RECETARIO
— Hola, doctor.
— Buenos días,
caballero, ¿qué lo trae por acá?
— No me ando
sintiendo bien últimamente.
— ¿Qué le
ocurre?
— Pues… estoy
harto de sentirme pobre. Quiero sentirme rico y poderoso.
— Bueno, en ese
caso puedo recetarle que trabaje duro por conquistar sus sueños, que nunca
renuncie a sus metas, porque sólo quienes se obstinan en lograr sus objetivos
en la vida, serán capaces de progresar día a día, paso a paso, convirtiendo
cada escollo en una nueva oportunidad… — No me boludee, doctor. Eso es
autoayuda falopa para adiestrar y disciplinar socialmente a gente más pelotuda
que el promedio. Yo busco otra cosa.
— Tiene razón,
disculpe. En ese caso, si lo que usted quiere es riqueza y poder, deberá
estafar a mucha gente, explotar a otro tanto, evadir impuestos, aliarse con
personas y organizaciones siniestras, sacar ventaja de quien sea y cada vez que
pueda, a cualquier costo y sin que medie ningún tipo de escrúpulo. Debe
convertirse en una persona total, absoluta y amoralmente corrupta. No existe en
todo el planeta nadie que sea realmente rico y poderoso que no haya recorrido
este camino.
— Sí doctor,
eso yo ya lo sé. Ocurre que, y para serle sincero, no tengo ni el talento ni la
voluntad para embarcarme en semejante cuestión. Necesito algo más rápido, más
inmediato, ¿me entiende?
— Mmm… sí, desde luego. Lo que usted quiere es algo así como
un placebo, digamos.
— Algo así, sí.
— Bien, tengo
algo que puede ayudarle. Tenga.
— ¿Qué es esto?
— Es un libro
titulado 1000 frases para experimentar durante 5 o 6 segundos la euforia de ser
un garca hijo de puta.
— ¿Y cómo
funciona?
— Muy simple:
primero, usted elige una frase del libro, y luego la dice en voz alta. El efecto
es inmediato. Haga la prueba.
— A ver… deme
un segundo que busco… Ya está, acá encontré una.
— Bien, dígala
con voz fuerte y decidida.
— “Las negras
se embarazan para cobrar planes del Estado”.
— ¿Y? ¿Qué tal?
— Pues… ¡Sí,
funciona!
— ¿Qué sintió?
— Sentí durante
unos segundos que yo era el dueño de una empresa que explotaba a sus obreros y
que los sometía a jornadas largas y extenuantes y a condiciones laborales
subhumanas, todo a cambio de un salario de mierda.
— Perfecto.
Pruebe con otra.
— A ver… ésta:
“El populismo es el cáncer de la democracia”.
— ¿Y bien?
— ¡Wow! ¡Me sentí como un economista liberal, de esos que le
cobran una torta de guita a un grupo de empresarios imbéciles, a cambio de
dictarles conferencias en las que básicamente les dice todas las forradas que
quieren escuchar!
— Excelente.
Vamos con una más.
— Ok… ésta de
aquí: “A éste país hay que sacarlo adelante tra-ba-jan-do”.
— ¿Y funcionó?
— ¡Desde ya!
Sentí durante un instante que era el dueño de miles de hectáreas de soja, y que
les gritaba a mis peones, varios de ellos menores de edad y con los pulmones
llenos de glifosato, para que trabajen más y más rápido. ¡Hasta me dieron ganas
de blandir un látigo! Gracias doctor, era justo lo que buscaba.
— Pues me
alegro.
— Ahora, tengo
una duda… ¿Esto tiene alguna contraindicación, alguna clase de efecto
colateral?
— Bueno, pues
sí. Se recomienda llevar este tratamiento con suma cautela, ya que puede
producir cierto grado de adicción en el paciente, y con ello el riesgo de que
sufra delirios y alucinaciones.
— ¿Cómo es eso?
— El paciente,
al proferir estas frases más veces de las que se recomienda por día, puede
llegar a creer que realmente es un magnate millonario e inescrupuloso por un
período más largo que el aconsejable. Luego, pasada la euforia y el frenesí, el
retorno a la realidad suele ser un golpe demasiado duro para quien no está lo
suficientemente preparado, ya que cae en la cuenta de que sigue siendo el mismo
piojo resucitado de siempre, pero que se odia a sí mismo y a su clase social, o
sea, a toda la gente que lo rodea a diario. Inclusive, hubo casos en los que el
paciente quedó tildado para siempre, digamos.
— ¿Tildado?
— Claro. Hemos
tenido casos de trabajadores humildes que terminaron hablando como si fuesen
sus propios patrones de forma permanente. Imagínese, un simple empleado
pidiendo que se flexibilicen las leyes laborales que lo protegen para
“facilitar la llegada de inversiones extranjeras”, o un obrero fabril
reclamando que se abran las importaciones “para que el mercado se vuelva más
dinámico y creativo” … Una locura.
— Entiendo.
Bien doctor, muchas gracias.
— No hay de
qué. Y recuerde: vaya despacio con este tratamiento. No queremos que usted se
termine convirtiendo en un fascista hijo de puta a tiempo completo.
— Mire doctor,
yo la verdad que le agradezco sus consejos, pero si hay algo que no voy a
tolerar es que un empleaducho estatal como usted, que
vive del dinero de mis impuestos, me diga lo que tengo que hacer. Hasta nunca,
negro de mierda.
LA BATALLA ES
CULTURAL
Hola? Dr.? Usted no me conoce...pero podría decirme dónde consigo ese libro?
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