Por Matías Bauso
19 Abr, 2023 INFOBAE
Pocas horas antes había logrado que sus hombres mataran a los últimos resistentes. Ya no quedaba nadie. En dos años habían deportado y asesinado a 450.000 polacos judíos.
El Gueto de Varsovia había quedado vacío y (completamente) destruido. Nada quedaba en pie. Excepto la Gran Sinagoga de la Calle Tomaklie. Pero eso cambiaría en pocos minutos.
El horror del Gueto
El Gueto de Varsovia fue creado en octubre de 1940. La superficie equivalía al 2% del total de la ciudad. A los nazis no les importó hacinar allí al 30 % de la población. Encerraron a los judíos polacos. Los aislaron en condiciones infrahumanas. Luego la población del gueto fue alimentada con otros judíos deportados desde diferentes destinos. Llegó a tener una población de 450.000 personas. Los servicios sanitarios y médicos eran insuficientes, las viviendas no alcanzaban y la comida escaseaba. Las enfermedades comenzaron a propagarse con velocidad. A partir de 1942 comenzaron las evacuaciones masivas hacia los campos de concentración y exterminio que fueron despoblando el lugar.
La portada del Informe Stroop presentado como prueba por el fiscal norteamericano en el Juicio de Nuremberg. La copia encontrado fue la que pertenecía a Himmler
El diario del horror
Familias enteras que se lanzaban desde las ventanas de los edificios para no sucumbir bajo las llamas; preferían una muerte más veloz. Mujeres que antes de caer en manos de los nazis y ser abusadas hacían explotar una granada en su cuerpo cuando los soldados se acercaban a ellas. También cuenta con fruición como decenas de personas eran incineradas bajo el fuego de los lanzallamas. Algunos pocos eran deportados; otros fusilados apenas eran hallados. “Capturamos a 1500 judíos y ejecutamos a 361 bandidos”, consignó Stroop en su diario el 6 de mayo.
Algunos pocos pudieron escapar por las cloacas y las alcantarillas. Esos eran perseguidos en la ciudad por los colaboracionistas polacos. Los denunciaban, los apresaban ellos mismos o los linchaban.
Mordachai y otros líderes, acorralados, se suicidaron durante la segunda semana de mayo.
El 16 de mayo, Stroop dio por terminada la tarea. Ya no quedaba nadie con vida de los antiguos ocupantes del Gueto de Varsovia. El paisaje era post apocalíptico. Nada permanecía sano. Se había extinguido todo vestigio de humanidad.
Ese día, Stroop alineó a sus hombres y se paró frente a la Gran Sinagoga con el detonador en la mano. No le bastaba con haber eliminado a todos los habitantes y con haber destruido cada edificio. Debía demoler lo único que quedaba en pie. Mucho más por su importancia simbólica y espiritual. Su victoria se convertiría en real cuando la sinagoga sucumbiera a la dinamita que los soldados habían colocado en cada una de sus columnas.
“Fue un paisaje maravilloso. Una fantástica pieza teatral. Mis hombres y yo nos paramos a una distancia considerable. En mis manos sostenía el detonador que haría explotar todas las cargas simultáneamente. Uno de mis oficiales pidió silencio. Giré y mire una vez más a mis valientes hombres, cansado y sucios, recortados contra el brillo de los edificios que todavía ardían. Alargué un poco el suspenso, generé tensión y grité: ¡Heil Hitler! Y apreté el botón. Fue como un trueno, un estallido ensordecedor. Se formó un arco iris en el horizonte, las llamas llegaron hasta el cielo. Fue un tributo inolvidable a nuestro triunfo sobre los judíos. No existía más el Gueto de Varsovia. La voluntad de Hitler y de Himmler se había cumplido”, contó años después a un compañero de celda, ya con la guerra finalizada y con el Tercer Reich aniquilado, mientras esperaba ser juzgado en Dachau.
El informe fue presentado y archivado en las oficinas centrales de Varsovia. Tuvo tres copias más. Todas encuadernadas en tapa dura de cuero. Una edición de lujo que Stroop mandó a hacer especialmente para reglar a Himmler, como un tributo a los jerarcas del régimen. Las otras dos copias con tapas de cuero se las quedaron él y Jesuiter. El horror con encuadernación de lujo.
Tras la guerra se recuperaron dos de esos ejemplares. El de Himmler fue adjuntado como prueba al Juicio de Nuremberg.
El nazi convencido que comandó la masacre
Después de la destrucción del Gueto de Varsovia y la eliminación de su población, Stroop fue ascendido. Quedó a cargo de la policía y de las SS en la ciudad. Fue condecorado con la Cruz de Hierro. Tiempo después y con los mismos cargos fue enviado a Grecia.
Nueve aviadores norteamericanos fueron capturados y él ordenó que se los colgara en un bosque cercano. Cuando los generales atentaron contra Hitler, Stroop pidió que todos fueran ejecutados y se acercó aún más a Himmler. Fue de los pocos que se mantuvo sin críticas hasta el final. Y era de los que creía que la guerra se estaba perdiendo por las defecciones, por las traiciones internas. El final de la Segunda Guerra lo encontró al mando de un batallón de las juventudes hitlerianas, ese último desesperado nazi. Escapó hacia el oeste y adoptó una nueva identidad. Prefería ser capturado por los norteamericanos. Logró evadirse durante dos meses hasta que tuvo que reconocer quién era. Pese a llevar consigo una pastilla de cianuro, no la mordió. Cuando una de sus compañeros de celda le preguntó por el motivo, Stroop dijo: “Tuve miedo”.
Portada de la primera edición comercial del Informe Stroop. Tuvo varias ediciones que mostraron como los nazis consignaron el horror
Fue juzgado en 1947 en los Juicios de Dachau por el asesinato de los 9 aviadores de Estados Unidos. Él negó los crímenes. Fue condenado a muerte pero la pena se transformó en prisión perpetua.
Al año siguiente fue deportado a Polonia. Ahí lo volvieron a juzgar; en esta ocasión por integrar las SS y por los crímenes en el Gueto de Varsovia, por el asesinato de miles de niños y mujeres. Stroop negó nuevamente los crímenes. Nada quedaba del petulante que se vanagloriaba de la masacre y la dejaba asentada en encuadernación lujosa. Quiso desautorizar a los jueces acusándolos de judíos y de masones. Lo condenaron a muerte.
No pidió nada especial para sus últimas horas de vida. No tuvo una última voluntad. Tampoco se arrepintió de sus crímenes.
El 6 de marzo de 1952, en la prisión de Mokótov, fue ejecutado en la horca.
Levantamiento del gueto de Varsovia: la lucha hasta la última gota de sangre contra la maquinaria de muerte de Hitler
El 19 de abril de 1943 los judíos hacinados en el gueto se levantaron en defensa de la dignidad humana y la vida. Libertad o Muerte, dijeron. Y pusieron en jaque al nazismo. Esta es la heroica historia de los que nunca se rindieron frente al horror
Entre los muros grises de cuatro metros de altura, levantados a todo vapor, quedaron atrapados en un rectángulo de 8 kilómetros cuadrados 300 mil judíos, que llegarían a 500 mil en el apogeo de la guerra (AP)
Entre octubre y noviembre de 1940, a poco de que las tropas nazis aplastaran a Polonia –primero de septiembre de 1939– y mostraran las garras y fauces de la Segunda Gran Guerra –60 a 80 millones de muertos–, todos los judíos de Varsovia, la capital, y de otras regiones, fueron confinados a lo que sería el gueto de Varsovia. Pleno centro y sobre las ya invisibles ruinas de un gueto similar, pero de la Edad Media.
Entre sus muros grises de cuatro metros de altura, levantados a todo vapor, quedaron atrapados en un rectángulo de 8 kilómetros cuadrados 300 mil judíos, que llegarían a 500 mil en el apogeo de la guerra.
La diabólica prisión era un punto de paso: desde allí, en incesante goteo, los reclusos serían llevados en vagones a la muerte en los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka, Majdanek.
La vigilancia era tan estricta como cruel. Y el asesinato, sangre cotidiana. Custodiados por soldados de la SS y la policía polaca, todos los cautivos debían llevar de manera visible la Estrella de David en colores azul y blanco.
Desalojados de sus casas a palos y privados de toda libertad, debieron soportar burlas y humillaciones: desde lo alto de una carretera, crueles y estúpidos turistas los fotografiaban como animales en un zoológico.
Los judíos decidieron continuar con sus vidas, a pesar del horror. No cesaron sus ritos religiosos. Nadie interrumpió la lectura de la Torá. Sólo tenían luz y gas desde las diez de la noche hasta las nueve de la mañana, pero lograron que los niños tomaran clases en escuelas hebreas
El hambre no tardó en retorcer de dolor los estómagos. Además del hacinamiento (72 habitantes por habitación de 10 metros cuadrados), mientras los soldados del ejército alemán y de la SS consumían 2.130 calorías diarias…, los judíos apenas 920 gramos de pan, 295 de azúcar, 103 de mermelada y 60 de grasas… ¡por semana!
Una papa, un pescado, un bocado de carne, una fruta, un puñado de verdura que lograba eludir el cerco era una fiesta inolvidable.
Desde luego, las enfermedades se propagaron. Una epidemia de tifus sembró el gueto de cadáveres. Registro oficial promedio: 5.500 judíos muertos por hambre cada mes. Y el episodio límite de horror: una madre famélica comió una nalga de su propio hijo, muerto el día anterior.
Pero el espíritu humano suele ser invencible. Y en los judíos del gueto se multiplicó hasta el asombro. Decidieron, perdido por perdido, continuar con su vida. Con sus costumbres. Con sus oficios, más allá de los brutales castigos, los culatazos, los arreos en masa hacia la muerte, la aniquilación a golpes sin distinción: también mujeres y niños.
Establecieron un mercado negro en las orillas para conseguir comida. Los emisarios y repartidores eran los niños. Que, pequeños, ágiles, escurridizos, cavaban los cimientos, conseguían comida del otro lado del muro, y la llevaban a destino. Desde el cementerio judío, sin vigilancia, un día lograron pasar 23 vacas…
No cesaron sus ritos religiosos. Nadie interrumpió la lectura de la Torá. Sólo tenían luz y gas desde las diez de la noche hasta las nueve de la mañana, pero lograron que los niños tomaran clases en escuelas hebreas. Y de la nada urdieron mínimas industrias: lámparas hechas con papel de cigarrillos, y preservativos con chupetes en desuso…
El 19 de abril, centenares de soldados entraron en el gueto disparando cañones y morteros, mientras aviones Stuka de la Lutwaffe demolía los edificios con bombas. Pero la resistencia no levantó bandera blanca (United States Counsel for the Prosecution of Axis Criminality; United States Exhibits)
El correo estaba prohibido para ellos, pero no el ingenio: cruzaron cartas con parientes británicos, soviéticos, palestinos. Publicaron, entre gallos y medianoche, pequeños diarios y revistas en hebrero y en yiddish. Fundaron una biblioteca. No renunciaron al milagro de la música: los conciertos de violín se abrieron las puertas de la barbarie nazi.
Eso, a pesar de los apaleos porque sí, por el perverso placer de herir, y del diezmo en zloty (la moneda polaca) que exigía el dueño de un árbol… para que un judío pudiera sentarse un rato a la sombra. O el caso del guardia SS al que llamaban “Frankestein”, porque su rutina exigía matar a un judío cada día, por simple diversión.
En 1942, los conatos de rebeldía, las filtraciones y las fisuras parciales del telón de acero nazi obligaron a construir una cárcel (dentro del gueto, por supuesto) para 350 prisioneros. Pero en pocas semanas la atestaron casi 1.300 almas. No conformes, los monstruos construyeron otra… para 500 niños
Iniciado el mayor crimen contra la Humanidad (la Solución Final – acabar con todo el pueblo judío de Europa, 22 de julio de 1942) – el general SS Herman Höffle ordenó el vaciamiento del gueto de Varsovia "para el reasentamiento": sinónimo de muerte segura en los campos.
El alcalde se negó. Respuesta: cayeron sobre los judíos, en horda y de noche, tropas SS, polacos de la Policía Azul, milicianos y mercenarios de Ucrania, Lituania, Letonia, Estonia, más brutales que todo lo imaginado. Además de los apaleos y los fusilamientos, 5 mil judíos fueron subidos a vagones de ganado, deportados a Treblinka, y gaseados hasta morir.
Hasta nacer agosto, los exterminados sumaban 66.700. Cifra aterradora. De los iniciales 500 mil judíos, en el gueto quedaban apenas 70 mil.
70 mil judíos muertos, 13 mil caídos en combate, 56 mil prisioneros (7 mil fusilados en el acto y el resto muertos en las cámaras de gas de Treblinka). La última capturada: una niña, el 13 de diciembre
La lucha siguió durante 27 días: del 19 de abril al 16 de mayo de 1943. Los verdugos fracasaron: no hubo tabla rasa. Avanzaron calle por calle, piso por piso, pero fueron burlados: los judíos darían su último grito de libertad desde sótanos, bodegas, alcantarillas y todo rincón que los mantuviera a salvo y a favor del factor sorpresa.
Pero los nazis eran más y tenían, además de sus órdenes y su vocación criminal, armas ineludibles: válvulas de agua a presión, gases lacrimógenos y perros adiestrados para matar a todo judío que lograra eludir esas trampas.
Los últimos reductos fueron pulverizados con lanzallamas y explosivos. Muy pocos fugitivos alcanzaron a refugiarse en los bosques polacos, mientras entre el 4 y el 8 fueron capturados 4 mil en un refugio subterráneo. El 15, dinamitada una sinagoga. Y el 26, desgarrador recuento: 70 mil judíos muertos, 13 mil caídos en combate, 56 mil prisioneros (7 mil fusilados en el acto y el resto muertos en las cámaras de gas de Treblinka). La última capturada: una niña, el 13 de diciembre.
El gueto quedó vacío y en escombros. Allí donde la vida se había abierto paso con la sola fuerza del espíritu, y después con armas desiguales (conmovedoramente desiguales y bravías).
En el invierno de 1945, ya perdida la guerra y destrozado el delirio de un Reich para mil años, los alemanes demolieron las ruinas, cubrieron esos restos con tierra, y sobre los cimientos urdieron un verde parque.
El himno de los jóvenes del Levantamiento del ghetto de Varsovia
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