Hay hechos históricos que constituyen testimonios
de lo mejor de los seres humanos. A mero título ejemplificativo, la rebelión de
Espartaco, el Éxodo Jujeño, la lucha de Ghandi por la
Independencia de la India, las acciones guerrilleras de Juana Azurduy, el
coraje en los combates de Manuela Saenz, la amante de
Bolivar, la lucha de Nelson Mandela en Sudáfrica, la
de Luther Martín King y sus marchas por los derechos civiles de los negros en
EE.UU, el repliegue ruso, ante el avance nazi, dejando todo incendiado para
evitar que algo le sirva al agresor, la lucha de los chicos palestinos en la
primera Intifada, el desembarco de Fidel en Cuba, donde apenas sobreviven
catorce guerrilleros. La gesta de las Madres de Plaza de Mayo, enfrentando un
poder omnímodo En ese marco de hazañas históricas, meramente enunciativo y
parcial, está el levantamiento del Ghetto de
Varsovia. Con la particularidad, que sus protagonistas sabían que
protagonizaban una lucha testimonial, porque la derrota era inevitable.
En abril de 1999, se exhibieron en el Obelisco
las fotos tomadas por un soldado nazi, en su día de licencia, del ghetto de Varsovia. Las mismas habían permanecidas ocultas,
sin revelar durante más de cincuenta años. Las imágenes tenían una fuerza
impresionante. Chicos sentados en las veredas con el hambre traducidos en sus
rostros. Muertos esqueléticos tirados en las calles, víctimas de la inanición y
del tifus. Carros que transportaban los restos de lo que habían sido seres humanos.
Gigantescas tumbas colectivas en el momento que se descargan los cadáveres. Una
nena de edad indefinida, con su rostro cruzado por el miedo y el dolor,
teniendo en su falda un hermanito dormido o muerto.
El horror y la barbarie nazi en su expresión más
descarnada. Fotografiada por el opresor. Ahí en Varsovia. La capital de la
Polonia invadida. Donde residía la mayor cantidad de judíos de toda Europa. El ghetto fue asentado el 16 de octubre de 1940, por lo que se
les prohibió a los judíos a establecerse fuera de una zona específica
delimitada mediante la construcción de muros. En el verano de 1941, en un
pequeño espacio se hacinaban 500.000 personas. El objetivo era el exterminio
por hambre o enfermedad. Pero como el procedimiento era lento para la eficiente
maquinaria asesina, se empiezan las deportaciones hacia el campo de
concentración de Treblinka. Seis mil personas diarias
salen de Umschlag Platz, la
estación ferroviaria situada en el propio ghetto. En
diez días de agosto, marchan por las calles del terreno cercado, rumbo al tren
de la muerte los niños de los jardines de infantes y de los orfelinatos. Al
frente, acompañando a sus alumnos, va el celebre
pedagogo Janusz Korczak.
Cuando el almanaque marca septiembre de 1942, sólo quedan en la capital polaca
unos 36.000 judíos. Más de 260.000 fueron eliminadas en apenas siete semanas.
El 20 de abril era el cumpleaños de Adolfo
Hitler. El regalo prometido para la ocasión era la muerte de todos los
sobrevivientes. Un grupo de jóvenes, tal vez recordando a La Pasionaria de la
guerra civil española, que sostenía “es mejor morir de pie que vivir de
rodillas”, deciden armarse para dar un testimonio de vida. Empieza el
aprovisionamiento de armas y alimentos sorteando las vallas a través de las
cloacas. Todo lo que se consigue es precario. Pero los doscientos veinte
combatientes conducidos por un joven de 24 años llamado Mordejai
Anilevich, estaban acorazados en la desesperación de
lo vivido y en la esperanza de clavar una pizca de dignidad en un mundo asolado
por la ignominia.
El 19 de abril de 1943 se inicia la ofensiva
final contra la heroica resistencia. Una batalla pérdida
de antemano, pero que iba a dejar en claro que los judíos tenían el coraje y la
decisión de realizar la primera rebelión ciudadana en la Europa ocupada.
La aceitada maquinaria bélica alemana se puso en
marcha subestimando a los que habían llevado sin resistencia a los campos de
concentración y exterminio que sembraron la vieja geografía con la hipócrita
leyenda a su entrada: “el trabajo libera”.
Era el 19 de abril y los judíos del ghetto celebraban la Pascua Judía (Pesaj ) que recuerda la
huida de Egipto escapando de la esclavitud. Ante la imprevista resistencia, los
nazis recurrieron a la artillería, los tanques, aviones de bombardeo,
ametralladoras y lanzallamas. Se inundaron las alcantarillas y se luchó refugio
por refugio. El 8 de mayo, después de diecinueve días de batalla, más que la
resistencia de países como Bélgica, Yugoslavia, Grecia o Francia, los invasores
llegaron a la calle Mila 18 donde estaba emplazada la
comandancia general de la Resistencia.
Mordejai Anilevich, símbolos de la gesta, con los pocos amigos sobrevivientes, se suicidaron ante de entregarse a los asesinos de su pueblo. Poco antes, Anilevich había escrito: “pude ver la defensa judía del ghetto, en toda su gloria y su grandeza “.
Mordejai Anilevich, símbolos de la gesta, con los pocos amigos sobrevivientes, se suicidaron ante de entregarse a los asesinos de su pueblo. Poco antes, Anilevich había escrito: “pude ver la defensa judía del ghetto, en toda su gloria y su grandeza “.
El filosofo Michel
Foucault ha dicho “El Levantamiento del Ghetto de
Varsovia reivindica la dignidad humana. Varsovia siempre tendrá su ghetto sublevado y sus cloacas pobladas de insurgentes”.
Paradojas de las miserias humanas. Hubo que descender a esas cloacas para forjar esta historia de coraje, porque la superficie estaba inundada por los detritus de la intolerancia, el racismo, el odio al diferente. En ese escenario, tan parecido al infierno tan temido, doscientos veinte seres humanos, honraron a la vida, con las armas en las manos, en nombre de los millones que no pudieron hacerlo, en un estruendoso grito de dignidad.
Paradojas de las miserias humanas. Hubo que descender a esas cloacas para forjar esta historia de coraje, porque la superficie estaba inundada por los detritus de la intolerancia, el racismo, el odio al diferente. En ese escenario, tan parecido al infierno tan temido, doscientos veinte seres humanos, honraron a la vida, con las armas en las manos, en nombre de los millones que no pudieron hacerlo, en un estruendoso grito de dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario