EL PRESENTE TEXTO, FORMA PARTE DE “2001 LA REBELIÓN INCONCLUSA”
El desconcierto y la incertidumbre conmovían el país. Las manifestaciones atravesadas por la indignación, las protestas estruendosas, incluidos saqueos, sacudían a la capital de los argentinos, el gran Buenos Aires, y tenían réplicas en distintos lugares de su dolorida geografía. Se cambiaba de siglo y la Argentina vivía una de las crisis más profundas de su historia. Si en las calles la consigna más coreada era “Que se vayan todos”, las soluciones más delirantes e impúdicas se lanzaban sobre una sociedad dolorida y desconcertada. A 20 años de aquellos días donde asambleas populares en las plazas llevaban a sectores de izquierda a suponer una reproducción de los soviets que precedieron y continuaron con la Revolución Rusa de octubre de 1917, no faltó alguna reunión de consorcio donde se pidió romper con el Fondo Monetario Internacional. Recordar cómo se veía a nuestro país desde el exterior y las propuestas descabelladas que se formulaban dan idea del pozo en el que habíamos caído. Según el empresario Ignacio De Mendiguren, uno de los actores de aquellos días: “El establishment financiero internacional proponía dolarizar la economía y poner una banca offshore. Es decir: que los depósitos de los argentinos fueran a la Gran Caimán. Proponía la privatización del Banco Nación, del Banco Provincia, incluso privatizar la recaudación. O entregar los parques nacionales y que viniera un equipo de notables para intervenir la economía argentina.”
A su vez De Mendiguren era acusado de militar en el sector que apostaban a la devaluación. El economista alemán Rüdiger “Rudi” Dornbusch sostenía: “La verdad es que la Argentina está quebrada. Está quebrada económica, política y socialmente. Las instituciones no funcionan, el gobierno no es respetable, su cohesión social ha colapsado.” Y proponía: “Un consejo de banqueros centrales experimentados debería tomar el control de la política monetaria argentina…….“otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los
El asesor presidencial de Ronald Reagan, Norman Bailey, acrecentaba la apuesta: “Una masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas claves para la productividad deberían ser adoptadas. Las medidas de desregulación en los sectores de comercio mayorista y de distribución son esenciales. Otros agentes externos experimentados deberían controlar estos procesos.”
En todos los casos se proponía una reforma laboral. En el diario El País de España se podía leer este vaticinio: “La desaparición de Argentina sigue su curso”.
Un presidente o como Fernando de la Rúa, montado en un corcel explosivo de una década de convertibilidad que la mayoría del pueblo lo abrazó como una deidad, le iba a estallar sacándolo en helicóptero desde los techos de la Casa Rosada, mientras en las calles se forjaba la transitoria alianza plebeya de trabajadores, desocupados, franjas importantes de clase media saqueada y desilusionada por las catedrales del neoliberalismo que son los bancos. Convergían una convertibilidad insostenible y una deuda impagable.
Una música salía de las calles cuya letra era “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Otra, más contundente, expresaba el hartazgo: “Que se vayan todos”. Una sucesión de hechos vertiginosos, alentados por el decreto del Estado de Sitio que estableció el Presidente a las 23 horas del 19 de diciembre, fue la antesala de la represión en Plaza de Mayo del día siguiente, y a las 20 horas del día 20 el helicóptero con el renunciado Fernando de la Rúa se elevaba desde los techos de la Casa Rosada. Previamente el Estado de Sitio resultó un fiasco: nadie se amedrentó; por el contrario, la gente triplicó su furia. Lucio Di Matteo escribió en su libro “El Corralito: “A partir de las 23, los cacerolazos se extienden por todo el país. En Capital Federal, con epicentro en la Avenida Rivadavia, la más larga y -ese día- la más enojada del mundo. En Congreso, Caballito, Flores, Floresta y Liniers. La protesta ya no es privativa de la clase media-media y media-alta, también se vive en La Boca, Almagro, Boedo, Parque Patricios y Pompeya. Además de la Casa Rosada, el otro epicentro es el edificio en el cual vive Cavallo. En Avenida del Libertador y Ortiz de Ocampo, más de cuatro mil personas insultan al ministro, cantan el himno y corean “el pueblo, unido, jamás será vencido.” Muchos de ellos son el mismo pueblo que lo votó en 1999 y festejó su vuelta al poder (de Cavallo) nueve meses atrás. Deberán esperar hasta la madrugada del 20, para festejar su renuncia.”
La represión del 19 y 20 de diciembre arrojó la dramática cifra de 39 muertos.
Un final previsible para Fernando de la Rúa que ganó las elecciones con una promesa que la sociedad requería para levantarle la mano al ganador: “Conmigo un peso seguirá valiendo un dólar.” Continuar con ese empate numérico era garantizarse una derrota explosiva. Una ficción que la mayoría de la sociedad argentina había comprado abonada por la herida profunda y dolorosa que la hiperinflación había dejado en la memoria colectiva. La paridad monetaria asociaba en una igualdad, dos signos monetarios detrás de los cuales el dólar tenía un PBI, el estadounidense, 40 veces más grande que el argentino. Para mantener esa igualdad y su perdurabilidad de una década, se necesitó privatizar el patrimonio acumulado por generaciones de argentinos. La convertibilidad había logrado 10 años de estabilidad a costa de destrucción de los cimientos económicos y sociales. El menemismo agrandó la distancia entre los de arriba y los de abajo. Como bien escribió el periodista Mariano Schuster en su nota “Siempre hice política, siempre fui progresista”: “Socializaba (el menemismo) una idea de cultura del consumo, mientras que a algunos les quitaba la posibilidad de consumir…Alentaba el deseo, cercenando el de muchos. Mostraba que estilo plebeyo y defensa del capital no tenían por qué ser una contradicción”.
La situación en ese 20 de diciembre la describe muy bien Mario Wainfeld en su libro “Estallidos Argentinos”: “La Argentina carecía de monedas o tenía demasiadas, lo que termina siendo lo mismo. El Estado estaba hecho jirones y de un presidente plebiscitado dos años antes se derivó a uno ignoto, sin votos (se refiere a Ramón Puerta que se fue apenas juró como reemplazante del radical). La plata de los ahorristas volaba a las casas matrices de los bancos extranjeros y se evaporaba de los nacionales. Con las arcas estatales vacías y la mitad de la población en virtual bancarrota, los políticos, previendo agresiones de “la gente”, se escondían, rehuían tomar cafés en los bares o comer en los restaurantes, subían con pavor a autos con vidrios polarizados. Jueces de todas las instancias pedían custodia para sí o para su familia. Los ricos o “la clase media” se acobardaban intuyendo que hordas de pobres sin frenos inhibitorios entrarían en sus barrios cerrados, sus casas. Mientras, en las barriadas más humildes se hacía vigilia para esperar a hermanos de clase, vecinos que le sacarían lo poco que quedaba. La anomia, la sociedad sin reglas, parecía plasmada en la Argentina.”
La crisis económica y social devoraba a la sucesión presidencial. Ramón Puerta, con un apellido simbólico, encontró la puerta de salida, casi antes que la de entrada. La presidencia parecía destinada a Eduardo Duhalde. Pero la poderosa Liga de Gobernadores Federales catapultó a un gobernador exitoso en San Luis, su provincia, a los que algunos denominaban irónicamente “Estado libre asociado” . El hombre que ambicionaba llegar a la presidencia era Adolfo “El breve” Rodríguez Saa. Sus siete días están inexorablemente vinculados a su gesto de suspender el pago de la deuda externa y su renuncia a la presidencia realizada desde San Luis. En el medio concretó gestos peronistas como visitar a la CGT, recibir a la Madres de Plaza de Mayo, y fantasías como anunciar un millón de nuevos puestos de trabajo. Debía gobernar 90 días y llamar a elecciones, pero su accionar, el hecho de no pedir licencia a la gobernación y renunciar directamente, alertaron que el hombre estaba dispuesto a completar el período del Presidente renunciado. Convocó para afianzar su poder a los gobernadores a Chapadmalal para el 30 de diciembre. Sólo asistieron una minoría: su reemplazante en San Luis, María Alicia Lemme, Ángel Maza de la Rioja, Juan Carlos Romero de Salta, dos menemistas que necesitaban que el Adolfo cumpliera todo el mandato de De La Rúa, para que Carlos Menem recompusiera su figura y en el 2003 pudiera volver a ser presidente. Estaba también presente Carlos Ruckauf por la Pcia de Buenos Aires que aspiraba con fundamentos a ser presidente, y asistió además Gildo Insfrán por Formosa. No llegaron aduciendo problemas meteorológicos José Manuel de La Sota por Córdoba y Carlos Reutenmann por Santa Fe. Nestor Kirchner, gobernador de Santa Cruz, no concurrió y envió un veedor, Sergio Acevedo. Tampoco Eduardo Fellner de Jujuy que siguió los acontecimientos desde Miramar. Lo que sucedió en el lugar de la cita es una comedia risueña de enredos que envidiaría Mel Brooks. Hubo permanentes cortes de luz en la residencia, amenazas, la guardia le informó al Presidente que los caceroleros rodeaban el lugar (en realidad eran empleados gastronómicos que quería que le garantizaran sus puestos de trabajo) lo que alarmó al puntano ya que le informaron que no le podían garantizar la seguridad. Algunos testigos recuerdan que Adolfo Rodríguez Saá protagonizó escenas de pánico. La salida de los gobernadores de Chapadmalal en helicóptero algunos y tirados dentro de los vehículos otros, recuerda la salida de los norteamericanos de Saigón o más recientemente de Afganistán.
Con algunas horas de diferencia la escena final se trasmitió desde San Luis, en un estudio de televisión mal equipado e iluminado y con problemas en la emisión. Rodriguez Saá leyó su último mensaje como presidente donde señaló que la Argentina se encontraba en la más grande bancarrota de la historia, enumeró los puntos de un plan económico que se lo habían impedido “los lobos y los lobbies que andan sueltos y pretenden mantener los privilegios de la vieja Argentina que son los que lo han empujado a la renuncia.” Acusó a los ocho gobernadores peronistas que le habían retirado su apoyo, señaló específicamente al gobernador de Córdoba que privilegió, sostuvo, “la interna partidaria a los intereses de la Patria… Esta actitud de mezquindad y retaceo no me deja otro camino que presentar mi renuncia indeclinable.”
Asumió el Presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Caamaño, hombre de Duhalde. Es apenas el tiempo para que la Asamblea Legislativa designe a Eduardo Duhalde presidente de la Argentina para completar el mandato interrumpido del Presidente de la Alianza. En medio de circunstancias dramáticas Duhalde hace promesas que son incumplibles, como la devolución de los dólares; se encomienda a la Virgen de Luján, una réplica de la cual lleva a la Casa Rosada. Su Ministro de Economía Remes Lenicov hace el trabajo sucio de la pesificación asimétrica. Su esposa “Chiche” crea una red de contención para paliar el drama social; y a la renuncia de Remes Lenicov, por la fortuna de un retraso de aviones, lo termina sucediendo Roberto Lavagna en lugar de Guillermo Calvo. El asesinato por la policía bonaerense de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán lo obliga a adelantar las elecciones y su objetivo de evitar el triunfo de Carlos Menem lo lleva a establecer elecciones internas partidarias dentro de las nacionales con tres candidatos peronistas. Triunfó Menem, pero renunció a presentarse al balotaje para evitar una derrota lapidaria. Así como el azar lo favoreció en la elección de su segundo ministro de economía, lo mismo sucedió en la elección de su candidato a presidente para impedir el triunfo de Carlos Menem, ya que prefería a dos muy menemistas como José Manuel De la Sota (descartado porque no medía) y Carlos Reutemann que no se animó, invocando que vio algo raro y por descarte llegó Néstor Carlos Kirchner.
PRECEDENTES DEL 2001
La democracia argentina nació de una guerra perdida, de ahí que el ensayista Alejandro Horowicz la caracteriza como “la democracia de la derrota”, con una deuda externa que la dictadura establishment-militar multiplicó por cinco y con una sociedad flagelada por el terrorismo de estado. La consecuencia más prolongada de la derrota bélica fue “la desmalvinización”, la idea que no se puede enfrentar al poderoso porque la derrota es inexorable. Alfonsín, quien fracasó en lo económico, dejó los cimientos de esta democracia perdurable: el juicio a las juntas. El peso de la deuda y un golpe de mercado arrojó al país a la hiperinflación y su enorme incidencia en la memoria colectiva. Sobre ese abismo Carlos Menem encontró el terreno abonado para que, después de dos años a los tumbos, concretar la insólita entrega del Ministerio de Economía a la empresa Bunge Born y padecer una segunda hiperinflación. La convertibilidad de Domingo Felipe Cavallo fue la terapéutica. La paridad monetaria fue una ficción que duró 10 años y para garantizar su perdurabilidad se liquidó el patrimonio nacional. Pablo Gerchunoff y Juan Carlos Torre sostienen en “Desarrollo Económico” bajo el título “La política de liberalización económica en la administración de Menem”: “El reformismo menemista es hijo del agotamiento de la matriz estadocéntrica.”
La Alianza fue la nueva ficción que ganó prometiendo el mantenimiento de la paridad monetaria y la idea de una prístina administración donde la corrupción no iba a existir. Se partía de una falacia de base: suponer que sin corrupción el menemismo nos llevaba a la felicidad y no que hubiera sido igualmente depredador.
Incluso la Alianza mientras se sentaba sobre una bomba que no tardaría en explotar, incurría en un sonado caso de corrupción como fue la ley Banelco, la sanción de una ley contra los trabajadores. La renuncia de Chacho Álvarez inició la cuenta regresiva de un gobierno con un presidente disminuido en sus aptitudes. Las elecciones legislativas del 14 de octubre del 2001 sentenciaron el fin del gobierno y de la gobernabilidad, aunque se arrastraría unos meses en estado vegetativo. El gobierno obtuvo el 22,71% contra el 38,49 del Partido Justicialista. Pero lo significativo fue la suma de los votos en blanco (10,76%) y el voto bronco expresado en alejarse más de 500 kilómetros del domicilio (13,23%). La suma daba 23,99%, superaba los votos de la Alianza. Fernando de la Rúa demostró su alejamiento de la realidad afirmando: “No perdí, porque los candidatos los pusieron otros, fui prescindente.”
El martes 16 , Clarín títuló : “El voto bronca (la suma de los blancos y los nulos) llegó a casi 4 millones”. Seguía: “El voto bronca fue primera fuerza en Santa Fe, Capital, Río Negro y Tierra del Fuego. Y segunda en Buenos Aires y Neuquén. La Alianza perdió 5.400.000 votos y el PJ 1.120.000”. El remolino político no tenía fondo. Tres días más tarde, Raúl Alfonsín le advertía al Presidente que “el ciclo de Cavallo terminó”, mientras trascendía que el Ministro de Economía estudiaba una dolarización “como alternativa de última instancia para evitar una devaluación”.
La Argentina padecía desde hacía varios años la contracara de la hiperinflación que era la deflación, fenómeno que resultaba exótico en estas tierras atravesadas por fenómenos inflacionarios. Una sociedad que en poco tiempo podía pasar de las inundaciones a las sequias, de la inflación descontrolada que incita al consumo a la deflación que remite para después, los consumos que podrían concretarse hoy. Un vértigo impiadoso, una montaña rusa de ondulaciones profundas. Un fin de siglo oscuro. Las incertidumbres de un nuevo siglo sembrado de acechanzas. En medio de las sombras, la aurora no de divisaba. Sólo quedaba abrazarse, como el naufrago al madero, a una cita que William Shakespeare pone en boca de uno de sus personajes: “La oscuridad más profunda es la que precede al amanecer”
CONSECUENCIAS DEL 2001
Del 19 y 20 de diciembre nace un movimiento incipiente que unos cuantos años después se empezó a denominar kirchnerismo. Expresó a los sectores que en medio de la desazón y la incertidumbre buscaban un cambio que encarnó Néstor Kirchner. Recuperación de la respetabilidad presidencial, designación de una Corte Suprema de Justicia impecable; renegociación de la deuda; enarbolamiento de la bandera de los derechos humanos y de la Unión Latinoamericana, expresada en el hito histórico del NO al ALCA; más tarde el pago al FMI y decirle adiós, fueron los primeros pasos de otros muchos para la iniciación de un largo período de 12 años donde viejos sueños dejaron de ser soñados para ser vividos.
Pero también de las barricadas, de los pies desplazándose en el asfalto a medida que se fue separando la alianza plebeya, que pasó al archivo la consigna: “Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola” y los piquetes se fueron para un lado y las cacerolas para otro, volviendo éstas a las cocinas, más muchos otros que fueron meros testigos constituyendo una base electoral en abril del 2003 de un 41% (40,82%) conformado por Carlos Menem (24,45%) y Ricardo López Murphy (16,37%). Un par de años después esto daría origen a un partido de derecha camuflado de centro que con diferentes denominaciones conformaría el PRO, fundado por Mauricio Macri y luego la alianza antiperonista CAMBIEMOS, que consiguió llegar al gobierno.
De los fuegos del 19 y 20 de diciembre se volvieron a reconformar los dos proyectos que desde el origen de nuestra historia mantienen un empate inestable pero que por puntos el que hoy encarna Mauricio Macri, viene ganando por goleada con una capacidad de destrucción formidable. El modelo nacional y popular cada vez parte de niveles más bajos y su acción reparadora es insuficiente para volver a los mejores niveles de producción y distribución del ingreso.
LOS DÍAS QUE VIVIMOS CON MIEDO Y ESPERANZA
El 19 y 20 de diciembre se inscribe con otras dos fechas como clivaje entre un tiempo y otro histórico. El 17 de octubre de 1945 fue el nacimiento de la Argentina moderna, el Cordobazo fue el pico de una confluencia de fuerzas que acariciaban un sueño revolucionario y cuya potencia haría retroceder a la autodenominada Revolución Argentina y abriría una etapa en donde la historia se mostraba desnuda en una pulseada entre los dos militares más inteligentes del ejército argentino en el siglo XX, que concluiría, con el retorno y triunfo de Perón, estratégicamente posicionado con la historia a su favor.
El helicóptero que despegó de los techos de la Casa Rosada marcaba el inicio del siglo XXI. Desde el aire se podía visualizar un país sumido en la peor crisis económica de su historia que lo había arrojado en una crisis política que arrastró cinco presidentes en once días.
En aquella dramática semana de diciembre se podía caminar del brazo de la historia, con angustias y esperanzas, con lágrimas y alegrías, con las expectativas, tal vez sólo la ilusión, que como decía Hipólito Yrigoyen: “Todo taller de forja, parece un mundo que se derrumba”
13-10-2021
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