30 enero 2020
27 enero 2020
Zigmund y Halina*
Por Daniel Goldman
Es imposible pensar
la memoria como un acto meramente individual. La vivencia personal se nutre de
un suceso colectivo, que con el tiempo se metaboliza y se elabora en el alma de
cada uno. Ese episodio que se entrama con la experiencia subjetiva, a veces se
torna inenarrable. Intentamos ponerle palabras. Pero las palabras son solo
metáforas. Si es que entiendo bien, los lingüistas lo denominan “significante”.
Y aunque Hölderlin sostenga que hay metáforas que son más
concretas que gente caminando por la calle, toda alegoría acaba siendo una
composición de lo íntimo y de lo colectivo.
Nunca había entendido
la razón esencial por la cual mis padres abandonaron Polonia en el año 1946.
¿Por qué no en el 45, ni bien había finalizado la guerra, o en el 47?
Hace un tiempo visité
la ciudad de Kielce, Polonia, lugar en el que se me aclaró el macabro misterio.
El 1 de julio de 1946, Henryk Błaszczyk un chico polaco de 9 años, había desaparecido.
El padre denunció en la comisaría local que su hijo no había vuelto a casa. Dos
días más tarde, el nene apareció y afirmó que fue secuestrado por un judío,
alimentando el prejuicioso mito medieval. Cuando concurrieron a dar testimonio
a la comisaría, Henryk señaló a un hombre que, según él, lo había encarcelado
en su casa, junto con otros más que estaban involucrados en el delito. Una
patrulla policial fue enviada para registrar la casa en la calle Planty, el
sitio donde Henryk supuestamente había sido secuestrado. La policía difundió
los rumores sobre el secuestro y anunció que estaba planeando buscar los
cadáveres de niños polacos que habrían sido víctimas de un crimen ritual.
Alrededor de cien soldados arribaron al hogar comunal (algo así como la AMIA de
Kielce), donde estaban viviendo los sobrevivientes judíos cuyos hogares habían
sido devastados. Pocas horas después, violentamente, una muchedumbre comenzó a
tirar piedras desde la calle. Tras aquella brutal reacción, 42 moradores del
edificio comunitario fueron asesinados. Este no fue el único de los pogromos
llevados a cabo en la Polonia de la posguerra, pero fue el que más conmocionó a
los sobrevivientes de la Shoá, entre ellos mis padres, lo que los impulsó a
abandonar la tierra donde sus antepasados habían vivido durante un milenio.
Sin duda alguna, como
el cuchillo más filoso, los procesos genocidas provocan un corte longitudinal
tan profundo que atraviesa de punta a punta la memoria generacional surcada por
esa composición, mezcla entre lo íntimo y lo universal. Yo soy también la
historia de Kielce, y ese es un dato de lo colectivo. Pero el material de la
memoria subjetiva familiar arranca el 15 de septiembre de 1939, cuando los
nazis llegaron a Hrubieszow, el pueblo de Zigmund, mi viejo. Ese mismo día
ordenaron a los 11.750 judíos que se concentraran en la plaza central y a modo
disciplinador tomaron a un puñado de ellos y los ejecutaron a la vista de
todos. El primero en ser asesinado fue su abuelo, Hersz Zack, de bendita
memoria.
Bajo el llanto y la desesperación, mi abuela
le ordenó a mi padre que se escapase, que se escondiera en los bosques
aledaños. Durante días vagó entre los árboles y el hambre, hasta toparse por
casualidad con un grupo de familias que constituían la resistencia partisana
combatiente. Se unió a ellos en la guerra, y así sobrevivió su adolescencia con
la carga de aquella experiencia, de la que nunca quiso hablar demasiado con sus
hijos; solo a cuentagotas. En sus últimos días de vida, siendo yo adulto, me confesó
que no había querido contarme los detalles porque no quería verme sufrir; y que
dejaba todo su relato grabado en una filmación. La tengo guardada en una caja y
hasta ahora me resisto a mirarla. Toda mi familia paterna, salvo unos primos,
fue aniquilada en Maidanek, un campo de exterminio que increíblemente sigue con
olor a cenizas.
Mi madre, Halina, sí
se animó a contarme algunos detalles de su sobrevivencia. Había nacido en
Ludmir, un pueblo de Ucrania cuya población de 7500 judíos fue confinada a un gueto,
es decir que debieron abandonar sus casas y vivir en un pequeño sector
delimitado del cual no podían salir, hacinados y bajo condiciones infrahumanas
de salud y alimentación. En un acto de pulsión de vida decidió escaparse. Lo
logró. Y pasó el resto de la guerra escondida en un lúgubre sótano junto a 12
personas más. De las 7500 almas de Ludmir, sobrevivieron 19.
A fines de 1944 el
recorrido de la soledad hizo que ambos se encontrasen. A la semana se casaron.
Como testimonio de amor en la locura, de coraje en el desconcierto y de
rebeldía en el sufrimiento, guardo la Ketuvá, el documento
matrimonial judío de Zigmund y Halina, escrita en una simple hoja irregular
arrancada de un cuaderno.
Nuestra vida familiar
transcurrió con ausencias y silencios, con cuentos de abuelos que nunca conocí
ni siquiera en fotos, con melodías en idish de un mundo que ya no existe y con
algunas pesadillas que bajo un grito despertaban a mi viejo y asustaban a sus
hijos. Fueron esas voces las que me enseñaron que los recuerdos nos reclaman de
noche cuando los reprimimos durante el día. Estos son algunos trazos de
horizontes subjetivos que se proyectan en la existencia como imágenes no
olvidadas y que completan el cuadro de una supuesta historia que hoy recordamos
bajo un triunfante titulo de liberación. Pero de esos detalles biográficos,
producto del infierno, nadie se libera. Son y serán para siempre el horror
inenarrable al que intento ponerle palabra con este recuerdo.
Un dato adicional que
necesito contarles. En el año 1998 Henryk Błaszczyk, el pibe de Kielce, fue
entrevistado por un periodista polaco. Ahí admitió, sin remordimiento, que
nunca había sido secuestrado, sino que de “puro travieso” se escapó por dos
días al bosque. Paradójicamente los mismos bosques en el que mi viejo luchó y
en el que seguirá eternamente combatiendo por su sobrevivencia.
PUBLICADO EN PÁGINA 12 27-01-2020
25 enero 2020
A 75 años del ingreso del ejército rojo en Auschwitz
EL INFIERNO TERRENAL
El hombre no ha podido construir el
paraíso social pero ha sido capaz de mejorar superlativamente los planos del
infierno bíblico. Su instrumentación superó holgadamente la imaginación de
Dante Alighieri en la Divina Comedia. Su nombre fue Auschwitz en alemán y
Oswiecim en polaco. Bajo esta denominación funcionaron otros lager (campos)
como Birkenau o Auschwitz II, donde estaban cuatro cámaras de gas, Monowitz o
Auschwitz III que explotaba a los prisioneros como mano de obra esclava en
fábricas de la industria alemana. Apenas
tres nombres en ese complejo del horror que bajo esa denominación genérica
comprendía a más de cuarenta campos situados en territorio polaco.
El 27 de enero de 1945, cuando el
ejército rojo entró en el infierno terrenal “el horror que se dibujó en los
rostros de esos soldados cuando nos vieron, tampoco he de olvidarlos mientras
viva. Era un horror que no tenía nombre cuenta la sobreviviente Mira Kniaziew,
residente en nuestro país. “Nosotros no éramos conscientes de nuestro estado: allí
no había espejos. Aunque mirábamos a los demás, cada uno pensaba que él, a lo
mejor, aún no estaba así. Pero la cara de los rusos fueron el más atroz de los
espejos” *****
Los calificativos son insuficientes
para describir el grado de profundidad de la crueldad humana. Una vez
detenidos, eran transportados en trenes cuyos vagones sellados encerraban
parados a hombres, mujeres, niños a lo largo de cuatro o cinco días de viaje
debiendo hacer sus necesidades básicas en ese lugar. Cuenta Primo Levi en su
impresionante libro “Si esto es un hombre”: “Entre las cuarenta y cinco
personas de mi vagón tan sólo cuatro han vuelto a ver su hogar, y fue con mucho
el vagón más afortunado. Sufríamos sed y frío: a cada parada pedíamos agua a
grandes voces. O por lo menos un puñado de nieve, pero en pocas ocasiones nos
hicieron caso…. Dos jóvenes madres, con sus hijos todavía colgados del pecho,
gemían noche y día pidiendo agua. Menos terrible era para toda el hambre, el
cansancio y el insomnio que la tensión y los nervios hacían menos penosos: pero
las noches eran una pesadilla interminable…en la noche del cuarto día el frío
se hizo intenso”.
La llegada a Auschwitz. El tren
entrando al campo. La inscripción hipócrita en la recepción: “El trabajo
libera”. Los soldados alemanes y sus perros. La selección. Los viejos y los
niños enviados de inmediato a la muerte. Cuenta Primo Levi: “Hoy sabemos que
con aquella selección rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de
nosotros si podía o no trabajar útilmente para el Reich; sabemos que en los
campos de Buna – Monowitz y Birkenau no entraron, de nuestro convoy, más de
noventa y siete hombres y veintinueve mujeres y que todos los demás, que eran
más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde” Iban a las cámaras
de gas.
Despojados de todas sus pertenencias,
rapados, con ropas entregadas al azar, incapaces de protegerlos del frío
intenso, con zapatones de madera, sometidos a un régimen de trabajos forzados,
con una comida única constituida por unas rodajas de pan y una sopa donde era
difícil encontrar en el agua algo que no sea nabos, coliflores y
excepcionalmente alguna papa. Primo Levi lo sintetiza así: “Entonces por
primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para
expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con
intuición profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo.
Más bajo no puede llegarse, una condición humana más miserable no existe y no
puede imaginarse….Nos quitarán hasta el nombre” El número tatuado en el brazo
izquierdo reemplazará la identidad.
La ignominia se perpetra en ese
territorio cercado por doble hilera de alambres electrificados. Con sus
casamatas y miradores. Y en algunos campos con sus crematorios. En Buchenwald,
cerca de Weimar, el campo donde estuvo prisionero el escritor español Jorge
Semprún, los pájaros del bosque de Ettersberg desaparecieron ahuyentados por el
olor de carne quemada que salía por la chimenea del crematorio.
La brutalidad, el instinto animal de
supervivencia, se trasladaba a la relación de las víctimas.
El campo, escribiría André Malraux,
“es la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”
Describe Primo Levi: “La confusión las lenguas es un componente fundamental del
modo de vivir aquí abajo; se está rodeado por una perpetua Babel en la que
todos gritan órdenes y amenazas en lenguas que nunca se han oído y ¡ay de quién
no las coge al vuelo! Aquí nadie tiene tiempo, nadie tiene paciencia, nadie te
escucha; los que hemos llegado últimos nos reunimos instintivamente en los
rincones, contra las paredes, para sentirnos con la espalda materialmente
resguardada…..Todos son aquí enemigos o rivales….EL lager es el hambre: nosotros somos el hambre, un hambre viviente…..la
distribución del pan, el sagrado pedacito gris que parece gigantesco en manos
de tu vecino y pequeño en las tuyas……Muchos chasquean los labios y baten las
mandíbulas. Sueñan que están comiendo, esto es también un sueño colectivo. Es
un sueño despiadado…no sólo se ven los alimentos, sino que se sienten en la
mano distintos y concretos, se percibe su olor rico y violento, hay quien se
los lleva a los labios…..Enciérrense tras las alambradas de púas a millares de
individuos de diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y
costumbres y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable,
idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más
riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y
qué es accesorio en el comportamiento del animal – hombre frente a la lucha por
la vida”.
En el interior del campo se crea un
mercado con las rodajas de pan como moneda fundamental de cambio que se canjean
por cucharas, fundamentales para ingerir la comida exclusivamente líquida o por
alguna camisa o un calzado. Incluso hay intermediarios que comercian al
exterior del campo los robos de objetos de la enfermería.
La sustracción entre las víctimas
hace a la ley darwiniana de la sobrevivencia del más fuerte. Si se pierde el
plato o la cuchara hay que sacrificar las vitales rodajas de pan para obtener
otras. Las chinches y las pulgas arrasan con los cautivos. La difteria, la
disentería, la escarlatina arrebatan parcialmente materia prima a las cámaras
de gas. Los enfermos tienen unos días en la enfermería para recuperarse. Pero
si no se restablecen rápidamente en la próxima selección saldrán de Auschwitz a
través del humo del crematorio.
Se intenta evitar la ducha porque es
el momento que las pertenencias vitales quedan fuera de la vista. A la noche,
en las cuchetas, la cara de un detenido queda pegada a los pies del compañero.
La brutalidad en un contexto límite
no conoce graduaciones. “Añadiendo a las cucharas de los curados las de los
muertos y las de los seleccionados, los enfermeros llegan a percibir a diario
las ganancias de las ventas de unas cincuenta cucharas……Todos saben que son los
mismos enfermeros los que reincorporan al mercado, a bajo precio, la ropa y los
zapatos de los muertos y de los seleccionados que parten desnudos para
Birkenau. Por el contrario, los enfermos dados de alta se ven obligados a
reanudar el trabajo con la desventaja inicial de media ración de pan asignada a
la adquisición de una nueva cuchara”
La estructura interna se ordena dando
a algunos prisioneros el poder de decisión sobre los otros. Son los Kapos.
Sobre esto dice Primo Levi: “Ofrézcase a algunos individuos en estado de
esclavitud una posición privilegiada, cierta
comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir; exigiéndole a cambio
la traición a la solidaridad natural con sus compañeros y seguro que habrá
quién acepte…..Cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de
desgraciados, con derecho de vida y
muerte sobre ellos, será cruel y tiránico porque entenderá que si no fuese bastante,
otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto. Sucederá además que su capacidad de odiar, que se
mantenía viva en dirección a sus
opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se
considerará satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa
recibida de los de arriba…..Los Kapos, algunos nos golpean por pura bestialidad
y violencia, pero hay otros que nos golpean cuando estamos ya bajo la carga,
casi amorosamente, acompañando los golpes con palabras de exhortación y de
ánimo, como hacen los carreteros con los buenos caballos”
APENAS AYER
El 27 de enero de 1945 los espectros
que recibieron al ejército soviético eran los enfermos que los nazis
consideraban que no llegarían a sobrevivir al período entre su huida y la
llegada de los ejércitos enemigos. Los que no estaban en la enfermería, fueron
obligados a emprender el 18 de enero la marcha de la muerte. Rumbo a los campos
de concentración distribuidos en la geografía alemana. Caminando sobre la nieve, el hambre, la sed, el agotamiento produjo que
quince mil de los sesenta y seis mil prisioneros perecieran antes de salir del
territorio polaco.
Fue apenas ayer. Hace sólo setenta y
cinco años. Parece apropiada la frase de Federico Nietzsche: “Los monos son
demasiados buenos para que el hombre pueda descender de ellos”. El escritor
Elie Wiesel afirmó: “En Auschwitz murió el hombre y la idea del hombre”. El
filósofo Theodor Wiesengrund Adorno
de la escuela de Fráncfort, se preguntó “¿Como seguir escribiendo poesía
después de Auschwitz?
En estos setenta y cinco años el horror volvió en un trágico replay. A
mero título enunciativo, en las bombas atómicas arrojadas sobre dos ciudades
japonesas, en los gulags soviéticos, en las bombas tiradas por la aviación
norteamericana sobre Vietnam, superiores en número y potencia a las arrojadas
sobre territorio europeo durante la Segunda Guerra Mundial, las masacres de Pol Pot en Camboya, las
torturas de los paracaidistas franceses en Argelia, el Plan Cóndor en América Latina, las atrocidades en los Balcanes, la invasión
de Afganistán e Irak, la guerra entre los tutsis y los hutus en Ruanda, el
derrumbe de las torres gemelas, los bombardeos, invasiones y asesinatos
selectivos de los EE.UU, el campo de concentración que los norteamericanos
tienen en Guantánamo la periodicidad de los actos de barbarie en Palestina, los
campos de concentración en la Argentina, los atentados a la AMIA y a la
Embajada de Israel en nuestro país.
Alemania y Argentina eran las dos sociedades
de mayor desarrollo cultural en sus respectivos continentes, cuando la
esquizofrenia se apoderó de su historia. La pregunta es ¿Como fue posible?
Primo Levi reflexiona: “Es cierto que
el terrorismo de Estado es un arma muy fuerte a la que es muy difícil resistir.
Pero también es cierto que el pueblo alemán, globalmente, ni siquiera intentó
resistir. En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de
urbanidad: quién sabía no hablaba, quién
no sabía no preguntaba, quién preguntaba no obtenía respuesta.”
Pilar Calveiro en su notable ensayo “Poder
y desaparición. Los campos de concentración en la Argentina” sostiene: “Ya
desposeído de su nombre y con un número de identificación, el detenido pasaba a
ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del
campo debía controlar…Es interesante
observar que todos ellos necesitaban creer que los chupados eran subversivos,
es decir menos que hombres. Según palabras del general Camps “no
desaparecieron personas sino subversivos……Los mecanismos para despojar a las
víctimas de sus atributos humanos facilitaban la ejecución mecánica y rutinaria
de las órdenes. En suma, un dispositivo montado para acallar conciencias,
previamente entrenadas para el silencio, la obediencia y la muerte….El campo está perfectamente instalado en el centro
de la sociedad se nutre de ella y se derrama sobre ella. Quizás el hecho de
permanecer tan apartado, al mismo tiempo que está en el medio, lo que más
enloquecedor resulta para el prisionero, lo que produce la sensación de
irrealidad.”
La ESMA está ubicada sobre una de las
avenidas de mayor circulación de la Capital. Con La Perla en Córdoba, sucede
igual, según el testimonio de Graciela Geuna: “Yo creía en principio que estaba
ubicada en algún paraje remoto….Casi enfrente nuestro se levantaba la fábrica
de cemento Corcemar, a solo 14 kilómetros de la ciudad de Córdoba, a unos cien
metros de unas de las principales rutas de la provincia, que tiene una densidad
de tránsito importante. Vi pasar varios coches y pensé si no nos verían. Estábamos tan cerca y sin embargo tan lejos”.
El hecho de que el campo es una
realidad aparte constituye una ilusión. Es cierto que formó una red propia,
pero esa red estuvo entretejida con el entramado social.
El infierno fue ejecutado por individuos comunes, no por
monstruos, que si realizaban actos monstruosos. Que acariciaban a sus hijos, amaban a su mujer, o sacaban a
pasear al perro después de sus “jornadas” de trabajo. Franz Stangl, comandante del campo
de concentración de Treblinka señalaba: “No
podía vivir si no compartimentaba mi pensamiento”. O los capellanes que
santificaban las torturas y asesinatos en los campos de concentración
argentinos y luego celebraban misas y leían cada domingo los evangelios. Cuenta Pilar Calveiro: “El capitán Acosta,
después de exhibir frente a los prisioneros el cadáver acribillado de Maggio,
seleccionó a un grupo y los obligó a cenar con él como si nada hubiera
ocurrido. El comandante Quijano que amaba a los animales, después de secuestrar
a Graciela Geuna y participar en el asesinato de su esposo le dijo que ya se
había encargado de colocar el gato y el perro, así que se quedara tranquila por
los animales. ¿Actos de reparación? Bondad y maldad, superpuestas y separadas,
sin posibilidad de una mínima congruencia”
EL INFIERNO TERRENAL
Giuliana Tedeschi, sobreviviente de
Birkenau, cuenta que desde la ventana de su barraca veía las llamas que salían
por la chimenea. Apenas ingresada al campo preguntó a las veteranas ¿Que es ese
fuego? La respuesta fue lapidaria:
“Somos nosotras, que nos quemamos”
Más de un millón seiscientas mil
personas murieron en Auschwitz. Cuando el final se acercaba, en agosto de 1944,
en un solo día asesinaron a veinticuatro mil detenidos.
Apenas pasaron setenta y cinco años.
Los hechos son tan siniestros que cobran la dimensión de inverosímiles. Los
sobrevivientes quedaron marcados definitivamente. Incluso un escritor con un
testimonio tan elaborado y medular como el de Primo Levi terminó suicidándose
en 1987.
Jack Fuchs, ya fallecido, sobreviviente de varios campos de
concentración, fue habitual columnista de Página 12, afirmaba con su habitual
crudeza: “En el ’45 yo estaba en Dachau, providencialmente
me habían llevado ahí desde Auschwitz, y ningún soldado americano vino a
rescatarme, los alemanes nos metieron en un tren que después abandonaron a
mitad de camino; literalmente, a mí me encontraron en el cobertizo de una casa
de campo en Baviera. Cuando terminó la guerra me gustaba decir que los aliados
me habían liberado de Dachau. La juventud es más épica. Tardé años en
comprender que no había sido así. No
hubo ninguna intención de terminar con los campos. Los sobrevivientes fuimos
encontrados en la ruta de los distintos ejércitos, mientras cumplían el único
objetivo que se habían propuesto: derrotar a Alemania. La prioridad, la única
finalidad, diría, fue la de derrotar al nazismo, y nunca la de rescatar a las
víctimas. Los aliados permitieron que durante toda la guerra la matanza se
ejecutara sin obstáculos.”
Los fantasmas que salieron
aquél 27 de enero de 1945, los que sobrevivieron para testimoniar sobre aquel
infierno, aún nos siguen interrogando. Esas fotografías donde los ojos
desmesurados y apagados sobresalen en un esqueleto vivo, son el testimonio más
espeluznante de hasta dónde pueden llegar a los seres humanos cuando dejan de
serlo. Esos ojos son el fiscal más
elocuente que acusan eternamente a una pesadilla
histórica. En palabras de Primo Levi: “Cuanto
en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre”.
23-01-2019
*****Testimonio del sargento Yakov Vinnichenko, uno de los
cinco sobrevivientes que quedan hoy de las divisiones soviéticas que liberaron
el campo de concentración .
Fue entrevistado por Rubén
Sergeyev. Gentileza de Julio Fernández. Lista Reconquista Popular.
“Cuando entramos al campo, dimos un
grito: alambradas de púas por todas
partes, todos con ropas a rayas y gorras. Los prisioneros apenas podían
caminar: parecían sombras o fantasmas, de tan delgados que estaban. Algunos
ni siquiera se podían mover, otros caminaban sostenidos por sus amigos.
Trataron de hablar con nosotros, pero no los podíamos entender: era gente de
diferentes países, incluyendo muchos judíos de Francia, Polonia e incluso
Palestina. Al momento de nuestro asalto había entre 7.000 y 10.000 personas
en el campo. Supe, después de la Guerra, que los alemanes habían embarcado
cientos de miles de prisioneros para Alemania y continuaron usándolos como
trabajo forzado. Pero los que quedaron atrás apenas estaban con vida.
Al principio, cuando nos vieron, no podían creer que estaban libres. Pero
cuando entendieron, algunos empezaron a reír, otros rompieron en llanto.
Muchos trataban de besarnos, pero se veían tan horribles que nosotros los
evitábamos para que no nos pasasen algún bicho. Muchos pidieron comida, pero
no teníamos. Nuestras unidades de apoyo llegaron al día siguiente y
estuvieron ocupadas con los prisioneros, alimentándolos y lavándolos. Pero
nosotros nos quedamos tan solo un par de horas. Hubo una escena horrible.
Entramos en una mugrienta barraca de mujeres, con camastros tipo marinero y
cubiertos de manchas de sangre.
partes, todos con ropas a rayas y gorras. Los prisioneros apenas podían
caminar: parecían sombras o fantasmas, de tan delgados que estaban. Algunos
ni siquiera se podían mover, otros caminaban sostenidos por sus amigos.
Trataron de hablar con nosotros, pero no los podíamos entender: era gente de
diferentes países, incluyendo muchos judíos de Francia, Polonia e incluso
Palestina. Al momento de nuestro asalto había entre 7.000 y 10.000 personas
en el campo. Supe, después de la Guerra, que los alemanes habían embarcado
cientos de miles de prisioneros para Alemania y continuaron usándolos como
trabajo forzado. Pero los que quedaron atrás apenas estaban con vida.
Al principio, cuando nos vieron, no podían creer que estaban libres. Pero
cuando entendieron, algunos empezaron a reír, otros rompieron en llanto.
Muchos trataban de besarnos, pero se veían tan horribles que nosotros los
evitábamos para que no nos pasasen algún bicho. Muchos pidieron comida, pero
no teníamos. Nuestras unidades de apoyo llegaron al día siguiente y
estuvieron ocupadas con los prisioneros, alimentándolos y lavándolos. Pero
nosotros nos quedamos tan solo un par de horas. Hubo una escena horrible.
Entramos en una mugrienta barraca de mujeres, con camastros tipo marinero y
cubiertos de manchas de sangre.
Los alemanes no se habían esperado
que todo sucediese tan rápido: nosotros
llevábamos adelante la operación muy velozmente. No tuvieron tiempo de hacer
volar todo o plantar minas personales. Había una gran construcción al lado
del campo: los prisioneros estaban construyendo una planta química. Había no
sólo internados del campo trabajando en ella, sino también decenas de miles
de civiles transportados desde la URSS.
llevábamos adelante la operación muy velozmente. No tuvieron tiempo de hacer
volar todo o plantar minas personales. Había una gran construcción al lado
del campo: los prisioneros estaban construyendo una planta química. Había no
sólo internados del campo trabajando en ella, sino también decenas de miles
de civiles transportados desde la URSS.
Las lúgubres barracas estaban en
hileras y, desde la distancia, parecían una
fábrica, y en realidad era una fábrica de muerte. Yo he visto muchas cosas
en la guerra, pero nada tan horrible o alucinante como este campo. La
experiencia nos dio una nueva energía y determinación para poner fin a la
abominación del nazismo. Nuestros hombres no ahorraron sus vidas, sabíamos
que nuestra causa era justa. En unos pocos días nos movilizamos hacia el
oeste y fui de nuevo gravemente herido, ahora en territorio alemán, en un
lugar llamado Lonau.
fábrica, y en realidad era una fábrica de muerte. Yo he visto muchas cosas
en la guerra, pero nada tan horrible o alucinante como este campo. La
experiencia nos dio una nueva energía y determinación para poner fin a la
abominación del nazismo. Nuestros hombres no ahorraron sus vidas, sabíamos
que nuestra causa era justa. En unos pocos días nos movilizamos hacia el
oeste y fui de nuevo gravemente herido, ahora en territorio alemán, en un
lugar llamado Lonau.
No volví a Auschwitz hasta el año
2000, a invitación del presidente de
Polonia Kwasniewski. Esta semana he vuelto por tercera vez. No creo que la
humanidad pueda olvidar el sufrimiento de las víctimas de Auschwitz, ni la
sangre derramada por sus liberadores. Todos los que hayan visto semejante
pesadilla harán todo lo posible para prevenir de que vuelva a ocurrir.”
Polonia Kwasniewski. Esta semana he vuelto por tercera vez. No creo que la
humanidad pueda olvidar el sufrimiento de las víctimas de Auschwitz, ni la
sangre derramada por sus liberadores. Todos los que hayan visto semejante
pesadilla harán todo lo posible para prevenir de que vuelva a ocurrir.”
23 enero 2020
TESTIMONIO SOBRE LA TARJETA ALIMENTARIA
Ayer y hoy dediqué mi día
a las Tarjetas Alimentarias que repartiremos hasta el jueves en Avellaneda y
tengo algunas reflexiones para compartir: (?) Las personas llegan pensando que
las van a maltratar (como casi siempre las maltratan en todo organismo) y
cuando ven que hay buena onda agradecen como si hubieran recibido un bono
extra.
Casi toda la fila está
compuesta por: embarazadas, mujeres con niñes muy pequeñitos y mujeres con
niñes discapacitades. A las que están en situación extrema (x ejemplo con los
puntos de la cesárea) les cuesta mucho pedir el privilegio de pasar sin hacer
fila. Ninguna se siente con más derecho que otra, y tenemos que convencerlas de
saltear la fila.
La gente llega temprano, o
manda familia pensando que va a demorarse horas y horas, algunos llevan
sillitas o bancos que por suerte en Avellaneda no llegan a usar. En esto la
felicitación llega para el Observatorio Social que preside Magdalena Sierra,
que fue el organismo que pensó todo con mirada profundamente humana además de
profesional.
A los (pocos) hombres que
van les da mucha vergüenza hacer el trámite, como que quisieran explicar que
esa no fue siempre su situación o que pronto no la van a necesitar.
Muchxs de lxs que se
acercan a pesar de que no les llegó el aviso de ANSES suponen que no les debe
tocar la tarjeta por algo, cuando en general sólo es que en anses deben tener
los datos desactualizados. Por las dudas se sienten "fuera" y hay que
convencerlos de buscar su caso para ver qué pasó (trámite que demanda un click
en el teléfono) Todes les beneficiaries tienen miedo de que les anulen la
tarjeta por CUALQUIER COSA, así sea intentar comprar un jabón y que no esté
incluido en los productos de consumo. Ante cualquier inconveniente esperan el
"castigo" y la expulsión y debemos sacarles ese miedo conversando con
cada unx.
También creen que
perdieron su derecho quienes no pudieron buscar su tarjeta el día establecido.
Otro castigo por no haberse fijado a tiempo. Y también nos toca explicarles que
no, que su tarjeta les espera.
De esto se desprende que:
a nadie de las 4000 personas que ya pasaron le gusta ser "planero" ni
"vivir del Estado". Que sólo sueñan en poder decirles UNA VEZ que sí
a algo que le piden sus niñes en el supermercado o comer algún día en su casa
en lugar de hacerlo en un comedor comunitario.
Que todes esperan que el
Estado lxs maltrate y celebran con risas y abrazos que eso no suceda.
Que repartir tarjetas para
que la gente coma no es el sueño de lxs que creemos en la inclusión pero se
acerca mucho a la dignidad mínima que necesita una persona para no desear su
muerte y la de quienes le rodean.
Ojalá que la tarjeta
alimentaria sea sólo un penoso recuerdo dentro de la reconstrucción que
merecemos. Las críticas nunca van a terminar pero quienes miran con desprecio a
les pobres (sobre todo al montón de madres pobres tan jovencitas que tiene
Argentina) acérquense, vengan a conocerlxs para cerrar la bocota de una buena
vez.
Caro Pierri