La
Capital Federal es el distrito con mayor producto bruto geográfico per cápita
que según el informe de la Ciudad número 504 del mes de mayo de este año
asciende a 27.270 dólares. Sin embargo, caminando por el macrocentro se observa
que en cada local que cierra se abre en
su entrada un dormitorio a cielo abierto. Con lo lábil que son las
estadísticas en nuestro país, 876 personas son las que contabilizó el equipo
del programa Buenos Aires Presente (BAP) del Ministerio de Desarrollo Social
porteño en el marco del Censo 2011 de personas adultas y grupos familiares en
situación de calle. Un trabajo realizado por el Sindicato de los Organismos de
Control de agosto del 2010 consigna: “ En la ciudad de Buenos Aires hay 11.000
personas en situación de calle. Más de 3.000 tienen menos de 16 años y los
adultos, más de 7.000, una edad promedio de 42 años. La mayoría no tiene
existencia para los registros públicos.” La diferencia de cifras tan abismales
pueden ser compatibilizadas hipotéticamente que los que están en la calle son
876 y los que están en la misma situación pero utilizan diferentes alojamientos
nocturnos son la cifra mayor. Juan Carr maneja también la cifra cercana a los
novecientos, sosteniendo que alrededor de doce mil son los homeless en todo el
país.
En diferentes plazas de la Capital Federal se puede
observar como el espacio público se convierte en un albergue precario, con
familias enteras viviendo a la intemperie. En la Plaza Lavalle, frente al
Palacio de Justicia, vaya paradoja, hace muchos meses acampan varias familias
que se calefaccionan con fogatas. Para los que tenemos los parámetros de
confort humanos, nos resulta inimaginable vivir en la calle y mucho menos pasar
una noche cubierto por una precaria frazada, mientras la temperatura se acerca
al cero grado. O donde poder satisfacer las necesidades primarias más
elementales.
Si el cálculo es correcto, solucionar la extrema
situación de calle de 876 personas no parece una tarea heroica e imposible. La
responsabilidad primigenia es del gobierno de Mauricio Macri, pero la
obligación moral transciende la geografía.
El escritor Mempo Giardinelli en su libro “Cartas a Cristina.
Apuntes sobre la Argentina que viene”, escribió: “Lo que intento sugerirle es
que si hay dinero, hay que invertirlo en la erradicación de la pobreza. No
mediante dádivas, sino con acciones sociales concretas. Por ejemplo comiencen por instalar grandes baños populares,
dormideros y comedores para los más miserables. Eso es territorialmente
posible y es barato organizar una mínima
dotación de dignidad para todas las personas de este país. Y no es
caro. Otros países lo hacen. Hay ONGs y otras organizaciones de la sociedad
civil que pueden ocuparse de ello, bien instruidas por el Estado. Y sobre todo,
bien controladas en sus rendiciones de
gastos, que deben hacerse a lo Sarmiento, que era un obsesivo de esto. Si se
logra que los dineros simplemente lleguen bien a los destinos previstos, eso
cambia todo. Y la mejor manera de cambiar la organización horizontal, la
autogestión, la educación popular puesta en manos de los propios sectores
populares supervisados. Y lo mismo para todo lo relacionado con la salud y la
medicina popular. Digo una asistencia social horizontalizada y activa, que es
perfectamente posible”
En
Lavalle y Paraná, en la vereda de un gigantesco edificio en construcción,
prácticamente concluido, un grupo de homeless
de alrededor de 60 años se han asentado con sus colchones, una tabla como mesa
y ahí configuran un dramático cuadro que pudo haber pintado Goya. Cuando
llueve, todo adquiere un aspecto tenebroso y los componentes de ese dormitorio
con techo de estrellas absorben toda el agua caída. Sus bártulos se apoyan contra
tabiques publicitarios desde donde a estos ultra excluidos de la sociedad se
los incita a consumir “Puro chocolate con maní. Al precio que vos querés. Salen
más de lo que cuestan.” Al lado, otro de unos chiclets globos con la leyenda:
“Con desafíos para cumplir antes que cambie de color.”
Un
tercer cartel incita a entrar al portal de un diario, para estar bien
informado.
Los
transeúntes pasamos a su lado como si la rutina nos ha anestesiado ante ese
espectáculo que hiere la condición humana.
Es
una flagrante violación a los derechos humanos. Las autoridades, el Estado, las
ONGs vinculadas al tema, la Iglesia, no pueden seguir, como los ciudadanos
peatones, impasibles ante esta situación.
Hombres,
mujeres, niños y ancianos en la calle. Si sólo son 876, su permanencia en la
vía pública es una prueba irrefutable de
ineficiencia e insensibilidad. Una mezcla explosiva.
Que recuerda aquella frase
de John Donne que Ernest Hemingway
colocó como apertura de su novela “Por quién doblan las campanas”, y a la que
someto a una pequeña adaptación: “Nadie es una isla completa en sí mismo; cada
hombre es un pedazo del continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva
una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un
promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso cualquier hombre viviendo en la calle me disminuye, porque estoy ligado a la
humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas:
están doblando por ti.”
Escrita
el 9/8/2012
Todos los derechos
reservados. Hugo Presman. Para
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