Es extraña y misteriosa la construcción de los ídolos populares. Esa comunicación profunda entre emisor y receptor. Esa relación insondable que convierte al ídolo parte de la existencia de miles y miles de personas. Los retazos de vida que el admirador incorpora incluyendo indestructiblemente al admirado. Sandro construyó con minuciosidad su figura pública con tanto denuedo como su aislamiento privado. Como un excepcional ventrílocuo, Roberto Sánchez se desdobló de su otro yo artístico, sin dejar de ser coherente en sus dos versiones. Fue junto a Leonardo Favio y Palito Ortega emblemas musicales locales de los sesenta, en medio de la universalización del rock, la liberación sexual, el feminismo, las luchas de liberación de los pueblos del tercer mundo y cuando el sueño del retorno de Perón estaba a la orden del día.
Si Mercedes Sosa fue la banda sonora de las utopías, Sandro representó la música de los bailes y conquistas juveniles. La seducción a través de alguna de sus letras: “Tu la mujer, yo el placer,/ tú la virtud, yo la inquietud,/ dos para amar nada más, y después, la pasión,/ que vendrá más y más.../ Ven la noche se nos va, de prisa y sin tener/piedad de nuestro amor... aférrate de mí y dame tu calor,/alivia mi agonía../Ven que quiero la ilusión,/ de morir junto a ti, besándote mi amor,/pero la realidad es solo una verdad,/la vida continúa…”
O esta otra elegida al azar: “¡Ay! Trigal... Dame tu surco y dame vida.../Borra mi tiempo y esta herida.../si ya es mío tu trigal.”
Personalmente, creo recordar que el primer contacto con Sandro fue “Por ese palpitar” que decía: “Por ese palpitar que tiene tu mirar/yo puedo presentir que tú debes sufrir/igual que sufro yo por esta situación/que nubla la razón sin permitir pensar/En que ha de concluir el drama singular/que existe entre los dos, tratando simular tan solo una amistad, mientras en realidad/se agita la pasión que muerde el corazón y que obliga a callar: 'Yo te amo, yo te amo'/Tus labios de rojo carmesí/parecen murmurar mil cosas sin hablar/y yo que estoy aquí sentado frente a ti/me siento desangrar sin poder conversar/Tratando de decir, tal vez será mejor/me marche yo de aquí para no vernos más”.
Los que lo conocieron suelen recordar que era un muy buen amigo. Dotado de un excelente sentido del humor, solía ser el destinatario de sus propias bromas: “Acá estoy, con una chapa de titanio, seis tornillos…Me voy pareciendo lentamente a Robocop” o “ Antes, mis discos eran populares en los albergues transitorios y ahora son el hit de los geriátricos”.
Sus éxitos fueron innumerables. Desde llenar el Luna Park o cuarenta veces el Gran Rex a hacer lo mismo desde el Madison Square Garden y protagonizar desde ahí la primera transmisión vía satélite de un cantante.
Atravesó intacto dos generaciones, pasando de ser un imitador de Elvis Presley a las canciones melódicas. Grandes referentes del rock de los setenta, como Pedro Aznar y Charlie García encabezaron el reconocimiento. Luego, figuras como Jairo, manifestaron su admiración.
Sus movimientos de pelvis, sus labios gruesos, su figura varonil, enloquecieron a miles de mujeres que seguramente soñaron con ser, aunque sólo fuera una noche, sus amantes.
Cada 19 de agosto, el día de su cumpleaños, una procesión de admiradoras se reunía alrededor de su casa en Banfield, donde salía con su bata. Como dice el especialista Sergio Marchi: “Para las mujeres fue un amante; para los hombres, el más atorrante de la barra”
Algunas de sus frases definen al cantante: “A los 17 años crees que Dios es tu secretario, pero hay que saber que el que está crucificado sos vos: si vendiste cien mil discos, más vale que el próximo vendas ciento cinco mil, porque sino te caíste. Y si lo que uno hace exclusivamente es vender discos, si, te caíste. Es así. No hay que tropezar con las trampas que te proponen. Yo cometí todos los errores que un ídolo puede cometer. Menos tomar falopa y ser trolo pasé por todas. Tengo cuadernos de 1962 en los que practicaba la firma que iba a hacer cuando fuera famoso. …Pienso que Sandro es como un muñeco que inventé y yo soy el tiritero. Pero muchas veces me sentí prisionero de Sandro” Sabía bien como es el mundo del espectáculo. Decía: “El éxito es una vieja prostituta: viene, se acuesta con vos, te cobra y se va”
El hijo de Nina y Don Vicente, cuando fue premiado en el Senado de
El cigarrillo le originó un enfisema pulmonar. Sus últimos años fueron penosos. El trasplante llegó como una solución tardía en un camino que lo conducía inexorablemente a la muerte. Durante cuarenta y cinco días cada informe médico era un parte de una guerra que aunque mucha veces optimista, señalaba las dificultades y problemas que rodeaban al paciente. Varias operaciones demostraban la denodada lucha. Resistió hasta que el combate fue terriblemente desigual. Su compañera le preguntó en el argot artístico si quería irse de gira. Sus ojos le contestaron que su resistencia cesaba. Mientras Buenos Aires se prepara para ser escenario de un gigantesco velatorio en el Congreso, los diarios de distintos países del continente, le dan razón al slogan publicitario de Sandro de América. Seguramente su testamento para la ocasión está en la canción “Una muchacha y una guitarra”: “Siempre cantando, siempre bailando/yo quisiera morir. /De cara al cielo sobre este suelo, en el que yo nací./No quiero que me lloren,/cuando me vaya a la eternidad,/quiero que me recuerden/como a la misma felicidad./Pues yo estaré en el aire,/entre las piedras y en el palmar,/estaré entre la arena/y sobre el viento que agita el mar.”
Tal vez, muchas lágrimas que hoy se derramen, no sean sólo por Sandro. Siempre duele enterrar fragmentos de la juventud perdida.
5-01-2009.
Por Hugo Presman.
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Precioso relato!
ResponderEliminarel final es tan cierto!!!
saludos
Adal