Los obreros cruzando el Puente Avellaneda. La escena en blanco y negro, tomada desde abajo, permite observar las cabezas de miles de personas que avanzan sobre Buenos Aires. Si no estuviera identificado el lugar y la fecha, podría ser una escena de algunas de las películas de Sergei Eisenstein, aquel director ruso que dejó imágenes imborrables de la Revolución que dio origen al inicio real del siglo XX.
El subsuelo de la patria sublevada al decir de Raúl Scalabrini Ortiz, avanza hacia Plaza de Mayo. Hábilmente se entremezclan documentales y escenas recreadas. El espectáculo de la multitud pidiendo por Perón es de una potencia expresiva que conmueve a 66 años de distancia. Resulta sorprendente leer algunas de las crónicas publicadas desde la izquierda, expresiones de una ceguera significativa. Así el órgano oficial del Partido Socialista, La Vanguardia decía el 23/10/1945: “ En los bajos entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad, resentimiento…..Cuando un cataclismo social o un estímulo a la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive del resentimiento y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación….”. A su vez el periódico Orientación, medio oficial del Partido Comunista escribía el 21/10/1945: “ ….pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo la vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad, no representan a ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población…El coronel mostró su elenco de maleantes y hampones que ya tuvo oportunidad de conocer el país los días 17 y 18. Lo lamentable es que, junto a ese elenco, haya podido arrastrar por el engaño, a algunos honestos elementos obreros sin experiencia y perspicacia política”. En la prensa comercial, el diario “Crítica” se llevó las palmas: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población”. Bajo una foto donde se veían diez o doce personas se leía: “He aquí una de las columnas que desde la mañana se pasean por la ciudad en actitud “revolucionaria”. Aparte de otros pequeños desmanes, sólo cometieron atentados contra el buen gusto y contra la estética ciudadana afeada por su presencia en nuestras calles. El pueblo los vio pasar, primero un poco sorprendido y luego con glacial indiferencia”.
La misma palabra la usó el escritor Ernesto Sábato al sostener: “ a las masas las mueve el resentimiento”. Le contestó con precisión Arturo Jauretche: “No se equivoque Sábato: al pueblo los mueve la esperanza”.
La clase obrera estaba protagonizando la historia y quienes debían distinguirla en la siempre confusa realidad coincidían con La Nación, La Prensa y Crítica.
Una vez más la realidad quedaba enmarcada en la aguda frase de Cesare Pavese: “Hay momentos en la historia que los que saben escribir no tienen nada que decir; y los que tienen algo que decir no saben escribir”.
La capital había sido ocupada por los descendientes de los derrotados de las guerras civiles, que durante seis décadas regaron con su sangre una tierra cuyos propietarios siempre los despreciaron. Entraban por las fisuras provocadas por la crisis internacional que hería de muerte al modelo de economía primaria exportadora que se había impuesto a partir de 1861.
Las patas en la fuente era el símbolo de pies que venían caminando desde hacía décadas en busca de un lugar en la historia. Llegaban en la búsqueda de ese coronel preso que los había reconocido dándoles el lugar que les correspondía. No sólo venían por los derechos que les había concedido, sino por haberles devuelto la dignidad como personas y trabajadores.
La película muestra una Eva Duarte desesperada, que abraza a su compañero en el Hospital Militar mientras estalla en un llanto incontenible. Es una historia de amor enmarcada en un escenario histórico impresionante. Todo el año 1945 es un laboratorio donde se puede observar la contienda de intereses y la relación de fuerzas. Para los más jóvenes, sólo comparable con la pulseada Perón - Lanusse en 1972, y el conflicto del gobierno kirchnerista con las patronales del campo en el 2008. En 1945, ante la irrupción de las masas populares, el desconcierto de una izquierda ciega y de una derecha prepotente coinciden en ser vertebrada por el embajador norteamericano Spruille Braden, en una precisa actuación de Alfredo Casero. Sesenta y tres años más tarde, como si no hubiesen aprendido nada, el establishment y grupos de izquierda en un contubernio comandado por la mesa de enlace, enfrentaron a un gobierno elegido, en un tema que superaba largamente el de las retenciones, para pasar a ser una disputa descarnada por el poder y por la potestad del estado de intervenir en el mercado.
Una de las escenas memorables de la película es el encuentro de Perón con Braden. Así lo cuenta Félix Luna en “EL 45”, transcribiendo una entrevista con Perón en Puerta de Hierro, en 1969: “Una vez (Braden) pidió entrevistarse con el presidente Farrell, pero Farrell no quería recibirlo y me pidió que lo atendiera yo. Lo recibí en el Salón Blanco, en la Casa de Gobierno. El llegó, dejó su sombrero y nos pusimos a hablar a calzón quitado, como hablábamos siempre. Y me empezó a plantear una serie de problemas. Yo le dije: “Vea, embajador, nosotros como movimiento revolucionario, queremos liberar el país de toda clase de férulas imperialistas. Ud. se ha embarcado en una tendencia totalmente contraria a la nuestra y nosotros estamos en contra de lo que ustedes, los americanos, quieren, de acuerdo con su embajador”. Me acuerdo que me habló de Cuba, me dijo que había estado allí y que Cuba no era una colonia- porque yo le había dicho que no estábamos dispuestos a ser una colonia-. Entonces, le dije: “Mire, no sigamos, embajador, porque yo tengo una idea que por prudencia no se la puedo decir”. “No, dígamela”, explicó él. “Bueno- le contesté-, yo creo que los ciudadanos que venden su país a una potencia extranjera, son unos hijos de puta….Y nosotros no queremos pasar por hijos de puta…..Se enojó y se fue. Y con el enojo se olvidó el sombrero”
UNA HISTORIA DE AMOR
La película transcurre desde el terremoto de San Juan hasta el 17 de octubre. Ese hecho luctuoso de la furia de la naturaleza expresa con enorme fuerza simbólica el terremoto político que significará la unión de un estratega político como Juan con la pasión transformadora de Eva.
La historia que se relata se ciñe al encumbramiento del entonces promisorio coronel con una ascendente actriz, proveniente de la marginalidad extrema: hija natural, mujer, provinciana y pobre. Su encuentro y el ir a vivir juntos, es un escándalo en la mojigatería de la época. Los militares de Campo de Mayo a través de su jefe, el general Eduardo Ávalos le hacen llegar en varias ocasiones el malestar por la situación, argumentación que encubría además la preocupación por las presiones que recibían del poder concentrado por los avances sociales.
Los insultos que circulaban como el de puta, cobrarán aún más virulencia cuando Eva Duarte se transforme en Evita. Ella se enfrenta y expulsa a la jovencita que compartía los días con Perón a la que apodaban Piraña por su afición desesperada a la comida. También tiene fuertes chisporroteos con Blanca Luz Brum, figura de atrapante trayectoria ubicada en un lugar estratégico.
La directora Paula de Luque con indudable talento y audacia coloca la cámara en el dormitorio de Juan y Eva, y filma escenas de notable belleza estética, introduciendo por primera vez la intimidad de la pareja. Julieta Díaz es una Evita creíble y Osmar Nuñez conforma un Perón, que a medida que se desenvuelve la historia alcanza una presencia creíble que hasta permite identificar aspectos físicos del General, lo que demuestra la carnadura sanguínea que le da a Perón.
Se observan imágenes de la marcha opositora del 19 de septiembre, cuya magnitud empieza a precipitar la caída del Vicepresidente y Secretario de Trabajo y Previsión.
El Coronel acababa de cumplir 50 años cuando fue detenido y llevado a Martín García.
Con notable astucia, una vez presentada la renuncia, solicita que se le dé la posibilidad de despedirse por la cadena oficial. Habló ante un improvisado palco montado en Perú e Hipólito Yrigoyen, ante una multitud reunida de apuro. Es bueno recordar algunos párrafos de aquel discurso: “ La obra social cumplida es de una consistencia tan firme que no cederá ante nada y la aprecian, no los que la denigran, sino los obreros que la sienten. Esta obra social, que sólo los trabajadores la aprecian en su verdadero valor, debe ser defendida por ellos en todos los terrenos. Dejo firmado dos decretos: uno sobre asociaciones profesionales – lo más avanzado que existe en esta materia- y otro referente al aumento de sueldos y salarios, implantación del salario móvil, vital y básico y la participación en las ganancias que beneficiará a todos los trabajadores argentinos…..Y ahora, como ciudadano, al alejarme de la función pública, al dejar esta casa que para mí tiene tan gratos recuerdos, deseo manifestar una vez más la firmeza de mi fe en la democracia perfecta, tal como la entendemos aquí. Dentro de esa fe democrática fijamos nuestra posición incorruptible e indomable frente a la oligarquía. Pensamos que los trabajadores deben confiar en sí mismos y recordar que la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero. Estamos empeñados en una batalla que ganaremos, porque el mundo marcha en esa dirección. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. ….Y si algún día, para despertar esa fe ello es necesario, ¡ me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo!”
Desde Martín García le escribe una carta a Eva reconociendo el fin de su carrera política, lo que demuestra cómo las circunstancias históricas, el protagonismo popular, modifican radicalmente las decisiones individuales. Algunos párrafos de esa misiva: “Mi tesoro adorado: sólo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí con el dolor más grande que puedas imaginar no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad sólo está llena con tu recuerdo. Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos…..Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Esperaré a escribir un libro sobre esto y lo publicaré cuanto antes, veremos entonces quién tiene razón. …….Mis últimas palabras de esta carta quiero que sean para recomendarte calma y tranquilidad. Muchos, pero muchos besos y recuerdos para mi chinita querida”.
El pueblo modificaría sustancialmente sus propósitos confesados en la intimidad a su pareja.
También el de sus detractores, que habían designado al procurador Juan Álvarez para que conformara los integrantes que acompañarían y rodearían a Farrell. Llegó con los nombres, cuando el tiempo había pasado y la multitud se había apoderado de la histórica plaza.
Entre las escenas finales, la película muestra a Juan en el balcón que con el tiempo fue famoso, a punto de pronunciar el histórico discurso del 17 de octubre. Un mérito notable de la directora es presentar a los personajes con la incertidumbre de cómo se van a desarrollar los acontecimientos cuya trama y final el espectador conoce. Ahí en ese día histórico, partida de nacimiento del peronismo, se había consumado una bisagra histórica que arrinconó provisoriamente al poder.
Ese día, que Paula de Luque refleja con belleza visual, parece reflejar con agudeza el preciso relato de Raúl Scalabrini Ortiz: “Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en las densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto…..Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaban sus tareas de reivindicación”.
Las escenas finales muestran a Perón volviendo a su departamento encontrando una Eva descalza, sentada cerca de la radio, con el cansancio y la alegría de ese día inolvidable.
Cuatro días más tarde Juan y Eva se casan.
Comenzaba una Argentina diferente.
En una década que dio vuelta al país como una media, se inscribe una de las más fascinantes y trágicas historias de amor del siglo XX.
28-09-2011
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