Transcribimos la nota publicada en el diario La Nación por el abogado y periodista Marcelo Gioffré, titulada “La discordia histórica entre la clase media y la “patria choriplanera”, la respuesta de Lucas Rozenmacher en Página 12 titulada: Vivir de la ucronía o anunciar que el mal encarnado en el pueblo siempre viene llegando y el testimonio de Hugo Presman publicado en Página 12 titulado “Yo fui testigo”
Yo fui testigo
Por Hugo Presman
3 de febrero de 2023 - Página 12
La nota del abogado y periodista Marcelo Gioffré publicado en La Nación del 28 de enero del 2023 bajo el título “La discordia histórica entre la clase media y la patria choriplanera”, ilustrado con un dibujo absolutamente prejuicioso de Alfredo Sabat, es una utilización maniquea de un notable cuento de Germán Rozenmacher, “Cabecita Negra”, síntesis del malhadado axioma de Sarmiento de “Civilización y barbarie”, con el que nos educan desde la más tierna infancia. Ahí Gioffre trata de instrumentar el cuento para justificar sus prejuicios que son los mismos del protagonista, el Sr Lanari, y en un momento menciona al autor como “un outsider con simpatías peronistas”.
El 1 de febrero le respondió en Página/12 Lucas Rozenmacher, hijo del autor, quien además de desnudar los prejuicios de Gioffré le contesta a la frase citada: “Germán Rozenmacher era un peronista, no un “simpatizante”. Germán era un joven judío peronista que creía en los movimientos revolucionarios en América Latina que querían transformar una realidad injusta y desigual”.
El autor de este testimonio puede atestiguar lo afirmado con una anécdota que varias veces conté en la radio y recordé con Cossa y Halac en reportajes radiales. Había venido a principios de 1964 desde Concordia (Entre Ríos), donde terminé el secundario como Perito Mercantil e inicié la carrera de Contador que concluí en 1969. Hospedado en una pensión de Córdoba y Reconquista me sumergí en la intensa vida cultural de Buenos Aires y en la frondosa cartelera teatral. Había surgido lo que se conoció como “El nuevo teatro argentino”, basado en la realidad social, y así fui espectador de “Nuestro fin de semana”, de Roberto Cossa, estrenada en 1964, “Estela de madrugada”, de Ricardo Halac, de 1965, “Réquiem para un viernes a la noche”, de Germán Rozenmacher, de 1964, entre otras, que abordaban desde distintos ángulos problemáticas de la clase media de la década del sesenta.
De manera que cuando avanzado 1965 en la Facultad de Ciencias Económicas se invitó a una mesa debate sobre las características y posibilidades de ese “nuevo teatro” con la participación de Cossa, Halac y Rozenmacher, ahí estuve para escucharlos. En ese 1965 la universidad era la “isla democrática”, con elecciones, autonomía, mientras que fuera de ese territorio el peronismo estaba proscripto. Predominaba el reformismo del socialismo argentino y del Partido Comunista que se enfrentaba al Humanismo influenciado por la Democracia Cristiana y la Iglesia. Los motivos de las luchas estudiantiles eran el presupuesto universitario, por el cual varias veces se cortaba la calle Córdoba sacando los bancos a la calle, y la solidaridad con la lucha del pueblo Vietnamita. Peronistas no se encontraban. Incluso en una ocasión se retuvo al Secretario de Hacienda del gobierno de Illia, Carlos García Tudero, profesor de Estadística. Menos de un año después el golpe de Juan Carlos Onganía terminaría con el status especial de la Universidad y la introduciría brutalmente en las condiciones generales del país.
Volvamos a la mesa redonda. Si la memoria no me falla, primero habló Tito Cossa, luego Ricardo Halac y finalmente Germán. Empezó diciendo que era peronista. Una fuerte estupefacción, profunda sorpresa recorrió al auditorio como si un extraterrestre había descendido en Córdoba y Junín. En la dinámica historia argentina, en la dura lucha entre dos modelos que viene del fondo de la historia, nadie hubiera podido pronosticar que un lustro después la Universidad se transformaría en peronista y que en 1972 Perón regresaría a la Argentina, en una sociedad movilizada intensamente por el Rosariazo, el Cordobazo y todos los azos que se sucedieron.
Yo fui testigo. Germán se proclamó militante peronista en una facultad, en una universidad que no lo era, estaba lejos de serlo en 1965. Porque como escribió el escritor Guillermo Sacomanno en Página/12 del 3-02-2010: “Cabecita Negra” no es sólo uno de los cuentos excepcionales de la literatura argentina. Su prosa directa, firme, avanza sin parar involucrando al lector en su tensión. Este podría ser, de sus méritos, el más evidente. Y no está mal, nada mal para un escritor de veintiséis años, estudiante de letras y periodista, que se banca publicar ese cuento en un volumen con el mismo título y lo distribuye con su compañera por las librerías de Corrientes. Con un filo despiadado Rozenmacher eviscera tanto el reaccionarismo de una clase que se presume carapálida, ilustrada y bien pensante y la enfrenta con la barbarie. Según Alvaro Abós, escritor, amigo y compañero de militancia en la revista Compañero, a Rozenmacher lo golpearon las asperezas: “Por judío, incomodaba a algunos peronistas que sospechaban al sionista. Por peronista, incomodaba a ciertos judíos. Por defender a los palestinos, fue tachado de traidor. Por peronista defraudaba a la izquierda y era insoportable para la derecha. Por revolucionario, para los amantes del orden”.
A pesar que en el cuento se menciona al tranvía 63, y los tranvías se levantaron en 1961, Gioffré, militante o al menos simpatizante de Patricia Bullrich, coautor con Juan José Sebreli de “Desobediencia civil y libertad responsable”, sostiene que “el kirchnerismo, que en las dos décadas que van de este siglo, produjo un salto de escala: alimentó el fuego del resentimiento y multiplicó de modo simétrico esas capas sumergidas”.
No se entiende como calificará Gioffré el bombardeo a la Plaza de Mayo, los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, la prohibición de mencionar al Partido Justicialista, a Perón, a Evita, la proscripción durante 18 años, el periplo y vejaciones del cadáver de Evita, etc, etc, consumado por “republicanos y democráticos”, “sin resentimiento”, antecesores y mentores de los Gioffré en la realidad y los Lanari en la ficción.
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