A treinta meses de asumir el gobierno
de Mauricio Macri, se ha iniciado la etapa de “lagardización” tras la firma del
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
El período abierto designa al tutelaje que el organismo internacional, auditor
y fiscal de los acreedores, pasó a ejercer sobre el gobierno argentino a través
de su directora-gerente Christine Lagarde.
En otro contexto y otras circunstancias en la década del setenta, más
precisamente el 27 de junio de 1973, el presidente uruguayo Juan María
Bordaberry pasó de ser presidente constitucional elegido el 1° de marzo de 1972,
a serlo de facto aunque subordinado a las fuerzas armadas. Eso se conoció como la “bordaberrización”, adjetivo
que se aplicó también al gobierno de Isabel Martínez. En todos los casos lo que se quiere
ejemplificar es la sujeción de gobiernos constitucionales a un poder diferente
al que le dio origen. De nada le valió a Bordaberry y a la presidenta argentina
hacer todo lo que le exigían sus mandantes, porque ambos finalmente fueron
desplazados: el presidente uruguayo, por sus mandantes armados que lo
sustituyeron por Pedro Alberto Demicheli el 12 de junio de 1976; y doce días
más tarde la viuda de Perón fue reemplazada por la Junta Militar que designó a
Jorge Rafael Videla como presidente.
En las actuales circunstancias el FMI,
como mandante, no tiene fuerzas armadas, pero dispone de un misil mortífero: el
flujo de fondos. Si en algún momento suspende los mismos, la situación del
gobierno pasa a depender de un hilo.
Teniendo en cuenta los números
macroeconómicos todos en rojo, con una salida de capitales que supera a los
préstamos del Fondo, la dependencia es tan extrema que convierte a Mauricio
Macri en un delegado del sicario de las finanzas internacionales.
Es por eso que ha declarado: “ El acuerdo con el FMI es cero peligroso, no busquemos
culpables.” Una nueva demostración de un cinismo insuperable, mientras los
recortes afectan a los trabajadores, a los jubilados, a la ciencia, a la salud,
a las universidades, aumentan los desocupados en las industrias, se precariza
el trabajo, mientras se continua con una distribución regresiva del ingreso, y
se promueve la especulación financiera y la fuga de capitales.
El gobierno llegó a esta situación, asustado
ante una corrida cambiaria a la que eufemísticamente denominó primero “turbulencia”
y luego “tormenta”, tratando de ocultar que la misma es fruto, por lo menos en
un 80%, de garrafales errores propios inspirados en una ideología trasnochada y
en una ineptitud operativa que desmiente aquella calificación grandilocuente como
“el mejor equipo de los últimos cincuenta años”.
La “lagardización” es extrema. Macri
usó la bala de plata y ya no tiene más municiones.
El plan de ajuste del Fondo sobre un escenario
económico descarnado pone en serias dudas la gobernabilidad. El gobierno se
bambolea entre el default y las dificultades internas de una creciente
resistencia popular por el ajuste brutal.
El dilema de Hamlet lo interpreta hoy
el hijo de Franco Macri.
Sin el talento de Alfredo Alcón, en
su actuación con libreto de Durán Barba en lugar de Shakespeare, quedan
exhibidas las imperfectas costuras de un modelo inviable.
Algo huele mal y no es en Dinamarca.
28-07-2018
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