30 junio 2016

A 50 AÑOS DEL DERROCAMIENTO DE ARTURO ILLÍA UN ENTRAMADO NOVELESCO


La historia argentina tiene un entramado novelesco. Conocerla es la mejor manera de amar este país, contradictorio y querible, ingrato y único, emocionante y truculento, visceral y fraterno, egoísta y solidario, rico y empobrecido.
EL GENERAL JULIO ALSOGARAY Y SUS CAVILACIONES

El general Julio Alsogaray hace años retirado, va con su mujer Zulema Legorburo  rumbo a Tucumán para hacer lo que ningún padre es capaz de absorber: reconocer el cadáver de su hijo menor Juan Carlos “el hippie”, que estudió sociología en la Universidad Católica y posteriormente en la Sorbona en Francia. El mismo que fue testigo del Mayo Francés y en su casa vivió un mes el inolvidable Padre Mugica. Cuando regresó a Buenos Aires en 1970 se casó con su novia Cecilia, la hija del Dr. Jorge Taiana. En todo esto piensa Julio Alsogaray cuando en aquel febrero de 1976 viaja con su mujer a Tucumán, sabiendo ya que su hijo integrante de la Fuerza del Monte del ejército montonero, muerto   desarmado y asesinado a bayonetazos, vistiendo el uniforme de oficial Montonero en La Cruz, departamento de Burruyacú, el 13 de febrero, en los días postreros del gobierno de Isabel Perón. Tal vez, solo tal vez, la inminencia de un nuevo golpe lo lleva a Julio Alsogaray a aquel 28 de junio de 1966, hace casi una década cuando tuvo la tarea de darle un ultimátum al presidente Arturo Illia. Recurramos al historiador Felipe Pigna para que lo cuente: “Era la medianoche. Un nutrido grupo de colaboradores acompañaba al presidente. Se había decidido permanecer en la Casa hasta que llegaran los usurpadores, que a las 2.45 habían emitido uno de los clásicos comunicados que decía: “hay normalidad en todo el país. Las fuerzas armadas controlan la situación”. Ya sabemos lo que significaba la palabra “normalidad” para los golpistas de uniformes y sus socios civiles. Seguramente fue en  esos momentos de terrible espera que su hija Emma le dijo al presidente: “‘vos qué vas a hacer, te pegás un tiro o los matamos a estos tipos’. Me miró en silencio, no me respondió.”. El sonido de fondo lo producían los vehículos pesados, tanques y camiones cargados de tropas del regimiento 3 de infantería que se iban posicionando frente a la Casa Rosada y sus alrededores. A las 4.15 otro comunicado de los golpistas señalaba que ya ocupaban todas las gobernaciones. Un grupo de jóvenes colaboradores del presidente, entre los que estaban Emilio Gibaja, Luis Pico Estrada, Edelmiro Solari Yrigoyen y Gustavo Soler, quisieron dejar registrado para la historia los momentos finales del doctor Illia en el poder y la irrupción de los sediciosos -“salteadores nocturnos” los denominaría el presidente- que iniciarían otro momento lamentable de nuestro pasado. Llamaron a este preciado documento “Acta recuerdo”: “Alrededor de las cinco de la mañana del 28 de junio de 1966, irrumpen en su despacho el general [Julio] Alsogaray y los coroneles Perlinger, González, Miatello, Prémoli y Corbetta.” 

Mientras  entraban los asaltantes, el presidente le firmaba una última foto a uno de sus colaboradores. Alsogaray, acostumbrado a mandar y a que le obedecieran, insolentemente y sin saludar siquiera al Primer Mandatario le ordenó: “¡Deje eso!”, pero lo detuvieron a gritos los que acompañaban al presidente. Sin inmutarse, el presidente a punto de ser depuesto siguió en lo suyo: Illia: Espere, estoy atendiendo a un ciudadano (dirigiéndose al colaborador) ¿Cuál es su nombre amigo?
Alsogaray: ¡Respéteme!
Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la Secretaría Privada del doctor Caeiro, señor Presidente.
Illia: (al terminar de firmar la fotografía) Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble, ¿Qué es lo que quiere?
Alsogaray: vengo a cumplir órdenes del Comandante en Jefe.
Illia: El comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.
Alsogaray: En representación de las Fuerzas Armadas, vengo a pedirle que abandone este despacho.
Illia: Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución, contra la ley, contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
Alsogaray cambió entonces de tono, pero para pasar a la amenaza:
Alsogaray: Con el fin de evitar actos de violencia lo invito nuevamente a que haga abandono de la Casa.
Illia: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y de Belgrano, le han causado muchos males a la patria y se los seguirán causando con estos actos.  El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.
Alguien de civil, que acompañaba a Alsogaray, se sulfuró: “¡Hable por usted, no por mí!”
Illia: ¿Y usted quién es señor?
Persona de civil: (soportando un gesto de reprobación del general Alsogaray  imponiéndole silencio) ¡Soy el coronel Perlinger! (no aclarará que está retirado del Ejército, ni que es pariente cercano de Alsogaray, ni que ha pedido el retiro del Ejército días antes de asumir la presidencia Illia, disconforme con la elección de este).
Illia: ¡Yo  hablo en nombre de la Patria, no estoy aquí para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por él, por la grandeza del  país y la defensa de la Ley y de la Constitución Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano  a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!
En eso Edelmiro Solari Yrigoyen y Leandro Illia, hijo del presidente, reaccionaron ante la injusticia que se estaba cometiendo, pero los contuvieron. Illia dijo entonces una frase que resultará trágicamente cierta:
Illia: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…
Alsogaray: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.
Illia: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando aquí, en el lugar que me indican la Ley y mi deber! ¡Como Comandante en Jefe le ordeno que se retire!
Alsogaray: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!
Illia: ¡El único jefe Supremo de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!
Los insurrectos se retiraron del despacho. Con ellos se fue el jefe de la Casa Militar, el brigadier Rodolfo Pío Otero que en todo momento actuó con ellos, y no en custodia del presidente, que es la función de ese cargo.
Recordaba Emma Illia:
“Cuando sale Alsogaray del despacho yo me planté, casi besándolo, y le grité traidor, hijo de puta te maldigo a vos y a toda tu estirpe, van a caer todos ustedes… (…) me acuerdo que cerró las manos, juntó los puños”. 
Los golpistas bloquearon entonces el despacho presidencial, sin dejar entrar a nadie. Finalmente, a las 6 de la mañana, irrumpió un grupo de militares, encabezados por Perlinger. Según el “Acta Recuerdo”: Perlinger: ¡Doctor Illia, en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que ha sido destituido! (Volvemos a insistir: Perlinger como militar retirado no podía asumir investidura alguna, ni siquiera la de una compañía de boy scouts).
Illia: ¡Ya le he dicho que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas! ¡A lo sumo constituyen una fracción levantada contra la Ley y la Constitución!
Perlinger: Me rectifico…en nombre de las tropas que poseo.
Illia: ¡Traiga esas fuerzas!
Perlinger: ¡No lleguemos a eso!
Illia: ¡Son ustedes los que llegan a usar la fuerza, no yo!
Y entonces llegó el desenlace:
Se retira Perlinger con sus acompañantes. El presidente de la Nación, Dr. Arturo Illia, sus colaboradores y amigos permanecen en su despacho. Siendo las 7.25 horas, otra vez irrumpen en el salón varias personas y efectivos de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, con armas en la mano, ubicándose en formación frente a la mesa de trabajo del señor Presidente. A un costado de la tropa se coloca la persona de civil que se autoidentifica como el coronel Perlinger. Se produce el siguiente diálogo: 
Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…
Illia: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo (Dirigiéndose a la tropa policial). A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!
Perlinger: Usaremos la fuerza.
Illia: Es lo único que tienen.
Perlinger: (Dando órdenes) ¡Dos oficiales a custodiar al Dr. Illia! ¡Los demás avancen y desalojen el salón!
(La tropa avanzó mientras los oficiales trataron de acercarse al doctor Illia, lo que fue impedido por sus acompañantes, produciéndose forcejeos. El presidente, rodeado por sus colaboradores y amigos, va  avanzando hacia la puerta principal del despacho, mientras los efectivos policiales ocupan el salón mediante el empleo de la violencia.)
“Los policías –recordaba Illia- se pusieron en línea con los fusiles lanzagases en las manos. A todo esto se habían hecho ya las siete y cuarto más o menos. Yo pensé que no era bueno exponer a todos los demás. Cuando esos dos oficiales de policía vinieron hacia mí, por orden de Perlinger, les dije que no era necesario; me levanté y comencé a caminar hacia la puerta... Había un griterío bárbaro. No sé qué decían (…) A los policías que entraron en mi despacho les dije antes de salir que lamentaba mucho que obedecieran sin saber a quién lo hacían, me daban lástima. Pude llegar a la puerta de salida de la Casa de Gobierno rodeado por un montón de gente que seguía gritando… Me ofrecieron un coche de la presidencia, pero lo rechacé. (…) En eso vi que se acercaba entre la gente el que había sido mi ministro de Educación, Alconada Aramburú, y me decía que vaya con él. Yo lo seguí y nos metimos en el coche de él. Adentro íbamos siete personas. Me acuerdo que mi hermano Ricardo iba sentado en las rodillas del subsecretario Vesco... Así llegamos hasta Martínez, hasta la casa de Ricardo”.
Ahí va el general Julio Alsogaray, el hermano de Álvaro, el tío de María Julia pensando que si tal vez él no hubiera protagonizado los hechos narrados, hoy no tendría que reconocer el cuerpo lleno de heridas de bayonetas de su hijo.
Lo recibe el  general Bussi, autoridad militar en Tucumán. El que cuenta la escena es Julio Jorge Alsogaray, hermano del guerrillero: “En los últimos días de febrero de 1976, mi padre y mi madre (Zulema Legorburo) tuvieron una conversación con Bussi cuando viajaron a Tucumán a averiguar el paradero de Juan Carlos, militante montonero que se encontraba desaparecido desde hacía diez días. Mientras conversaban, el genocida mandó a pedir unos legajos al Comando de la V Brigada”. Bussi les mostró una foto de Juan Carlos con el rostro ensangrentado y desfigurado y la mujer entró en estado de shock y se quebró en llanto. El represor, con la calidez humana que lo caracteriza, aseveró con voz de cuartel: “Señora, no le voy a permitir que llore en mi presencia. Si va a llorar, retírese. Porque si usted ha perdido un hijo, a mí todos los días me matan uno en el monte tucumano y yo no lloro por ellos”. Luego de esa respuesta el matrimonio se retiró del domicilio del dictador en donde se había realizado el encuentro.”
Es posible que si el golpe no se hubiera producido invocando como siempre la inmoralidad y la corrupción, el polvorín de Tucumán, la subversión en las universidades la historia hubiera sido otra. Al cabo de siete años el cierre de los ingenios transformó realmente a Tucumán en un polvorín y la Universidad que estaba sumida en una isla democrática, con elecciones sin proscripciones y autonomía, se radicalizó, al insertarla el gobierno de Onganía en lo que padecía todo el país,  mientras se producía una concentración y desnacionalización de ramas enteras del aparato productivo. Las formaciones armadas fueron el fruto no querido de las políticas aplicadas por la dictadura cívico-militar.   
 EL CORONEL PERLINGER TAMBIÉN RECUERDA



 Es 1976. Han pasado casi diez años de la autoproclamada Revolución Argentina e ingresamos a la noche más oscura del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Desde la Cárcel de Magdalena en julio de 1976, donde está preso desde las primeras horas del 24 de marzo, le escribe una carta a Arturo Illia en donde entre otras cosas le dice: "Hace 10 años el Ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzó hacia mí y me repitió varias veces: ‘Sus hijos se lo van a reprochar’. ¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho, porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Krieger Vasena". Lo reitera en 1982: “Hago público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado a usted, uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción de que su último acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando, por la fuerza de las armas, de su cargo constitucional".                                              
El azar lo había puesto a Luis César Perlinger en el aeropuerto de Trelew el día de la fuga de la cárcel de los militantes políticos aquel 15 de agosto de 1972, y que siete días después serían fusilados por la Marina. Y habló elogiosamente del tratamiento de los prófugos a los rehenes.
Ya durante el tercer gobierno peronista defendió ante el tribunal militar al soldado Hernán Invernizzi que había participado en el copamiento de Comando de Sanidad del Ejército.
RACCONTO HISTÓRICO
 El gobierno de Illia tuvo el pecado original de haber llegado a la Casa Rosada con la proscripción del peronismo y estando preso el último presidente constitucional Arturo Frondizi. Recibía un país dañado por la Revolución Fusiladora pero que conservaba la notable solidez del modelo peronista a lo que el desarrollismo le agregó el autoabastecimiento petrolero y un avance del capital extranjero.
Derrocado el peronismo, las elecciones para la Asamblea Constituyentes que se realizaron el 28 de julio de 1957 donde el peronismo con el voto en blanco salió primero con 2.119.147 votos (21,93%) superando a la Unión Cívica Radical del Pueblo, segunda con 2.117.160, (21,91%)  la preferida por Aramburu- Rojas,  y tercero la Unión Cívica Radical Intransigente con 1.821.469 (18,85%)
Astuto Arturo Frondizi observó que una alianza con el peronismo lo catapultaba a la presidencia y surge así el pacto Perón – Frondizi. En las elecciones del 24 de febrero de 1958 los resultados se modifican significativamente: la UCRI obtiene 4.090.840 el 44.79% contra los 2.640.454 de la UCRP, es decir el 28,91%. Hubo una parte del peronismo que no obedeció la orden de Perón por lo que los votos en blanco ascendieron a 836.658 ( 9,16%)
El frondicismo fracasa incumpliendo promesas y tratando de desarrollar la industria e integrar el campo, con la llegada de capitales extranjeros que reemplazan la transferencia de ingresos del campo a la industria que realizó el peronismo. Illia llega luego en las condiciones descriptas, abrazado al sector colorado de las Fuerzas Armadas, derrotado en las sublevaciones de abril y septiembre de 1962, que era el sector ultra gorila. Anula los contratos, se enfrenta a los laboratorios, reduce la deuda externa, se sancionó la ley 14459 del salario mínimo vital y móvil, se niega enviar tropas para la invasión norteamericana a Santo Domingo. Entusiasmado abre la posibilidad de participación del peronismo en las elecciones legislativas de 1965, quien como sucedió en esa época irreversiblemente triunfa. A partir de ahí la suerte de Illia está jugada, mientras el peronismo contempla la pulseada entre Perón y Vandor que concluye con el triunfo del líder exiliado. Illia, cuya apreciación despectiva de Perón y el peronismo era conocida, le solicita a la dictadura brasileña de Castello Branco que interrumpa el retorno de Perón a la Argentina el 2 de diciembre de 1964.La amenaza cierta  a que el peronismo ganara las elecciones presidenciales de 1969, precipitó el golpe auspiciado por la Unión Industrial, la Sociedad Rural, sectores del sindicalismo y medios como La Nación, Clarín, El Mundo,  Primera Plana, Confirmado. Así se llegó al 28 de junio de 1966. Incluso, una vez producido, Perón abrió un compás de espera.
Visto en perspectiva, el gobierno radical estuvo lejos de la situación desfavorable que se barajaba entonces, alimentada por una prensa sesgadamente desfavorable. La desocupación rondaba el 5,2%, la actividad industrial creció, la deuda externa se redujo de 3400 millones de dólares a 2600 millones, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional de 37% en 1964 a un 41% en 1966 y las exportaciones aumentaron un 60% con respecto a 1961.     
UN ENTRAMADO  NOVELESCO  
Illia llegó a candidato a la presidencia, y luego a presidente porque Balbín no quería perder por tercera vez como todo lo pronosticaba. Aunque se lo consideraba un anciano apenas tenía 63 años. Murió en la pobreza un 18 de enero de 1983, no pudiendo ver como un radical derrotaba por primera vez al peronismo en elecciones sin proscripciones.
En el medio queda la tragedia personal del militar que lo desalojó, la del coronel que participó y le pide perdón y que luego hace un viraje en su vida lo que lo lleva a prisión en el golpe de 1976, la del sucesor de facto de Illía que era alentado para que sea un Franco argentino por el filósofo griego Mariano Grondona, una dictadura cívico-militar que decía que tenía objetivos pero no plazos, que encubría que todo se sintetizaba en esperar la muerte de Perón mientras se demolía buena parte de la Argentina surgida de 1945-1955   
El relato tiene argumento de novela, pero el libretista ingenioso e imaginativo es la realidad     
28-06-2016  
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