08 agosto 2013

DISPARADORES PARA LA REFLEXIÓN

Uno diferencia fundamental entre la Argentina y Brasil, Chile y Uruguay es que aún no se ha dirimido la superioridad definitiva entre dos proyectos de país en pugna. Cuando un gobierno popular avanza en ese sentido, los que expresan otro proyecto de país intentan disimular la confrontación histórica con el lenguaje de olvidar el pasado, suprimir el espejo retrovisor, superar las diferencias, mirar el futuro, unirse y sólo buscar las coincidencias.
Un discurso donde la realidad subyacente queda envuelta en un mar de falsedades.
Gobernar sin conflicto y confrontación es suponer que uno puede ascender en una escalera que carece de escalones, que es el equivalente a la peregrina teoría que se puede gobernar sin afectar a nadie o en su versión más bizarra con el consentimiento y aprobación de los afectados.


El ensayista Alejandro Horowicz sostiene al respecto: “La simplota confianza en que “la buena voluntad” y el “gesto amable” navegan por encima del conflicto social; más aún, el conflicto mismo sólo sería un malentendido al que un diálogo razonable podría poner fin, y esto sucedería por responsabilidad personal de “los políticos”…..es obviar que gobernar no puede ser otra cosa que satisfacer intereses en conflicto; y que toda política por su naturaleza, termina por reducirse en última instancia a defender o atacar intereses de clase.”


A su vez Jorge Lanata, el multipremiado periodista en la entrega de  los premios Martín Fierro, un elemental divulgador histórico, no entiende que lo que él denomina grieta no la ha provocado el gobierno sino que éste sólo la pone en evidencia. Expresó: “Hay una división irreconciliable en la Argentina que es lo que yo llamo grieta, que es lo peor que nos pasa. Va a trascender al actual gobierno, porque la grieta ya no es política, tiene que ver con como vemos el mundo”   
En la Argentina, a diferencia de los países mencionados, el poder económico no tiene partidos de derecha explícita que le garantice su acceso al gobierno. La única vez que en democracia, gobierno y poder económico nacional e internacional encontraron un punto de encuentro total fue en las presidencias de Carlos Menem, a continuación que el riojano se olvidara y desmintiera a sus promesas electorales.
Sobre la democracia, el ex muy buen periodista y cada vez más mediocre político Rodolfo Terragno, se explayó en forma sorprendente  en su medio preferido, el diario Clarín del 21 de julio: “ Un gobierno, si es elegido libremente, tiene legitimidad de origen; pero si no tiene oposición es antidemocrático aunque no lo quiera: la hegemonía deriva siempre en autoritarismo” Según el dirigente radical el partido mayoritario además de gobernar debería preocuparse  por alentar el nacimiento de una oposición para no ser tildado de antidemocrático. Es una proposición tan sorprendente como aquella que descalifica a los gobiernos populistas como democráticos por su origen pero no por su funcionamiento.    
El ensayista italiano Lucio Colleti sostenía: “La democracia burguesa, la democracia liberal, es el poder de la minoría contra la mayoría, de la parte contra el todo, de los pocos contra el pueblo”. Bajo un escenario democrático de origen, los pocos disuelven el triunfo en las urnas y terminan imponiendo el poder de la minoría sobre las mayorías.
En la Argentina, el poder económico que no tiene votos, jaqueó a los gobiernos populares a través de la irrupción de las Fuerzas Armadas. En 1930, 1955, 1966 y 1976 un modelo de país, con gobiernos dispares de distinta intensidad de  transformación o conservación de lo transformado fue expulsado. Por eso afirma correctamente el ensayista Alejandro Horowicz: “En la Argentina, la historia de la ilegalidad hasta ahora, es la historia de la contra revolución”.
Luego de la dictadura establishment- militar, el juzgamiento de las tres primeras juntas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el desbaratamiento de los alzamientos durante el gobierno de Menem, sacó a las fuerzas armadas del escenario. Fueron reemplazadas por la prensa dominante, que alentó las corridas cambiarias, la fuga de capitales del poder económico y el generalmente infundado descontento de las clases medias.
Por eso el joven y talentoso periodista Martín Rodríguez ha escrito: “La clase media es el hecho maldito del país peronista”
El argumento basado en algunos hechos reales y otros maliciosamente falsos es la corrupción,  que hace pie en el moralismo de las clases medias, en los últimos años fogoneado principalmente por Jorge Lanata a quien el Doctor en Filosofía Tomás Borovinsky califica como “ el paco de las clases medias” y  cuyo éxito concreto es haber resucitado a Elisa Carrió para las PASO del 11 de agosto.        
A su vez sobre el moralismo de las clases medias, el ensayista de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo escribió hace cerca de sesenta años: “No hay político “democrático” ni usufructuario en general del 16 de septiembre que no presente al gobierno caído como una banda de facinerosos que logró mantenerse diez años en el poder, gracias a la ignorancia de los más y al silencio impuesto sobre las minorías “ilustradas”…..¿Y cómo la oligarquía, la venal y corrupta oligarquía, se erige en custodio de la austeridad republicana y en censora atrabiliaria de sus enemigos, los gobiernos populares?.....El tema del moralismo en la política argentina es parte de la táctica oligárquica de dividir el frente del pueblo, aislando a sus sectores más revolucionarios  y consecuentes: el proletariado y las masas pobres del interior, de la pequeña burguesía urbana y rural”.
León Trotzky sostenía lúcidamente que “cuándo un pequeño burgués habla de moral hay que echar mano al bolsillo, porque la cartera está en peligro”
La relación entre el discurso insustancial de Sergio Massa y el periodismo de “denuncia” de Jorge Lanata está analizado con profundidad por el periodista Martín Rodríguez: “Monólogo en uno y silencio del otro se articulan. La cristalización mutua que resultan tiene dos claves: lo que Lanata quiere decir es que no hay moral en la política, lo que el gestionalismo quiere decir es que no hay ideología en la política. Lanata parado en el lugar del que el progresismo partió para abrazar al kirchnerismo, no dice “esto podría hacerse sin conflicto”, sino esto podría hacerse sin robar…No ataca la épica por la épica misma, sino por la moral”.
En la misma sintonía, el periodista Bruno Bimbi en su artículo “El honestismo y los ladrones” se pregunta “Imaginemos un funcionario honesto, no importa si presidente, ministro, diputado o juez ¿Alcanzaría su honestidad para hacer del país, la provincia o la ciudad donde ejerce su función un lugar mejor para vivir?” Y se responde: “Decir que si sería como pensar que basta una buena ortografía  para hacer literatura. La política es la lucha (en democracia pacífica) entre diferentes visiones de mundo, entre diferentes proyectos de futuro colectivo, y no apenas un mecanismo para seleccionar administradores incorruptibles, que debería ser apenas un prerrequisito, aunque sabemos que, en la práctica nunca lo fue. Si no, elegiríamos a los gobernantes por concurso público, analizando su curriculum, investigando sus antecedentes y tomándoles examen, y no votando”
Más adelante sostiene: “A mí me molesta más la corrupción del kirchnerismo que a cualquier antikirchnerista. Porque cuando un funcionario de este gobierno roba, pone en riesgo muchas políticas que defiendo y muchas conquistas que no quiero perder. Podemos decir: le hace el juego a la derecha. Y porque no quiero que, en nombre de principios en los que creo, un chanta se llene los bolsillos….” 
La municipalización de la política es otro rasgo distintivo de las próximas elecciones. Si la política es sólo gestión a ideológica, es como si una cirugía fuera meramente el bisturí  sin el cerebro que lo moviliza y el brazo que lo mueve. 
Un editorialista tan moderado como Jorge Fontevecchia tituló su comentario en Perfil del 14 de julio: “Liga alumbrado, barrido y limpieza”  
Irónicamente Horowitz escribió: “Desde que el debate sobre la cosa pública no supone definiciones estratégicas, ni programas para llevar adelante, sino marketing y gestión, lo más parecido a un intendente termina siendo otro intendente, y todos tratan de satisfacer a los vecinos; los viejos socialistas denominaban jocosamente "política municipal" a la gestión, para diferenciarla de la política en serio…….Y obviamente no conozco a mucha gente que pueda apasionarse leyendo un digesto municipal, y muchísimo menos creer que la renovación de la política –más allá de lo que se entienda por tal cosa– puede surgir de discutir el asfaltado de las calles de tierra.”
La oposición se junta, se amontona, alrededor de la consigna: “Hay que frenar al kirchnerismo” y levantan mayoritariamente la bandera del honestismo.
Como dijo Francisco de Narváez: “Aquí no importa quién viene sino quién se tiene que ir en el 2015.” 


No lo hacen fundamentalmente por los errores y limitaciones del gobierno sino por lo que hizo bien. Sobre esa oposición Bruno Bimbi escribió: “Carente ….de un discurso convincente sobre cualquier cosa, disponibles para defender intereses del mejor postor, juegan al honestismo. ….De Narváez hablando de la corrupción kirchnerista  es como Carlos Monzón denunciando violencia de género”   
Por eso quienes proponen “la nueva política” intentan en realidad hacerle un maquillaje para retornar al pre kirchnerismo.
El gobierno tiene la enorme ventaja de las concreciones realizadas y el contrapeso de los 10 años transcurridos. Pero a diferencia de la oposición puede decir, aunque sea parcialmente, como decía William Shakespeare: Somos lo que hacemos, no lo que decimos y menos lo que creemos  que somos.”

06-08-2013

Todos los derechos reservados. Hugo Presman. Para publicar citar fuente. 

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