Por Gustavo Dessal
9 de
agosto de 2024 - Página 12
Los “Protocolos de los Sabios de Sion” fueron una de las más
famosas teorías conspiranoicas, un alegato antisemita publicado por primera vez
en 1902 con el objetivo de justificar las matanzas de judíos en la Rusia
zarista. Creado por la policía secreta del Zar, alcanzaron una enorme difusión
a partir de 1917 para culpar a los judíos de la Revolución Comunista. El
periódico The Times presentó en 1921 pruebas concluyentes de que no solo se
trataba de una falsificación, sino también de un plagio. Habían sido prácticamente
copiados de un libelo cuyo autor, un tal Maurice Joly, abogado y escritor
satírico, fue encarcelado por escándalos y agresiones.
En su obrita “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y
Montesquieu”, Joly ataca al gobierno de Napoleón III, lo cual le valió la
prolongación de su estancia en la cárcel. Los Protocolos de Sion, basados en
ese curioso libro, argumentan la existencia de un plan judeo-masónico para
apoderarse del mundo y Hitler los utilizó como parte de su propaganda. El falso
texto ya había impulsado la masacre de 6000 judíos en Bielorrusia por
colaboracionistas de los militares del exejército zarista y de los mencheviques
contrarios a la revolución bolchevique. Esa oposición a Lenin responsabilizó a
los judíos de la llegada del comunismo al poder en 1917.
El fenómeno de la creencia colectiva se remonta a los
orígenes de todos los grupos humanos, y más allá de las distintas formas que ha
cobrado a largo de la historia, sus misteriosos mecanismos han sido iluminados
por Freud en su obra “Psicología de las masas y análisis del yo”, y continuados
por Jacques Lacan en sus investigaciones clínicas sobre los conceptos de
revolución, libertad, y la crítica a la teoría hegeliana de la relación entre
el amo y el esclavo.
En la actualidad, las llamadas teorías conspiranoicas son la
extensión posmoderna de una subjetividad que ha surgido del metaverso, la
ficción ideológica de un mundo en el que la ausencia absoluta de referentes
éticos se compensa expandiendo la locura silenciosa que hay en cada uno de
nosotros.
Esa locura necesita la chispa de ciertos determinantes para
estallar y atacar a un colectivo que ocupa la función de chivo expiatorio, pero
también puede volverse contra sí misma de forma suicida.
Una locura que debe distinguirse de la psicosis
estrictamente clínica. Esta última constituye un subconjunto del delirio
generalizado que deforma las relaciones del ser hablante con el llamado
“principio de realidad”, una continuación más funcional del principio del
placer.
Las creencias paranoicas de carácter colectivo han aumentado
a la velocidad de la redes sociales que, a diferencia de antaño, consiguen una
difusión instantánea gracias a la independencia que poseen los usuarios para
expresar sus ideas.
Una gran parte es inofensiva, pero existe un submundo
también accesible, un universo donde reina el odio, en ocasiones gratuito, y en
otras alimentado por grupos altamente coordinados.
El ejemplo más alarmante es QAnon, una organización que nos
permite verificar algunos efectos psicopatológicos notables. Jesselyn Cook,
periodista y escritora, acaba de publicar un apasionante libro sobre este tema.
Desconozco su conocimiento del psicoanálisis, pero le supongo un saber al
respecto dado que sus conclusiones son coincidentes con la clínica freudiana y
lacaniana. Su obra se titula “El daño silencioso: QAnon y la destrucción de la
familia estadounidense” (no hay traducción al castellano). Aunque la temible
red QAnon es seguida por un 20 por ciento de los americanos, el libro vale para
todas partes del mundo, puesto que esa red va conquistando cada vez más
terreno.
QAnon es en realidad una organización de docenas de redes
dedicadas a propagar creencias tales como que Michelle Obama se dedica a
almacenar sangre de niños, Hillary Clinton dirige una red de pederastia y
tráfico de órganos, y la inexistencia de la covid-19, una invención destinada a
que la población mundial reciba un microchip en cada vacunación con el objetivo
de dominar sus mentes.
Algunos casos singulares entrevistados y estudiados por
Jesselyn Cook resultan significativos. Andrea (nombre ficticio) se divorcia
súbitamente tras rumiar durante meses lo que lee en la red QAnon. Su hijo, que
la amaba y admiraba, no comprende por qué su madre ha comenzado a atacarlo con
centenares de correos electrónicos y toda clase de mensajes acusándolo de cosas
inverosímiles.
Otro sujeto, Matt, se prepara para organizar “La Tormenta”,
expresión que Donald Trump emplea para referirse a la toma absoluta del poder.
Matt utiliza una parte sustancial de los ingresos familiares para sostener esta
misteriosa campaña que reúne a grupos de ultraderecha y neonazis.
Como señala la autora del libro, estas historias tienen en
común el esfuerzo y el sufrimiento de los familiares y allegados por tratar de
encontrar un sentido al abismo al que sujetos como Andrea y Matt se han
asomado.
El peligro no reside solamente en la descomposición psíquica
de millones de personas, sino también en los efectos sociales y políticos.
Detrás de QAnon hay enormes intereses de corporaciones que
aprovechan la locura desatada para profundizar el expolio, la explotación y la
infame brecha en el reparto de riqueza. Una vieja práctica, ahora revitalizada
con los instrumentos ultramodernos de la tecnología y el tráfico de datos.
Fundada por Robert Proctor, profesor de Historia de la
Ciencia en la Universidad de Stanford, la “Agnotología” (del griego “agnosis”,
“desconocer”) es una disciplina que estudia cómo se fabrica la ignorancia
mediante políticas absolutamente calculadas, que no vacilan en poner en duda
axiomas científicos sólidamente probados. El fin es favorecer intereses
económicos que contraatacan cualquier tentativa que pueda entorpecer sus
propósitos.
Las armas de desinformación masiva son empleadas por grupos
de poder que se valen de la colaboración a sueldo de políticos, medios de
comunicación, periodistas y especialistas en la creación de relatos
perversamente destinados a destruir las bases morales de la democracia.
El fracaso para lograr un acuerdo que ponga freno o al menos
ralentice el cambio climático se debe a las gigantescas inversiones económicas
que las industrias de recursos fósiles han realizado para diseminar el
negacionismo. Eso les ha permitido “comprarse” medio siglo de explotación y
destrucción del planeta.
Las armas de desinformación masiva son también instrumentos
de distracción diseñados para sembrar el caos, la desconfianza, la duda y la
confusión en los grandes momentos de crisis política, donde enormes colectivos,
algunos víctimas y otros cómplices, se apuntan al bando de la ignorancia.
La “Agnotología” forma parte de lo que las jóvenes
generaciones deben aprender desde los inicios de su formación escolar. No será
fácil, porque habrá que luchar también contra la indignación de los
terraplanistas y las asociaciones que difaman a Darwin. ¿Creíamos que eran un
pequeño grupo de delirantes? Ya se cuentan por cientos de miles...
En el siglo XIX cundió el rumor de que la ladera junto al
Danubio en Budapest iba a desmoronarse, lo cual provocaría la destrucción de
toda la ciudad. Los ricos se mudaron a lugares alejados y el valor de la
propiedad en las zonas céntricas cayeron en picada. Una vez más, los efectos de
lo simbólico en lo real beneficiaron a los de siempre. Todavía no existía
Internet, ni redes sociales, ni “haters”. Pero con los seres hablantes era
suficiente. Nuestra pulsión de muerte por acabar con todo es tan intensa como
nuestro ingenio para crear lo más grandioso: hemos inventado tanto el gas
ziklón como la penicilina.
Gustavo Dessal es psicoanalista.
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