A 58 AÑOS DE LA MUERTE DE EVA PERÓN
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Eva Perón |
Provenía de la marginalidad extrema: hija extramatrimonial, mujer, provinciana y pobre, el futuro carecía de puertas en la sociedad argentina de la tercera década del siglo XX. Dejó atrás su Junín natal, buscando el ascenso y la popularidad en el radioteatro. Encontró en un naciente movimiento popular, el peronismo, el papel histórico que superaría largamente su interpretación de mujeres famosas que representaba en mediocres radioteatro. Con sólo veintiséis años, realizó una gigantesca obra, que a través de la Fundación que llevaba su nombre llegó a todo el país para suplir las carencias temporarias de un proceso de redistribución del ingreso y nacionalización de la economía. Fogosa, tenaz, sus discursos de barricada identificaban con precisión al enemigo. Su odio de clase la identificaba con los sectores más plebeyos del peronismo. Tenía un techo señalado por la devoción incondicional a su esposo. Su obrerismo trocaba de signo si algún sindicato se oponía a Perón. En una sociedad dividida visceralmente, tuvo apoyos incondicionales y animadversiones insuperables. Ningún cabecita negra, sus hijos y nietos olvidarán jamás las máquinas de coser, los colchones, las dentaduras, los zapatos, los juguetes, las casas, el trabajo, las campañas de salud pública, las colonias de vacaciones, los torneos infantiles, la protección, la defensa de los sectores postergados que quedaron asociados a su incesante batallar. Sus enemigos convocaron a los calificativos más peyorativos para denigrarla. A tantos años de distancia, en sus discursos emerge con nitidez su lucha inclaudicable en favor de sus “grasitas, su intemperancia, sus adjetivos durísimos, la devoción a Perón, pronunciados ante multitudes que la vitoreaban. Evita, antes que el cáncer abatiera su fogosidad y vitalidad increíble, convirtió en ley el voto femenino. No fue feminista, pero concretó la posibilidad que en el cuarto oscuro las mujeres accedieran a su condición de ciudadanas y al ejercicio de la política. No pudo acceder a la vicepresidencia por una relación de fuerzas desfavorables, pero su renunciamiento en la 9 de julio tiene el dramatismo y la belleza de las tragedias griegas, donde el coro es sustituido por una multitud enfervorizada exigiéndole que aceptara un cargo que la realidad le arrebataba. Antes de morir, consecuente hasta el final, compró armas para defender las conquistas conseguidas y las entregó a la CGT. Mientras en millones de hogares humildes se rezaba por su vida que languidecía, en una pared quedó estampado “ Viva el cáncer”
Su muerte es la exteriorización de un dolor profundo y es también la burocratización imperativa de un sentimiento que se tradujo irracionalmente en el duelo obligatorio. Sólo tenía 33 años. Su desaparición precipitó la pendiente de declive del peronismo, derrocado el 16 de septiembre de 1955 por la Revolución Fusiladora. El cadáver embalsamado de Evita, sometido a flagelaciones inconcebibles, realizó un largo y novelesco peregrinaje, hasta que fue devuelto a Perón en 1971, como parte de la política de seducción emprendida por Alejandro Agustín Lanusse, el último presidente de facto de la dictadura autocalificada de “Revolución Argentina”. A cincuenta y ocho años de su muerte, junto al justo reconocimiento, hay un intento del establishment de pasteurizarla, de momificar su vida con la misma pasión con que vejaron su cadáver. Pero los adversarios quedan delatados finalmente, con los pelos de gorila que asoman por doquier. Junto a ellos están aquellos presuntos seguidores que actúan como si fueran sus herederos políticos, los que practicaron las relaciones carnales con los enemigos históricos, los que la traicionan diariamente y la mentan de vez en cuando en las campañas electorales. Para ellos, Evita le reservaría su ira y su desprecio más profundo.

26-07-2010
Publicado por Hugo Presman.
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