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El debate entre Milei y Massa acaba de terminar y Majul da sus legendarios
golpes de cuello. Son una ráfaga de descargas eléctricas que buscan liberar las
fuerzas malas que se acumularon durante más de una hora. Está tocado por
dentro: meses defenestrando a Milei para luego ser su tutor por esas cosas gratuitas
de la vida y ver más tarde cómo Massa lo tiernizaba como a un cordero lechal
durante una hora de horno televisivo con papas.
Juan José Becerra
Debate
presidencial previo al balotaje. NA
Actualizado
el 13/11/2023 DIARIO AR
Arranquemos
con dos palabras fuertes, fuertísimas: Luis Majul. Y un agradecimiento a dios,
aunque no exista: no hay con qué pagar la gracia de habernos hecho
contemporáneos de su talento descollante para ejercer el periodismo en estado
de arte desde ese templo de la libertad de expresión que es LN+.
En
un futuro podremos decir: yo lo vi a Majul en LN+ como quien vio a Maradona en
Nápoles. Lo vi, no me la contaron. Oí un millón de veces su voz aflautada
entonando las canciones del Bien, vi su pasión desinteresada para que la
Argentina salga de la cloaca en la que la metieron todos los argentinos menos
Mauricio Macri, y también sentí y admiré su intransigencia insobornable: la
mala fe no se negocia. Nunca.
Y
allí está, otra vez, superando sus récords de inmolación en nombre de la
República de Acassuso y su Príncipe de Calabria. El debate entre Milei y Massa
acaba de terminar, y Majul da sus legendarios golpes de cuello. Son una ráfaga
de descargas eléctricas que buscan liberar las fuerzas malas que se acumularon
durante una hora. Está tocado por dentro. Se comprende la conmoción: meses
defenestrando a Milei para luego ser su tutor por esas cosas gratuitas de la
vida y ver más tarde cómo Massa lo tiernizaba como a un cordero lechal durante
una hora de horno televisivo con papas.
En
la disposición de Zoom por la que la pantalla de LN+ finge discusiones
abiertas, Majul es un centro de gravedad del que cuelgan las hilachas de la
irritación. Otra vez se ha pegado el palo contra la realidad política, y su
rostro de mil gestos indica que sigue prefiriendo la suya. Es el que domina el
escenario devastado. Presiona a José Del Río, a Paulino Rodríguez, a Débora
Plager. Es el líder de un ánimo colectivo descendente.
Mientras
pone a funcionar su carburador mental, pide a la producción que le preparen un
audio de Massa en el que el tiernizador de Milei invita a sus simpatizantes a
continuar con la llamada “micromilitancia”. Es un mensaje naif de solicitud de
apoyo pensado para viralizarse, pero Majul regula su expresión como si hubiera
visto imágenes sórdidas en la deep web y lo anuncia como algo “tipo piraña, muy
brutal”. Se lo ve asustadizo hasta la alucinación, y decepcionado con Milei.
Ay, si hubiera ido él a debatir con Massa, le habría ahorrado disgustos a la
Argentina Buena.
Entre
todos se pisan las lenguas para tomar nota de todo lo que no dijo Milei. La
situación es la del que corrió el último tren y no alcanzó a subirse. A Del Río
le entró la bala del escepticismo y habla en términos derrotistas del Plan
Platita y el Plan Miedo. Majul le levanta la moral a una tropa reptante: “No
subestimen el Plan Hartazgo”, en alusión a lo que todavía la sociedad no habría
manifestado contra Massa.
La
desesperación por emparejar la cancha que quedó inclinada en el debate, lo
lleva a hablar de más. Majul: el hombre que no calla, el enemigo público del
silencio. Alguien recuerda un pasaje del debate en el que Massa le dice a Milei
que sus socios lo abandonaron, en alusión a las ausencias de Bullrich y Macri
en el ringside, y entonces Majul se tira en palomita sobre el error no forzado.
Primero se sube a los zapatos con plataforma de la arrogancia: “Está bien lo
que decís. Es cierto, pero es corto”. Y ataca, ya con los zapatos con
plataforma puestos: “¿Estuvo Cristina?”. No, le dicen, pero estuvieron Alicia
Kirchner y Axel Kicillof.
Majul
es un as en oir sin escuchar. Vive ocupando su cabeza con lo que tiene que
decir o lo que le dicen que tiene que decir. Su periodismo es un periodismo de
hotel capsula en el que sólo cabe él. Así le fue. Porque en vez de cortar por
lo sano y pasar a otro tema, fue hacia adelante para retroceder: “¿Estuvo
Insaurralde? ¿Estuvo 'Chocolate Rigou'?”. Yo no quiero meter la púa porque son
horas delicadas, pero ¿Majul está comparando a Macri con Rigou?
El
esfuerzo de Majul por hacerle un RCP electoral a Milei, y hacerlo así,
desinteresadamente, por los colores de la República, sin recibir nada a cambio,
es emocionante y debería inspirar a las generaciones del porvenir. Pero lo que
ocurrió antes de que él y su panel de hermeneutas vocacionales se pusieran a
traducir la realidad del debate a una enésima expresión de deseos incumplibles,
fue tan desproporcionado que estuvo al borde de la desnaturalización.
Massa
dominó el trámite en todos los niveles de disputa. Atacó, asedió, presionó
sobre lo blando y contragolpeó las durezas. Por momentos, las zozobras de Milei
produjeron pena y hasta un deseo humanitario de protección. Una pregunta crecía
en el ambiente: “¿Qué hace ese tipo ahí?”. Sin la fuerza ni la confianza que
obtuvo de los anfitriones televisivos con los que se formó como personaje de la
comedia pública, Milei se quedó sin mundo donde actuar.
Massa,
que es una bestia de caza, lo fue a buscar a su cueva y lo sacó de los clichés
obligándolo a repetir o a negar los chichés. De golpe, en el lugar de los
tutores que lo llevaron por las sendas presidenciales, en el lugar donde
Fantino lo recibía con su campechanismo de tea party y Jony Viale con su risita
sadeana y el inexplicable Trebucq con sus “códigos”, apareció el Antagonista
para hundirle una y otra vez en él cuestionario envenenado del: “¿Sí o no?”.
Lo
que ocurrió en el debate, sin un segundo de tregua, fue una rotura de
continente (la figura de Milei, una figura sin hombre) en el que se abrió el
vacío. Del “otro lado”, había casi nada, o directamente nada. Massa detectó la
falta de consistencia del rival y hasta su falta de deseo, ya no un: “¿qué hace
ese tipo ahí?” sino un; “¿qué hago yo acá?”.
La
flor de un día comienza a marchitarse, lo que no significa nada. Falta votar,
pequeño detalle, y cursar una semana argentina en la que van a contarse mil
historias. Sin perjuicio del resultado electoral, que es un enigma hasta que
sea un hecho, la figura del león se viene apagando, lo que paradójicamente lo
muestra en toda su expresión: un maximalista de ideas regresivas sepultado bajo
el peso de un repertorio sin vida y una crisis de oferta. Mientras tanto, Massa
se encamina hacia una instancia en la que vemos bajo la luz de la ansiedad, a
dos personas de las cuales solo una tiene el poder de poder.
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