rindió con la promesa que respetarían la vida de sus compañeros y la propia. Detenido en la penitenciaría de Las Heras, le fue comunicado que sería fusilado. Y ahí empieza un notable paralelismo con el fusilamiento de Dorrego.  Valle le escribe al Presidente Pedro Eugenio Aramburu: “Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra ‘monstruos’ brota incontenida de cada argentino a cada paso que da. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido. Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes. Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable.  Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.” Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.
También le escribe a su hija: “Querida Susanita. Se fuerte. Te debes a tu madre. Sé muy compañera de ella y ayúdala a pasar este triste momento. No te avergüences de tu padre, muere por una causa justa: algún día te enorgullecerás de ello. Te deseo muchas felicidades en tu vida; y algún día a tus hijos cuéntales del abuelo que no vieron y que supo defender una noble causa. No muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor. Ni siquiera puedo darte el beso de despedida, hasta eso los hombres me han negado. Pero desde el fondo de mi corazón te mando toda la ternura y el idolatrado cariño que te tengo, hija querida. Desde el más allá velaré por ti; y en los momentos difíciles de tu vida que deseo sean pocos, recurre a mí, que estaré como siempre para defenderte. Te pido nuevamente que veles por tu mamita. Se su mejor compañera y que también sea tu mejor y segura consejera.  Mi chiquita, tené valor y da el ejemplo de entereza que honra nuestra sangre. Nuestro honor no ha sido manchado jamás  y con orgullo puedes  ostentar nuestro nombre.  Mi linda pequeña, trabaja con fe en la vida y en tus fuerzas………..Adiós querida, besos y muchos cariños  de tu papito que siempre te ha adorado.”
Hay también un relato que sostiene que Susana se encontró con su padre antes de ser fusilado.
En la carta a su esposa, entre otras cosas le dice: “Querida Mía. Con más sangre se ahogan los gritos de libertad, he sacrificado toda mi vida para el país y el ejército, y hoy la cierran con una alevosa injusticia. Sé serena y fuerte. Dios te ayudará y yo desde el más allá seguiré velando por ustedes. No te avergüences nunca de la muerte de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de mi Patria. Cuida mucho a Susanita, y que después de este amargo trance encuentren resignación y mucha felicidad. Tenemos muy buenos amigos; confía en ellos, yo les he pedido que te ayuden……….Que Dios te proteja y en la resignación encuentres alivio a esta tortura. Besos y besos de tu Juanjo. Adiós mi amor.”   
Desesperadas, madre e hija (la que entonces sólo tenía 17 años) concurren a Olivos para pedirle clemencia al presidente de facto. La respuesta es digna de los verdugos: “El presidente duerme”.
El poeta José Gobello escribió un poema con ese título que en una parte dice:  
 La noche yace muda como un ajusticiado/ Más allá del silencio nuevos silencios crecen/
Cien pupilas recelan las sombras de las sombras/velan las bayonetas/ y el presidente duerme
Muchachos  ateridos desbrozan la maleza/ Para que sea más duro el lecho de la muerte/
En sábanas de hilo/ con piyama de seda/ El presidente duerme
La luna se ha escondido de frío o de vergüenza/Ya sobre los gatillos los dedos se estremecen/
Una esperanza absurda se aferra a los teléfonos/Y el Presidente duerme”
LA CRUELDAD SIN LÍMITES 

Susana Valle fue una militante desde muy joven al punto de afirmar que fue detenida antes que sus padres le dieran las llaves de la casa. Pero la vida perpetró con ella injusticias desmesuradas.
Escribió María Seoane cuando contó su vida al producirse su muerte en septiembre del 2006: “En 1974, integró la conducción del Partido Auténtico, una organización de superficie del Movimiento Peronista Montonero. En 1976, logró esconderse de la dictadura. En esos años, Susana Valle se casó. El ostracismo voluntario se interrumpió en Córdoba en 1978. El general Menéndez la mandó a prisión y la vigiló personalmente. Fue esposada a una cama de mármol en la morgue de un hospital, embarazada, y sometida a picana eléctrica, se le provocó el parto prematuro de mellizos: uno de ellos nació muerto y fue colocado sobre su pecho y el otro, que nació vivo, fue colocado lejos de su alcance pero a su vista, hasta que Susana lo vio fallecer. Hoy los mellizos descansan en la bóveda del cementerio de Olivos, junto a su abuelo general. Un año después tuvo a su hija, Soledad.” 
LAVALLE Y ARAMBURU: LA TRÁGICA HISTORIA ARGENTINA



El asesino de Manuel Dorrego encontró la muerte en circunstancias confusas en la ciudad de Jujuy.
Cuenta Felipe Pigna: “Cuando llegó a Jujuy se encontró con una mala noticia: las autoridades habían huido a Bolivia dejando la provincia acéfala. Acampó en La Tablada, en las afueras de la ciudad, atento a la llegada de sus perseguidores federales hasta que pudo trasladarse a la casa que había ocupado su enviado, don Elías Bedoya. Allí se alojó con su secretario Félix Frías, el teniente Celedonio Alvarez y ocho hombres de su escolta y su ayudante y edecán Lacasa y Damasita, (hermana del coronel Mariano Boedo, fusilado por Lavalle,)  con quien compartía el lecho aquella madrugada del 9 de octubre de 1841. Cuando los ruidos dejaron de ser sordos y se convirtieron en presencia de una partida numerosa, salió Damasita al patio para dar razón al jefe de la partida federal, Celedonio Blanco. Preguntada por el paradero de Lavalle, la muchacha ensayó un “está en La Tablada”. Sabiendo que el jefe federal no creería esa versión, Lacasa despertó a los pocos hombres y les ordenó que tomaran sus armas. Lavalle preguntó “¿cuántos son?” Cuando le dijeron no más de 30, intentó calmar a su tropa diciendo que se abrirían paso a caballo. Mientras disponía esos preparativos, una bala atravesó la puerta y se alojó en su garganta.
Con todas las imprecisiones del caso, algunas crónicas señalan al mulato José Bracho como el autor del tiro. Corrieron ríos de tinta sobre cómo murió realmente Lavalle. Se habló de que fue la propia Damasita la que en aquel acto vengaba la muerte de su hermano y de su primo a manos de su amante. Se dijo que fueron sus hombres por diferentes motivos. Se habló también de un suicidio para evitar ser un prisionero de guerra. Hipótesis difíciles de confirmar, pero que ponen en duda la versión oficial.”
El relato de cómo los soldados de Lavalle llevaron su cuerpo hasta Bolivia, para evitar ser decapitado por las tropas federales, está narrado literariamente en la novela de Ernesto Sábato “Sobre Héroes y Tumbas”: “Dice el coronel Pedernera, Oribe ha jurado mostrar la cabeza del General en la punta de una pica, en la Plaza de la Victoria. Eso nunca habrá de suceder, compañeros. En siete días podemos alcanzar la frontera con Bolivia, y allá descansarán los restos de nuestro jefe” En otro pasaje cuenta Sábato: “El coronel Pedernera ordena hacer alto y habla con sus compañeros: el cuerpo se está deshaciendo, el olor es espantoso. Se lo descarnará y se conservarán los huesos. Y también el corazón dice alguien. Pero sobre todo la cabeza, nunca Oribe tendrá la cabeza, nunca podrá deshonrar al general”. Sus restos fueron depositados en la Catedral de Potosí
El asesinato de Dorrego persiguió Lavalle hasta el final de sus días. Cuenta Felipe Pigna:     “En 1858, los restos del General Lavalle fueron trasladados al cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, donde descansan actualmente, a metros de la tumba de Dorrego. El general no pudo cumplir con su juramento: "Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada, por mi honor de soldado, que haré un acto de profunda expiación: rodearé de respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego".
Pedro Eugenio Aramburu fue secuestrado el 29 de mayo de 1970 y asesinado por los Montoneros en Timote, partido de Carlos Tejedor en la Provincia de Buenos Aires, el 1º de junio, luego de un juicio sumario que le realizó  la organización guerrillera.  Fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta pero en 1974, los Montoneros secuestraron su cadáver para presionar el retorno del cadáver de Evita que se encontraba en la residencia del exilio de Perón en España conocida como Puerta de Hierro. Ello se concretó el 11 de noviembre de 1974 a través de un personaje siniestro como José López Rega.
Ningún escritor, por más imaginativo que sea, pueda superar la trama notable y truculenta de nuestra historia.   
DORREGO Y VALLE: DOS CASOS PARADIGMATICOS DEL  ODIO
Dos fusilamientos que abrieron etapas dolorosas de la historia argentina consumadas sobre un líder popular como Dorrego y un peronista que con su muerte produjo la galvanización de la resistencia peronista. Ambas consumadas y celebradas desde el poder económico, que la historia oficial identificó como la línea Mayo-Caseros y luego agregó la Revolución Libertadora. ´
Dorrego y Valle. La historia en carne viva precisamente en el momento que se hace esfuerzos para borrar la memoria hasta de los billetes con la supina y falsa idea de la “reconciliación de los argentinos”       
 03-02-2016


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