En la Argentina, todo lo que se inició
como “revolución” (en realidad desde la contrarrevolución) terminó, como no
podía ser de otra manera, en un gigantesco fracaso: Revolución Libertadora,
Revolución Argentina, Revolución de la Alegría. La primera, los hechos la
transformaron en “fusiladora”; la encabezada por Juan Carlos Onganía fue arrasada por los vientos que venía a controlar; y ahora padecemos la Revolución de la Alegría, que seguramente la historia le aplicará un adjetivo altamente descalificador.
Toda restauración en nuestro país
tiene matices pero un mismo propósito: terminar con el populismo en aras de
regresar a la “racionalidad”. Pero acá es cuando las palabras cambian su
significado. En el diccionario del poder, se denomina “fiesta” cuando las
mayorías mejoran su situación, se amplían sus derechos y acceden a bienes y
servicios de los que carecían. Para los artífices de esta “Revolución de la
Alegría”, se llama fiesta a la posibilidad de que los asalariados puedan
comprar un aire acondicionado, un celular, cambiar la heladera, una estufa o un
lavarropa; tener paritarias libres, acceder por primera vez a la universidad, lograr
leyes de protección del trabajador rural y de las empleadas de casas
particulares; acceso a la jubilación de millones de argentinos que quedaron a
la intemperie por los propulsores de las AFJP; establecer la igualdad de género
por ley; entregar computadoras en las escuelas; implementar planes FINES para
que terminen el secundario los que no habían podido hacerlo. Esto es apenas un
muestrario reducido de un enorme collar de conquistas. Hoy en la Revolución de
la Alegría, no sólo que todo lo obtenido es sistemáticamente destruido o queda
muy lejos, sino que los beneficiarios de “la fiesta” no sólo no pueden comprar
lo que antes sí podían, sino que tampoco los pueden usar porque la
electricidad, el gas, el transporte han tenido aumentos siderales. Las boletas
de los servicios despiertan ansiedad y angustia de tal magnitud que Alfred
Hitchcock hubiera envidiado. Y hay que
desmentir que el macrismo haya procedido falazmente cuando habló de la
Revolución de la Alegría. Porque hay quienes tienen una alegría desbordante,
aunque sean muy contenidos y no la expresen, e incluso que hasta para disimular
formulen algunas críticas de circunstancias. Los especuladores financieros, los
exportadores, los bancos, el multimedio Clarín, los blanqueadores, los
fugadores de dólares, los CEOS funcionarios del gobierno con sus patrimonios en
el exterior en dólares, tienen una alegría desbordante. Es decir: Mauricio
Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta no mintieron cuando
hablaron de “La Revolución de la Alegría”.
No tuvieron tiempo de decirte que
era para poquitos. El resto tiene que pagar la fiesta. Ahí la están pagando:
las miles y miles de empresas que cierran, los obreros desocupados que engordan
el índice de desocupación, los jubilados con haberes que cada vez quedan más
lejos de los precios de sus necesidades básicas, con las prestaciones reducidas
del PAMI y los remedios gratuitos reducidos a su mínima expresión; los
trabajadores que aún tienen trabajo con sus sueldos devaluados y con el
amenazante telegrama de despido como disciplinador, los maestros con sus
sueldos depreciados y cientos de escuelas cerradas; los hospitales desguazados,
del cual el Hospital Posadas es un símbolo, por cuyos corredores circulan más
gendarmes que médicos, las industrias arrasadas, los científicos e
investigadores arrinconados como si fueran innecesarios y que no tardarán en
reemplazar el CONICET por Ezeiza, casi equivalente a convertir un orgullo nacional como el INVAP en un
galpón.
En el país de “La Revolución de la
Alegría” los ciudadanos votan, pero el presidente sólo les habla a los
mercados. En el país de “La Revolución de la Alegría” los ciudadanos votan,
pero el que gobierna es el FMI. En el país de “La Revolución de la Alegría” se
hacen presupuestos donde se suprimen o se limitan los subsidios a los discapacitados
o se raciona la leche de los merenderos. La fiesta hay que pagarla con la
desnutrición infantil, con la indigencia creciente, con los sin techo durmiendo
en las veredas, en los espacios que dejan los locales cerrados.
En el país de “La Revolución de la
Alegría” no existe la economía real. Como en un casino donde sólo se habla de
la ruleta, los tragamonedas, Black Jack, Craps, Bingo, Punto y banca, aquí sólo
importa la cotización del dólar, las tasas de interés, los bonos con todo tipo
de denominaciones como Bonar, Lebac, Bono Dual (PEDO) Bote, Letes, Lecap, Leliq,
y siguen los nombres.
En el país de “La Revolución de la
Alegría” hay una racionalidad extraña: los que ganan en dólares, pagan las
retenciones en pesos y los que ganan en pesos, tienen que pagar servicios, combustibles
y peajes, los derivados de las materias primas que se exportan, dolarizados. En
este país tan particular, los derechos de los trabajadores son considerados
privilegios, y los privilegios de los poderosos, derechos.
En el país de “La Revolución de la
Alegría” la política exterior es un manual de genuflexión hacia los países
poderosos con especial preferencia hacia EE.UU
En el país de “La Revolución de la
Alegría” lo que se quiere extirpar es lo que el populismo le dio a “los nadies”:
dignidad. Esa dignidad expresada sintéticamente por un cabecita negra, que
ningún manual de sociología podría sintetizar con tanta precisión, al preguntársele por qué es peronista,
respondió: “Porque desde que estuvieron Perón y Evita, nunca más tuve que mirar
al patrón o al policía, bajando los ojos”
En el país de “La Revolución de la
Alegría”, al Poder Judicial, que no es la justicia, con mayor intensidad que en
otros gobiernos, medios hegemónicos, poder económico, el macrismo y la embajada
norteamericana, escriben muchas de las sentencias.
En el país de “La Revolución de la
Alegría” Cristina Fernández, según la precisa definición de José Pablo Feinmann
es “el hecho maldito del país neoliberal”
En el país de “La Revolución de la
Alegría” pocos, muy pocos están eufóricos y lo que abunda es la tristeza, la
amputación de los sueños, la incertidumbre, la desesperanza, el miedo, la
desarticulación de la vida cotidiana.
Pero también en el país de “La
Revolución de la Alegría”, ahí abajo, a los que han sido sindicados como los
que deben pagar la fiesta, hay resistencia, lucha, movilizaciones, marchas,
paros, toma de fábricas, miles y miles de protestas.
Porque los pretendidos dueños del
país de la “Revolución de la Alegría” nunca comprenderán aquella frase que
Arturo Jauretche le dijo a Ernesto Sábato en relación al fervor del pueblo
peronista: “No se equivoque, no los mueve el resentimiento, los moviliza la
esperanza”. Y no entenderán, por anteojera ideológica, lo que alguna vez
escribió Octavio Paz, el escritor mejicano galardonado con el Premio Nóbel: “Quien
ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre
todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo…..”
22-09-2018
*Publicado en la Tecla Ñ
brillante, como siempre.
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