Compartimos un reportaje del Diario Clarin y dos cortes de audio del reportaje que le hicimos en nuestro programa EL TREN el 22 de junio de este año.
Detrás del barbijo*
Coronavirus en Argentina: Nora Etchenique, la
“guardiana del plasma” bonaerense que sobrevivió a la Mansión Seré
Empezó a militar a los 14 años, en
pleno “Cordobazo”. En 1977, un operativo de la dictadura la depositó en el
centro de clandestino de detención de Castelar, donde la torturaron y
violaron. Aquí, el perfil publicado hace dos semanas.
Nora Etchenique, directora del Instituto de Hemoterapia la provincia de
Buenos Aires. Foto: Mauricio Nievas
07/08/2020 -
Tiene aferrado entre sus recuerdos preciados las historias con amigos en
el club Atlético Estudiantil Porteño, de Ramos Mejía. Las horas de
entrenamiento en la pileta de natación, su participación en un seleccionado de
vóley, los encuentros interminables con amigos del barrio, de épocas en que La
Matanza comenzaba a ser un territorio hostil. También sus primeras
intervenciones en la actividad política integrada a la mítica
Federación Juvenil Comunista (FJC), la “Fede”, como se la conocía en esa etapa
turbulenta de fines de la década del ’60 y los primeros años de los ’70.
En la contratapa de su memoria también aparece el oscuro paso
por la sala de torturas de un centro clandestino de detención de la
dictadura cívico-militar (1976/1983). No se pueden disociar ambas evocaciones.
Toda su historia confluye en este presente de pandemia de coronavirus, en el que que se ha vuelto la "guardiana
del plasma" bonaerense, el tratamiento que a falta de vacuna se perfila como
alternativa provisoria.
Nora Etchenique empezó a militar a los 14 años, cuando la TV le
devolvía imágenes perturbadoras del “Cordobazo”, en 1969. En su casa le
permitieron entrar en la actividad política pero le impusieron algunas
condiciones. “Acordate que no podés dejar la escuela –que es un mal
necesario, porque te deforma-, el deporte ni los amigos”, le aconsejó su padre,
Horacio Alejandro Etchenique, reconocido dirigente del PC de la zona oeste del
conurbano.
Para no interceder en las acciones de su padre, decidió correrse hacia
Morón y allí comenzó a ingresar a los barrios pobres bajo la influencia de
los grupos que seguían al cura Carlos Mujica. Cuando el país quedó
sometido por el golpe de Estado en marzo de 1976, Nora Etchenique repartía
sus días entre la Universidad (estudió un año Derecho y luego ingresó a
Medicina), la militancia y un trabajo como cuidadora de niños de familias
amigas.
Todas esas pinturas de la adolescencia se aparecen desdibujadas ahora en
un conurbano de pandemia y cuarentena que Nora
recorre todos los días. Porque viaja por lo menos tres veces por semana desde
San Antonio de Padua (donde reside) hasta el centro de La Plata donde
funciona el
Instituto de Hemoterapia. Allí Etchenique custodia -casi con el mismo celo que
el Banco Central cuida los dólares- las dosis de plasma que se aplican los
pacientes afectados por la peste.
En el Club Atlético Estudiantil Porteño (primera de la derecha) donde
nadaba y compartía la pileta, entre otros, con un adolescente Daniel Scioli (en
el centro del grupo).
Es una prueba que consiste en extraer sangre de recuperados para
transfundirlo a enfermos en etapa de gravedad mediana. Desde el 14
de mayo, que se hizo la primera experiencia, hasta ahora se atendió a 600
infectados del virus. En poco más de la mitad el resultado fue favorable.
Son viajes largos los que Etchenique hace desde su casa a la
oficina de 15 y 66, donde funciona el Instituto. De una hora en etapa de aislamiento
y de 80 minutos en períodos regulares. Tanto como su recorrido desde aquellas
tardes mansas de Ramos, con compañeros de deportes variados y secretos de
adolescencia, hasta esta vuelta a la función pública después
de cuatro años de un paso fugaz por la medicina del sector no estatal.
El repaso de quien ahora es una obsesiva guardiana de las dosis de
plasma, encuentra un mojón ineludible en el inicio de la dictadura militar que sometió a los argentinos desde 1976 hasta
1983. El derrumbe institucional no frenó su entusiasmo por avanzar en los
proyectos barriales, pero tuvo que aprender a convivir con acciones
clandestinas y comenzó a percibir de cerca el peligro por persistir en
actividades que resultaban riesgosas.
Un recuerdo familiar en la playa de Mar del Plata, con sus padres.
En agosto de 1976 desapareció Luis “Huevo” García, un joven que era
pareja de Laura, la mejor amiga de Nora. La mujer estaba embarazada
y juntas pasaron varios meses como nómades, escondidas en diferentes “casas”
que aportaban las agrupaciones políticas para proteger a sus integrantes.
Ya tenía avanzada la carrera de Medicina, comenzaba con las primeras
cursadas en los hospitales de clínicas y mantenía activos los procesos de
intervención en las barriadas empobrecidas de Morón cuando quedó atravesada
por una situación extrema.
El 1° de abril de 1977, un operativo de la Aeronáutica, en plena
siesta de Ramos Mejía terminó con la detención del dirigente Alejandro
Etchenique y de su hija Nora. El despliegue incluyó decenas de
oficiales, vehículos sin identificación, el aporte de una “patota” de la
Bonaerense y vecinos azorados que apenas apelaban a bajar las persianas de sus
viviendas, a modo de resguardo. Un amigo de la familia que
estaba por llegar a la vivienda de Alvear 193 –donde vivieron tres generaciones
de los Etchenique- también terminó detenido.
Los llevaron a la comisaría de Ramos Mejía, después a la Base Aérea de
El Palomar y en una seccional policial de Morón, los separaron. El hombre quedó
ahí. Ella fue trasladada a la “Mansión Seré”, el centro
clandestino de detención de Castelar por donde pasaron casi un millar
de militantes y sólo sobrevivieron 80.
Una postal de juventud, cuando militaba en "La Fede".
La torturaron, la obligaron a limpiar los pisos y la sometieron a
humillaciones, incluida la violación. Era la segunda mujer en ingresar al
centro. Estuvo 15 días. En medio de la perturbación recordó otro consejo de su
padre. Esta vez le permitió mantenerse en pie y convencer a los captores. “Si
te detienen, tenés que inventar una historia, sostenerla y repetirla
sin cambiar una coma todas las veces que te pregunten”, le había dicho cuando
en la casa se hablaba de los riesgos de la militancia. “Creo que me soltaron
porque era un “perejil”. Pero en realidad nunca lo supimos. No había lógica en
esas decisiones”, recordó Nora cuando fue testigo del juicio contra
militares que se hizo en el Tribunal Oral N 5 de San Martín, en 2014.
Ya liberada, era momento de aceptar otras recomendaciones. Como las
de su madre, Rebeca Piterbarg (93), médica hija de una tradicional familia
judía rusa que tuvo una integrante vinculada con el líder de la Revolución Bolchevique, Vladimir Lenín. Rebeca, una de las
primeras mujeres en ejercer la medicina cuando el oeste del Gran Buenos Aires
se parecía a una aldea le dijo: “Ahora a estudiar, a hacer terapia y a
terminar la carrera”, fueron las premisas que Nora cumplió en todos los
pasos.
Año 1979. Etchenique recibe su título. “Les ganamos. Les ganamos”,
se emocionó Rebeca en un mensaje intenso, significativo. Empezó a trabajar en
el hospital Zubizarreta, en el área de Clínica Médica. Fue una experiencia casi
decepcionante. Un golpe de realismo. "Ahí me peleo con la medicina porque
las cosas que veía me desilusionaron. Estaba desbordaba por la demanda. Quería
hacer la revolución con la profesión. Y no se podía. Veías las
patologías del abandono y de la pobreza. Aprendí mucho pero no podía hacer nada
de lo social", recordó en algún repaso de su trayectoria.
Una compañera del hospital la invitó a sumarse al servicio de
hemoterapia. “Acá podés practicar desde experiencias desde el microscopio,
hasta promover donaciones generosas y responsables con la sociedad.
La hemoterapia es transversal a toda la medicina”, fue el convite. Nora aceptó.
Se entusiasmó, avanzó y hasta consiguió una beca para perfeccionarse en
Francia.
Nora Etchenique hoy, custodia de las dosis de plasma que son
administradas a los enfermos de coronavirus. Foto: Mauricio Nievas
En 1983 ingresó en el área donde ya era especialista en el hospital
“Güemes” de Haedo. Estuvo 17 años y recorrió todos los peldaños de la
escala profesional hasta conseguir la dirección del servicio. Y también
fue coordinadora del Instituto provincial en la región sanitaria VII, que
abarca varios municipios de la región.
En 2000 comenzó a trabajar en el ministerio de Salud bonaerense, en el
organismo encargado de administrar las donaciones de sangre. El Instituto de
Hemoterapia comenzó a extender su jurisdicción para llegar a toda la provincia.
Fue directora asociada y en 2008, el ex gobernador Daniel Scioli –con
quien había compartido clases de natación en aquellos años felices de Ramos
Mejía, en la adolescencia- la ubicó como máxima autoridad.
Con el cambio de autoridades, Etchenique fue desplazada del cargo.
Argumentaron “cuestiones políticas”. Volvió a su “cargo de base” en el Güemes
de Haedo, pero al año siguiente se jubiló. “Ya no tenía ganas de
seguir en el sistema de salud pública”, les confesó a viejos acompañantes de su
recorrido sanitario.
Pero Etchenique tuvo su revancha en la pulseada de la sanidad
estatal. En diciembre, ya con el retiro confirmado y después de asesorar un
tiempo a una obra social docente, las autoridades provinciales la convocaron
para volver al centro “de la sangre” de Buenos Aires. Volvió para terminar
en un lugar clave en la pelea contra la pandemia.
Buenos Aires inició un plan para aplicar plasma de recuperados y
entonces Nora asumió un rol determinante en ese programa. La Argentina
tiene una intensa experiencia en el uso terapéutico del plasma desde que
comenzó a tratarse la Fiebre Hemorrágica Argentina, provocada por
el virus Junín. La terapia para combatirla fue creada y publicada por el médico
e investigador argentino Julio Maiztegui a principios de la
década del 70. También se obtiene a partir de anticuerpos presentes en el
plasma de pacientes recuperados: “Gracias a este tratamiento la letalidad de la
fiebre hemorrágica pasó de un 30 a un 3 por ciento”, explican los especialistas.
Se entabla un “lazo de sangre” entre un enfermo que se
va y uno que ingresa a etapa severa. Etchenique resguarda esas
bolsas con flujo sanguíneo como un tesoro. Constituyen una
esperanza abierta en la pelea desigual con el mal que llegó desde Asia y que
desborda todas las teorías científicas hasta el momento. Cada vez que entra a
su despacho de la calle 15, revisa con minuciosidad el número de
porciones disponibles. Este jueves había 60 bolsas de
líquido orgánico. Cada una puede resultar útil para un máximo de cuatro
pacientes.
Para los iletrados, son recipientes cargados de un fluido turbio y
espeso. Nora ve en cada paquete personas que pueden salir caminando de un
hospital, dejando atrás la oscura experiencia del coronavirus.
La Plata. Corresponsalía
PS
Esta nota fue publicada el 23 de julio del 2020 en CLARÍN
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