¡Hay que tener ganas!

 

Por Fabián Restivo

27 de octubre de 2023 PÁGINA 12

Imagen: Fabián Restivo
 
El 15 de marzo pasado nos subimos a una lancha que nos llevó a la isla Martín García. Fuimos invitados a ver una obra que inauguraba el gobernador Kicillof: una planta de paneles solares que cubriría la demanda de electricidad de la isla. La explicación del porqué de esa inversión era simple: los generadores están envejeciendo por lo que muchas veces se quedan sin luz, y esta nueva planta, además, ahorraría mucho dinero que se gasta en combustible.
 
Alguien en el viaje de ida, dijo: “ahí viven un puñado chiquito de personas ¡hay que tener ganas de venir hasta acá para hacer esto, eh!”
 
No es un pensamiento original, “¡hay que tener ganas!” es algo que todos o casi todos escuchamos alguna vez, y siempre referido a algo parecido: un esfuerzo para algo que parece pequeño. Es una frase tan popular como “cerrá el portón que se escapó el caballo” cuando alguien hace algo que llega tarde y que podría haberse previsto. La cultura popular está llena de dichos, “nunca falta un roto para un descosido”, o “dios los cría y el diablo los amontona.” Dependiendo de las creencias, es el diablo o el viento quien los amontona, pero si me meto en esas dos frases corro el riesgo de terminar escribiendo sobre esta pantomima que ocupó la atención toda la semana y que acaba (parece) en un empate entre malos, tan indigno como fraudulento, con la única salvedad que ya de antes no tenían dignidad ninguna que perder.
 
Hace muchos años, escribí que en Bolivia, durante el gobierno de Evo Morales, teníamos una oposición intelectualmente nula, políticamente estéril y humanamente miserable. Es increíble lo fácil que es darle la razón a Jorge Luis Borges cuando dijo que todos nuestros pueblos son iguales, “incluso en eso de creerse distintos.”
 
Y me fui nomas para donde no quería. Es increíble como no podemos escapar de lo que pasa. La última cena con amigos comenzó con “che, por favor, no hablemos de política” y no es necesario contar como acabó la noche. Pero lo cierto es que hay mucha gente defraudada y triste, y el triste no perdona, aunque disimule ante sí mismo y parezca que perdonó.
 
Pero retomando el principio, Axel Kicillof inauguró aquello como si fuera una planta nuclear. Quizá fue el mismo entusiasmo que lo llevó hace algunos años a recorrer la provincia a bordo del ya famoso Clío donde muy probablemente alguno de sus amigos le dijera “viejo, de verdad ¡hay que tener ganas!”. Quizá la magia resida en hacer las cosas pequeñas con el espíritu de que todo puede ser épico, o con la máxima de Hebe: “no hay tareas chiquitas”.
 
La diferencia en esta elección entre las nacionales y la Provincia de Buenos Aires deja una claridad que casi nadie quiere ver o les da tanta fiaca que prefieren ignorarla, que es volver a la política cara a cara, mate a mate, charla a charla. Pareciera que las grandes palabras por televisión o radios o redes, perdieron esa vez frente a algo tan simple como bajarse del autito y conversar. Cuando después Axel salió a hacer campaña por los medios hace cuatro años, la gente ya lo conocía, lo había visto, había charlado tomando mate con él, incluso allá, en esos pueblitos donde no llegan ni las cartas. Mucha gente pasó de mirar por la tele al ministro de economía, a ver ese muchacho que bajaba del auto, mate en mano junto con su amigo, a preguntar qué tal va la vida, en que andan, que cosas están pasando. Quizá -no lo sé- armó una bitácora y con eso en una libreta hizo el plan que le permitió gestionar gobierno para una provincia que tiene más población y más diversidad que varios de los países del continente, repartido en una extensión asombrosamente grande y donde siempre hay muchas necesidades por cubrir.
 
El asunto en cuestión es que si, tuvo ganas de mejorar la vida de los habitantes de una isla poblada por poco más de cien almas, y si tenemos en cuenta que el Clío (por más famoso que sea ahora) no es anfibio, se deduce que su gestión se extendió más allá de la bitácora.
 
Ahora bien, una cosa es la campaña, más o menos ingeniosa, más o menos pensada, con o sin estrategia, y otra lo que viene después; ideas, trabajo, equipo, ejecución. Y allí se puede notar de donde viene el resultado de esta elección en la Provincia de Buenos Aires: más de veinte mil casas entregadas y otras tantas en proceso de construcción, hasta otra cantidad de obra pública y social, el mejoramiento de escuelas y hospitales y una ristra de números que aturdirían al más interesado, porque vivimos unas épocas raras, donde la mayoría quiere información, pero cortita y rápido, datos pero sin detalle, y crónicas sí, pero livianas, sin tantas letras. En todo caso, como dijo Dolina “a la gente no le gusta leer, le gustaría haber leído.”
 
Esta segunda campaña tuvo la misma matriz que aquella primera, pero recargada por la gestión, también cara a cara, también charlada, también con mate preguntando: “¿cómo va la vida?” y no por preguntar, sino para saber que más hacer, para donde ir. Con ganas de ir. Y en estos tiempos de tik tokers chistosos, influencers de alquiler, youtubers opinadores y memes revalidados como suplentes de cualquier razonamiento, lo realmente normal, que es hablar tomando mate, se convierte en algo digno de ponderar. Y no es sarcasmo. Entonces cuando el lunes, Axel Kicillof con los veinte puntos de diferencia a su favor en la mano, anunció: “la campaña sigue hasta que Sergio Massa sea presidente” fue más allá del apoyo partidario. No lo explicó, pero la razón atañe directamente a la gestión: en algunos casos una parte de las inversiones en casas, escuelas, obras y otras cosas que benefician a los bonaerenses, vienen del gobierno nacional, y eso está en riesgo. Ese anuncio fue una forma avisar, de prever y cerrar el portón antes de que se escape el caballo, no sea que el rejunte de rotos y descosidos amontonados por el viento o por el diablo, nos dejen a todos sin luz, como antes pasaba en la isla.
 
Así que sí, hay que tener ganas.