Por Osvaldo Soriano
Página 12 - 1992
Los
fervores de mayo se han apagado hace mucho tiempo, pero las voces de la
Revolución abortada todavía están ahí y reclaman lo mismo de entonces:
libertad, justicia, igualdad, independencia. ¿Son utopías? ¿Asignaturas
pendientes? No importa el nombre que se les dé. Son deudas que tenemos con
nosotros mismos. Nada de patrioterismo mesiánico ni de nacionalismo venal: sólo
la insistencia en construir, algún día, una patria en la que sus habitantes
puedan sentir que están buscando lo mejor para todos y no la fortuna de unos
pocos.
No
era otro el propósito de Moreno, Belgrano, Castelli, French y San Martín. Ellos
ganaron las primeras batallas pero no pudieron evitar la guerra que engendrara
monstruos. Castelli, mientras se muere enmudecido por un cáncer, garabatea
esquelas y lee el futuro. Por mandato de la Junta elegida el 25 de mayo,
intentó en los cerros del Alto Perú una inmensa Revolución. Liberó indios,
predicó la trilogía tenaz de “libertad, igualdad, independencia”, fusiló
mariscales torturadores y colonialistas empedernidos.
Castelli
fue el brazo implacable del joven secretario Mariano Moreno que procuraba desde
Buenos Aires forzar el rumbo de una Junta formada de apuro: En esos días de
1810 nace la esperanza de una aldea orgullosa que va en busca de su destino.
Esos hombres tienen un ideal gigantesco: formar, de la nada, una nación moderna
y solidaria, heredera a la vez de la Revolución Francesa y de la joven
democracia norteamericana. Todos ellos se perderán en una tempestad de pasiones
y desencuentros. En una década de guerras horrendas y proyectos inmensos, esos
hombres pasarán a la historia nada más que por creerse sus sueños. Van a la
muerte o al exilio por ellos y por el futuro. Escriben sus penas y ocultan sus
amores. Creen que la historia está por hacerse y aceptan el desafío. En poco
tiempo, el viento de la Argentina rebelde corre por el continente: es en nombre
de Mayo que los esclavos se levantan y los pueblos aplastados reclaman
justicia. Duró un instante, nada más, pero fue grandioso y vale la pena
recordarlo más allá de la escaparapela en el pecho y la aburrida canción del
colegio.
Ahora
los héroes son estampas congeladas. Ya no rugen Moreno y Castelli, no se
desmaya de hambre Belgrano en el campo de Tucumán, no enloquece French ni
enfrenta San Martín el dilema de Guayaquil. Queda, apenas, la vanidad de un
coraje perdido. Nada que evoque la pasión de aquellos fundadores que no
amasaban plata sino ilusiones.
Sin
embargo, por ridículo que parezca, todo está por hacerse. En alguna recóndita
parte nuestra se enhebran los hilos invisibles de un sueño inconcluso. Otra
libertad que no necesite de famosos cantando por televisión; una igualdad de
oportunidades en la que no haya miseria ni ignorancia; una independencia que no
signifique aislamiento ni odio. Una utópica nación de hombres honestos que haya
pagado sus deudas con el pasado.
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