Penélope Acevedo tiene 38 años, dos varones y una
nena adolescente. Relato de la lucha por conseguir un techo bajo el cual dormir
22 de junio de 2019
fsoriano@infobae.com
Penélope con Pepo y Teo, en la plaza
Martín Fierro, a donde van a recibir comida (Nicolás Stulberg)
Son más de las diez
de la noche de un martes y a la ciudad de Buenos Aires la cruza un frío húmedo
típico del invierno en el estuario. Quedan muy pocas personas sobre la avenida
San Juan. Una enfermera espera el colectivo con las manos en los bolsillos y la
boca tapada por una bufanda azul. Un estudiante frena en una esquina para
responder un mensaje, el teléfono empañado por el vapor de su aliento. Un
kiosquero se duerme en la soledad gélida de su local mientras espera. Ninguno
de los tres sabe que la chica rubia que pasa con sus hijos por sus lados no
solo carga bolsas con ropa y comida, también arrastra un peso
invisible: el de la incertidumbre de no saber dónde va a dormir.
Penélope y sus hijos
desandaron San Juan desde el Bajo hasta llegar a la plaza Martín Fierro, en el barrio
de San Cristóbal. Como cada martes, reciben de cena un plato de comida (esta
vez es arroz con pollo y pan casero integral) que les llevan voluntarios de una
organización solidaria. Ella y sus nenes de 4 y 7 años conocen bien este lugar. Vivieron
el último verano debajo de un ombú ubicado casi en el centro del parque.
Desde hace seis
años, cuando se quedó sin casa después de sufrir y denunciar violencia de
género, la vida de Penélope Acevedo (38) es eso que pasa
mientras se ocupa de buscar un techo donde dormir. Una estimación de
organizaciones sociales dice que hay unas 8.000 personas en situación de
calle sólo en Capital Federal; seres solitarios y también familias que no
tienen vivienda, o que la tienen y la pierden, como quien cruza un precipicio arriba
de una cuerda floja.
Este martes, Penélope
y sus nenes comen el arroz con pollo y un poco de pan. Lo que sobra se lo
llevan 50 cuadras de vuelta hasta una habitación en la villa Rodrigo Bueno
que ella alquila hace tres meses, pero que hace dos que no puede pagar.
Acevedo está
anotada para cobrar el subsidio habitacional que el Gobierno porteño
otorga a personas sin techo como ella. Pero van 60 días de lo
mismo: llega al banco y le dicen que no, que está anotada pero que no hay
plata, que vuelva otro día.
Y entonces a Penélope
se le aparece en la cabeza el mensaje que ya le dejó el dueño de la pieza.
"Si no pagas te vas".
(Gustavo Gavotti)
"Estoy atrasada
con la cuota y tengo carta de desalojo. Hoy fui al banco y me dijeron que estoy
en la lista pero que todavía no cobraba. Es complicado, hace dos meses que no
le puedo pagar. Y ellos quieren alquilarle el lugar a una persona que pueda
pagar, es lógico", cuenta la mujer, interrumpida por dos voluntarias de la
organización "Ni una persona más en la calle" que le traen gorritos
de lana y guantes y bufandas para sus nenes, Teo y Pepo, de 4 y 7 años, que
juegan con ramitas de un árbol como si fueran espadas, ajenos al drama de sus
vidas.
Penélope elige dos
gorros para ellos. Uno marrón y el otro gris. Y se prueba unos guantes verdes.
Le van bien. Se mira las manos y se toca la cara y sonríe. "Igual se los
va a quedar mi hija de 17, que ya me usa todo", dice con un falso enojo
que en realidad es orgullo.
Sus tres hijos van a la escuela a pesar de todo. Penélope sabe que ese es el secreto para no caer en la tentación de la
depresión, los consumos problemáticos y la delincuencia. "Siempre digo que
si estudias y trabajas y te esforzás y no te separas de tu familia salís
adelante", resume.
Su vida se transformó
en ir y venir. "Ando entrando y saliendo: de la calle a paradores o a los
hogares y vuelvo a la calle. Y cuando tengo plata alquilo. En algunos paradores
me dejan entrar con los chicos y otros son solo para mujeres. Tengo
discapacidad visceral, me quisieron mandar a un hogar en Carapachay donde hay
personas con enfermedades pero me querían separar de mis chicos. Si yo sigo
tomando los medicamentos para mi problema visceral los puedo criar. Mis hijos
tienen 10 en la escuela y no faltan nunca y van a apoyo escolar y hacen
talleres. No les falta ni ropa ni comida y están bien de salud".
Ella y sus chicos
asisten a la escuela pública Isauro Arancibia. Desde hace una semana
no pueden ir porque, a pesar de tener un edificio "nuevo", el colegio
padeció las lluvias constantes de los días que pasaron y las autoridades
suspendieron las clases. Sus hijos menores van al jardín y a primaria y su hija
terminó la nivelación para hacer la secundaria en otro lado. "Ahora tiene
todo 10", repite, orgullosa. Es su manera de sentirse integrada, una
resistencia intelectual al borde del sistema donde está parada.
(Nicolás Stulberg)
"Durante el día
los chicos se quedan en la escuela. Hay microemprendimientos, se pintan
bicicletas y se las vende en las ferias de las facultades. También vendemos
ecobolsas con microemprendimientos de costura. De ahí sale la plata para poder
alquilar una pieza", enumera, y se angustia. "Pero si el colegio se
inunda, o no lo desagotan o no arreglan los problemas que tenemos con el gas o
con el agua nos quitan nuestro centro educacional, el lugar para los chicos y
nuestro trabajo, que es para poder alquilar y salir de la calle. Todo el
esfuerzo que tenemos se viene abajo cuando llegas al colegio y hay una banda de
peligro y te lo cierran", describe.
–¿Cuánto hace que están en esta situación de calle?
–Antes alcanzaba con
la plata del microemprendimiento, ahora ya no. Ahora cuando hay problemas de
luz, de gas y se cierra el colegio y los emprendimientos empiezan más tarde la
venta baja y por ahí acudimos al sistema habitacional, pero ya va la tercera
cuota que nos deben. Tengo carta de desalojo y no me dan bolilla. Este año
dijeron que lo iban a aumentar pero no lo hicieron y se atrasaron tres cuotas.
Pasan tres meses y volvés a la calle.
Por el subsidio
habitacional Penélope debería cobrar 8 mil pesos por tener dos hijos
menores de edad. El Estado porteño le debe $ 24 mil. Acevedo continúa lo
que suena como un monólogo y parece una catarsis.
"La manera de
ayudarte que tienen es: te dicen que te van a sacar de la situación de calle,
pero te dan un cheque y luego te dan otro y luego no te dan y te mandan a
hogares, pero los hogares no tienen vacantes y volvés a quedar en calle. Luego
te dicen 'hay vacantes para los nenes en un hogar', porque para los nenes
siempre hay vacantes, porque te los quieren separar y te los mandan a otro
lado. Entonces yo siempre me esfuerzo por vender en la calle. Vendo en la feria
lo que fabricamos en el Isauro y en la calle he vendido chupetines,
tarjetitas, juntar de acá, juntar de allá, agarrar y a veces laburo con mi
viejo, pero mi viejo tiene cáncer y es pintor y no tiene laburo. Yo me las
rebusco", suelta de un tirón, como si las palabras y los pensamientos
calmaran el frío que aplasta el aire en la plaza Martín Fierro.
Su papá vive en
Tigre, donde Penélope nació. Y de donde se tuvo que ir cuando denunció que era
víctima de violencia de género. Su padre atiende su cáncer en Capital. También
tiene problemas de vivienda. Por eso ella y sus hijos no pueden volver con él.
Muchas veces las personas en situación de calle sienten que
"molestan" a su familia. El orgullo, como la piel, se asperezan
cuando no hay techo.
"Cuesta mucho
salir de la situación de calle, pero se sale laburando", explica Penélope
sobre su vida. El último verano lo pasó con sus chicos abajo de uno de los
ombúes, donde conoció a quienes los martes les dan comida. La gente en
situación de calle es una especie de comunidad invisible para quienes no están
en esa condición, pero ellos se conocen, son compañía y a veces problema en la
cotidianidad.
(Gustavo Gavotti)
"Tengo
compañeras, comadres, me hice cargo de un chico, de mi ahijadito. Ellas caían
en la depresión, en las drogas, y volvieron a estar con alguien que les pegaba.
Me he hecho cargo de hijos que no eran míos. Yo no aflojo, estudio, trabajo,
cuido a mis hijos. Pero tengo un montón de amigas que aflojaron, les agarró
depresión, cayeron en las drogas, se pusieron débiles y andan en situación de
calle con sus pibes, cepillándose los dientes con agua que sale de alguna
pileta que desagota algún cheto, golpeando las puertas o queriendo dormir en
algún hotel donde te baldean para que no duermas ahí, durmiendo en
monumentos", y cuando pronuncia esa palabra Penélope se queda en silencio
un segundo. Y mira a los ojos, con sus guantes verdes puestos.
"Monumentos de
la Patria", dice. Y repite: "De la Patria. ¿De qué? Si la gente nos
tiene miedo, cree que los vas a robar y pasa de largo y no te dan ni
comida".
–¿Eso genera un resentimiento en la gente de la calle?
–A la persona que
sufre eso, ¿cómo le explicas que tiene que trabajar y estudiar? Es re difícil.
–¿Te sentís invisible por momentos?
–Me sentí invisible,
sí. En una época dormía en una estación de tren, abandonada. Y un día me
encuentro con que vienen del Estado a hacer una estación nueva, con cámaras de
seguridad y esto y aquello y no se fijaron que había gente, vinieron con las
topadoras y se llevaron lo que habíamos juntado. La estación la teníamos
limpia, hasta arreglamos parte de la electricidad, le colocamos algunos caños
de agua y usamos la electricidad para planchar guardapolvos y lavar la ropa, y
limpiábamos con lavandina para evitar enfermedades, eso fue hace cinco años, y
ahí arrancamos a darnos cuenta de que el sistema habitacional mismo te deja en
la calle.
Este martes es el
primer día después de una seguidilla de lluvia que duró una semana pero pareció
un año, o un siglo. Nunca dejó de caer agua. Para las personas en situación de
calle no hay peor enemigo que ese.
–¿Cómo se hace para sobrevivir cuando llueve tanto?
–Todavía queda gente
buena en algunos lados. Llamamos al 108 (la línea de Atención Social Inmediata
del gobierno porteño), vas al parador, preguntás si hay vacante, si no hay
vacante te quedás en calle, esperás que el 108 te traiga una frazada o andás
con los bolsos para todos lados.
Penélope Acevedo
(Nicolás Stulberg)
Andar con los bolsos
para todos lados significa buscar un techo, un umbral, una autopista, un
puente, la guardia de un hospital, un techo para no mojarse. Pero no.
"Andás mojado, cambiándote de ropa en las estaciones de servicio, pedís en
los baños públicos que te dejen enjuagar una ropita de los nenes con un
jaboncito que alguien te donó, colgás la ropa en los árboles, te vas a las
parroquias", reconstruye Acevedo, que dice que hay situaciones peores:
"Cuando te enfermás y vas a los hospitales te dicen que hay demora de ocho
horas, no te quieren atender muchas veces. Si te atropella un auto y
estás en situación de calle olvidate, no te atienden, te dicen que los doctores
no están y después te llaman al 108 para que consigan un lugar para hacer
reposo. Y no te dan medicación".
Penélope sueña con
tener un trabajo "como cualquier persona normal". "Yo me
esfuerzo, mis nenes van a la escuela, mi hija hacía la tarea en el McDonald's
que está calentito. Y se sacaba buenas notas igual, pero no es justo,
que gente que quiere y que la rema le pongan palos en la rueda, cuando
supuestamente tienen lugares que se llaman 'asistencia a gente en situación de
calle'. No asisten nada. Nos ponen palos en la rueda. Voy a cumplir
40 años y viví el gobierno de Alfonsín, el de Menem, el de De la Rúa, el día
que estuvo Rodríguez Saa, Néstor Kirchner, hubo un montón de presidentes que
sabían que se venía esto, la misma historia marca que en la política se cometen
los mismos errores una y otra vez y quieren hacer pelear al pueblo contra el
pueblo".
Pero tiene la
capacidad de ver a su alrededor. Entiende que no es la única víctima de la
falta de trabajo y el riesgo de estar en la calle. Las últimas cifras
oficiales, de 2018, hablan de 1.066 personas sin techo en Capital. En
julio se conocerán las nuevas estadísticas del Gobierno y también las del 2°
censo popular, confeccionado por más de 50 organizaciones sociales.
"Yo veo cada vez
más gente. Le está pasando a muchos, lo estoy viendo en los comedores. Hay
gente que en el interior vendía animales, tenía un almacén, o gente que
trabajaba en fábricas, y los empezás a ver en comedores. Veo más gente
en la calle y de menos edad. Antes eran de 35 ó 40, gente que no podía trabajar
ya de camarera o de operaria. Ahora chicos de 24 o 25 años, que no
consiguen laburo y van a los comedores y se ponen de ayudante en el comedor
para poder comer", describe Penélope.
–¿Creés que por ser "de la calle" a ustedes les cuesta más
conseguir trabajo?
–A veces la presencia
cuesta. Nosotros nos bañábamos con la manguera de la plaza, un poquito de gel,
pero la discriminación siempre está. Me siento discriminada cuando voy
a tirar curriculum, porque al toque no te llaman más. A veces
tiramos CV cerca del colegio Arancibia para que los chicos estén en la
guardería mientras laburamos, y saben que vamos a ese colegio, donde hay muchos
en situación de calle y ya dicen no, porque saben.
Penélope golpea
puertas, deja currículums, aprende oficios en su escuela, vende ecobolsas, sabe
hacer fileteados en carteles. Su voluntad parece inconmovible ante la
dificultad de conseguir un empleo que definitivamente, y después de tantos
años, le permita tener lo más básico: un salario fijo con el que pueda
pagar un alquiler que a la vez le permite expulsar el fantasma de volver a
dormir al ombú de la plaza Martín Fierro.
Penélope es todo
voluntad. Pero no es ingenua. Para que entienda su vida, la mujer rubia que
carga los niños y las bolsas propone: "Imaginate esta foto: una mamá con
nenes empuja un carrito de bebé, pero el bebé no está en el carrito, el bebé
está en brazos, el carrito está lleno de ropa y de bolsas, la mamá se para
en la puerta de un restaurante, espera que le den trabajo o le den de comer. La
tenés que ver esa foto, me pasó mil veces".
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Publicado en Infobae