Si cuando discurre en forma confusa y criptica sobre la escuela económica marginal a la que adscribe, el Presidente resbala con facilidad, cuando se interna en la historia su desconocimiento es alarmante. Reivindicar desde el Cabildo de Córdoba la Revolución de Mayo es casi un símbolo de su gobierno. Dicho Cabildo se opuso a los acontecimientos ocurridos el 25 de Mayo de 1810, el haber tomado el gobierno en sus manos, desplazado al Virrey Cisneros hasta tanto Fernando VII recuperara su trono en la España invadida por los ejércitos napoleónicos. Recordemos que en el Cabildo de Buenos Aires el 22 de mayo, el pueblo debatió si debíamos seguir teniendo virrey o darnos una junta de gobierno.
La noticia llego a Córdoba el 30 de mayo. Liniers que vivía en Alta Gracia, que fortuitamente se encontraba en la capital de Córdoba y que le había entregado nuevamente el mando a Cisneros el año anterior, después que el Virrey había huido durante el intento ingles de apoderarse de Buenos Aires, se puso al frente de la contrarrevolución junto con el intendente de Córdoba del Tucumán Juan Gutiérrez de la Concha. Ambos, entonces, encabezaron la oposición a lo decidido el 25 de mayo. A ellos se sumaron el obispo Rodrigo de Orellana, Santiago Allende, coronel de milicias de la caballería del rey; los alcaldes Piedra y Ortiz, el asesor Victorino Rodríguez, y otros funcionarios de la burocracia española. A las febriles reuniones de esos días también asistía el Dean Funes, pero con una visión opuesta, dado que simpatizaba con lo decidido la Junta de Mayo.
El 5 de junio la gobernación dejó en claro su posición: se oponía a la Junta de Buenos Aires que había actuado sin mas autoridad que la fuerza y declaraba que no se enviarían diputados como se había decidido el 25 de mayo. Al día siguiente lo dijo explícitamente que no reconocía ninguna autoridad de Buenos Aires. Argumentaba además que para tomar esa decisión tan importante debía haber consultado a los pueblos que conformaban el territorio bajo el gobierno de Baltasar Hidalgo de Cisneros
Los intentos de disuasión realizados por Belgrano y Saavedra fueron infructuosos. Gutiérrez de la Concha se negaba a reconocer a la Junta de Sevilla, a pesar que estaba claro que todo se hacía en nombre del rey Fernando VII.
Escribió el historiador y periodista Adrián Pignatelli: “El 20 de junio Liniers recibió una carta confidencial de Cisneros en el que lo autorizaba a ponerse en frente de un movimiento contrarrevolucionario y que debía coordinar las acciones con los españoles del Perú. El héroe de la Reconquista se metió de lleno en los planes, aunque amigos como su apoderado Francisco de Letamendi -socio de Sarratea, que era su suegro- le insistió una y otra vez que no se metiese, que todo terminaría mal.
La idea de Gutiérrez de la Concha era la de armar un ejército considerable, que diera batalla en un terreno en su provincia y que, si las cosas no saliesen de acuerdo a lo planeado, dirigirse hacia el norte para encontrarse en Jujuy con las fuerzas españolas que supuestamente vendrían del Perú. Los cordobeses eran optimistas: Montevideo y Paraguay eran resistentes a la Primera Junta; había otras provincias que posiblemente se plegarían a la resistencia y si Córdoba triunfaba seguramente los pueblos se encolumnarían y la victoria sería segura.”
El gobernador contaba con lo que hoy Milei denominaría “los argentinos de bien”
El ejército enviado desde Buenos Aires, el 25 de junio, a las órdenes del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, tenía instrucciones precisas de fusilar a los amotinados, la que fue firmada por todos los miembros de la Junta, menos Alberti, que era sacerdote y se abstuvo. A medida que avanzaba el ejército, y a pesar de los intentos de sobornarlo, cumplió con los objetivos de terminar con la conspiración y detener a los cabecillas.
El Cabildo de Córdoba, que había apoyado entusiastamente al gobernador, cuando la mano vino cambiada, sentando un precedente que se reiterará muchas veces en el futuro, aceptaron la Primera Junta.
Cuando el 31 de julio Liniers y otros conspiradores con sus menguadas fuerzas, porque la mayor parte se habían dispersadas, emprenden el camino hacia el norte, el Cabildo de Córdoba envía un emisario para expresar su satisfacción al ejército porteño y que los recibirían, como no podía ser de otra manera con “los brazos abiertos”
Cuando los cabecillas fueron apresados, Ortiz de Ocampo no se animó a fusilar al héroe de las invasiones contra los ingleses y decidió trasladarlo a Buenos Aires. Enterado Mariano Moreno le ordenó a Juan José Castelli que vaya y lo ejecute donde lo encontrase y que si no se animaba, él iría personalmente.
Cuando Castelli y French llegaron a Cabeza del Tigre, alcanzando a la caravana que trasladaba a los prisioneros a Buenos Aires se dispusieron a ejecutar la orden impartida.
Julio Sierra en el libro Fusilados escribió: “Cuentan que Liniers, en el momento de vendarle los ojos, dijo:
- ¡Quita, nunca he temido a la muerte y mucho menos cuando muero por mi fidelidad a la Nación y al Rey!
En voz baja pero audible imploró el auxilio de la Virgen del Rosario, de la que siempre fue devoto, de rodillas. Luego miró directamente a los soldados, que tenían las armas preparadas, y les dijo;
- Ya estoy, muchachos.
En ese mismo momento Juan Ramón Balcarce dio la señal y se produjo la descarga. La impericia o el nerviosismo de los soldados hicieron que, a pesar de los seis tiros que le dirigieron cayera al suelo con vida. …. Pero Liniers no murió hasta que French, su antiguo subordinado y compañero de luchas, le disparó con una pistola en la frente.”
El único amnistiado por su condición de cura fue el obispo Rodrigo Antonio de Orellana a quien Rivadavia en enero de 1812 le restituyó su sede.
Sería interesante saber, si Milei hoy en Córdoba, recordó a los revolucionarios de Mayo o a los que se opusieron, precisamente ahí en el Cabildo donde pronunció su discurso.
Conociendo su pensamiento y su trayectoria, donde alguna vez aconsejó “irse de este país de mierda” es posible que se sienta identificado con este párrafo final del libro citado: “En junio de 1862, la Reina Isabel de España, hija de Fernando VII, pidió al gobierno argentino que los restos de Liniers y los demás fusilados fueran trasladados a Cádiz para ser depositados con honores en el Panteón de los Marinos Ilustres de San Carlos. La lápida que recuerda sus nombres y sus cargos está acompañada por otra en la que puede leerse: “Juntos en la Gloria, como lo estuvieron en el Infortunio”
25-05-2024
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