La cancelación del
partido de fútbol entre los seleccionados de Argentina e Israel se puede leer
en clave deportiva. No hay duda de que a nuestros muchachos no les sobran horas
de descanso y entrenamiento de cara al Mundial como para andar paseando por el
Muro de los Lamentos y participando en las celebraciones oficiales por el 70
aniversario de la fundación del Estado de Israel. Tampoco les sobran
tranquilidad ni paz interior como para visitar una zona sujeta periódicamente
al zarandeo de cohetes y misiles, el ulular de alarmas que llaman al búnker en
medio de la noche y a los ataques con cuchillo de palestinos a plena luz del
día.
En contrapartida, la
cancelación puede leerse en clave económica como un negocio perdido para que
una AFA hasta hace poco en bancarrota pueda cobrar poco más de tres palos
verdes, o sea, un jugoso cachet a cambio de enfrentar a un rival de poca
jerarquía, algo que ha sucedido demasiadas veces desde que se fue el flaco
Menotti y se renunció a su proyecto de jerarquizar al seleccionado argentino
enfrentando no sólo a los buenos, sino los mejores.
Pero también existe
una lectura política. Allá vamos. En los últimos meses, los gobiernos
ultraconservadores de Estados Unidos e Israel han confrontado con el resto del
mundo en al menos dos temas: la ruptura del pacto nuclear con Irán y el
traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén. Ambos temas, claro, están
estrechamente relacionados. ¿Y qué tiene que ver Argentina? Mucho. A Israel no
le interesa demasiado comerciar con Argentina. A Estados Unidos, menos. Ambos
países tienen socios para esos intercambios mucho más voluminosos que toda
América latina sumada. Lo que les interesa en la región, y especialmente en la
Argentina, es acceder a acuerdos de seguridad geoestratégicos. Esto es, ventas
de armas y de equipos y software de seguridad, acceso a aduanas, migraciones y
fuerzas de seguridad y alineamiento en foros internacionales, sobre todo en
temas vinculados a la seguridad. Y Argentina, en este contexto, es
especialmente importante para Israel por ser el único país fuera de Medio
Oriente en sufrir dos atentados terroristas de los que se acusa a agentes
iraníes y a sus aliados de Hezbolá, o sea, a sus mayores enemigos. Para que se
entienda, dado que el organismo verificador de la ONU certifica que Irán no ha
violado el pacto nuclear, para romperlo Trump y Netanyahu se basaron en la
afirmación de que Irán es un país terrorista. Pero prácticamente todos los
atentados terroristas que han conmovido al mundo desde el de la AMIA hasta esta
parte fueron cometidos por musulmanes sunitas, ya sea de Al Qaida o del Estado
Islámico. Estas redes terroristas son a su vez enemigas de los musulmanes
chiítas de Irán y Hezbola. O sea, las únicas pruebas con amplia difusión
pública de que Irán es un país terrorista serían los atentados a la AMIA y a la
embajada israelí en la Argentina, si se pudiera probar su autoría. Pero hete
aquí que pasaron más de 20 años y ocurrieron múltiples encubrimientos que hacen
muy difícil averiguar qué pasó en esos atentados, que permanecen impunes.
Entonces entró en
acción un usuario confeso de los servicios secretos de Estados Unidos e Israel,
un fiscal que tenía por costumbre anticipar fallos y dictámenes y hasta hacerse
corregir escritos en la embajada estadounidense, donde le instruían que sólo investigue
a los iraníes y que abandone todas las otras pistas del atentado a la AMIA. Un
tal Alberto Nisman. Y aparece Nisman porque si no era posible demostrar
rápidamente que habían sido los iraníes, había que embarrar la cancha –otra
vez– como para que al menos parezca que habían sido los iraníes. Porque Obama
estaba cambiando de idea y empezaba a explorar la posibilidad de negociar con
Irán. El mismo camino que había transitado Cristina. En ese punto de quiebre,
Nisman toma partido por la línea dura de Netanyahu y de los republicanos
estadounidenses y cumple con el recado de Israel. Acusa a la presidenta con un
montón de humo, una movida temeraria. De él y de sus mandantes. Tanto es así
que en la Justicia lo dejan solo, Estados Unidos lo deja solo, Stiuso y la SIDE
lo dejan solo, y hasta la DAIA y la AMIA le retacean un apoyo escrito y una
foto cuando los va a visitar dos días antes de su muerte. Entonces lo citan en
el Congreso, entra en pánico, pide un arma y se pega un tiro. Una fiscal, una
jueza y 40 peritos y médicos legistas llegan a esa conclusión pero no lo pueden
decir, sufrirían un linchamiento mediático. Con la ayuda de los grandes medios,
la calle ha decidido que fue un asesinato.
Llega el gobierno de
Macri y un fuerte alineamiento con Trump y Netanyahu. Estados Unidos e Israel
se vuelven a abrazar, solos contra el mundo, más unidos que nunca, y en la
Argentina las fichas se terminan de acomodar. Patricia Bullrich ordena a
Gendarmería, una fuerza que nunca había realizado una autopsia en toda su
historia, que invente una pericia trucha diciendo que a Nisman lo habían
matado, atento al interés político del gobierno de Netanyahu y de su nuevo gran
aliado Trump. No es un detalle menor que el marido de Bullrich, Guillermo
Yanco, es socio de Claudio Avruj, actual secretario de Derechos Humanos y
discípulo del histórico líder de la DAIA, Rubén Beraja, actualmente juzgado por
presunto encubrimiento del atentado a la AMIA. Yanco y Avruj dirigen Vis a Vis,
un sitio de noticias de la comunidad judía en la Argentina que recibe abundante
pauta oficial y que sirve de portavoz del gobierno israelí y de sus servicios.
A su vez, los principales voceros del gobierno israelí en la Argentina son los
promotores de las marchas por Nisman, el fallido intento de juicio político al
juez Rafecas por haber desestimado la denuncia de Nisman y la narrativa de
Nisman, el heroico fiscal que murió luchando contra los iraníes y la yegua que
les dio inmunidad. Para resumir, por razones geoestratégicas el gobierno de Mauricio Macri ha
optado por un fuerte alineamiento con las políticas de seguridad de Estados
Unidos y en consecuencia con las de su aliado íntimo, Israel. Y la resurrección
permanente de Nisman es la evidencia más clara de esta política.
OK, vayamos a
Jerusalén. Casi el único que mudó la embajada ahí es Estados Unidos porque el
resto del mundo reconoce que el derecho a nombrar a Jerusalén como capital está
en disputa y forma parte del conflicto entre Israel y Palestina. A Estados
Unidos lo siguieron dos países que, no es por faltarles el respeto, en el
concierto internacional son considerados como muy débiles y dependientes de
Washington y que cuentan líderes especialmente obsecuentes, como es el caso del
showman guatemalteco Jimmy Morales y de Horacio Cartes en Paraguay, un
presidente vulnerable por de más tras haber sido identificado, antes de asumir,
como el mayor narco del cono sur por el Departamento de Estado, según revelaron
los WikiLeaks.
En cambio, un país
mediano como Argentina, con ambición de protagonismo en el G-20, con
aspiraciones a unirse al club de los ricos en la OCDE, no puede darse el lujo
de comportarse como una colonia bananera y mover la embajada ante el chasquido
de los dedos de sus patrones. Si anhela formar parte de la llamada “comunidad
internacional” debe guardar las formas. Entonces no muda la embajada pero casi:
manda a Messi, al mejor mago del mundo, a animar los festejos. No importa el
jet- lag, no importa que pierdan tres días de entrenamiento en la antesala del
Mundial. No importa que los palestinos prometan arruinar la fiesta con sus
cohetazos. No importa que el aniversario que se festeja le costara la vida a
unos 60 manifestantes en la frontera con la Franja de Gaza. No importa que
Argentina nunca haya jugado en la canchita de Jerusalén, sino en grandes
estadios de Tel Aviv o Haifa. Si no se puede mudar la embajada al menos se
puede mudar el seleccionado. Les decimos que está muy bien que se bronceen allí
inclusive en Barcelona, pero que hay que pagar la cuenta. Total, el partido con
Israel ya es una cábala mundialista y nadie se va a avivar.
Pero muchos,
demasiados, se avivaron, empezando por el zurdo y sus jugadores, la carne de
cañón en esta guerra de intereses. Y quién sabe quién más se avivó y metió
presión. ¿Hamas? ¿Los auspiciantes de los jugadores? ¿Twitter? ¿El Chiqui
Tapia? ¿Algún asesor de imagen o analista internacional? ¿Macron? ¿Qatar? Y
quién sabe de qué manera se dio esa presión. ¿Nos escrachan? ¿Nos tiran un
misil? ¿Nos cancelan un contrato? ¿Nos cortan un curro? ¿Nos queman un millón
de camisetas? ¿Nos votan en contra en el FMI?
Lo cierto es que algo
pasó. Entonces salió a la cancha el Pipita y esta vez no la tiró afuera. Dijo
que el partido se suspendía y el partido se suspendió. Había razones deportivas
para balancear las consideraciones económicas. Y algo más también.
Página 12 7 de junio de 2018
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