“Nunca dejaré de tener fe en la esperanza”. Eso me dijo, ya herido por la vejez, el hachero Valentín Céspedes. Landriscina me lo presentó en el año 1970 después de Cristo, en el hondo monte chaqueño. El reportaje me agarró de las solapas, y de más abajo también. Primero fueron seis páginas en una revista; al tiempo, otra nota invitado a Buenos Aires: primera vez que dormía en una cama. 25 años después lo ubiqué de nuevo, vivía en la orilla de Pampa del Infierno; otra nota y con nueve páginas. Y no sólo eso: don Valentín, con su camperita elemental y sus zapatillas pampero posó para la mismísima tapa de los personajes del año 1995; sí, en Gente, al lado de Bioy Casares, cerca del presidente de la república, y de Mirtha y de Susana, claro.
Por
décadas ignorado por los censos, Céspedes nunca fue a la escuela. Al ratito de
conocerlo me dijo que lo más grave no es la pobreza ni el mismo hambre,
es ser
analfabeto: “Sabe, amigo, la ignorancia primero embrutece el cuerpo y después
el alma y al final embrutece el corazón”. Redondeó:
“La ignorancia nos hace
creer que no hay más remedio que ser esclavos a de por vida”.
Aquel
Valentín me contó un secreto: que los hachazos sueltan palabras. Y con su hijo
de 14 años ahí, empezó a talar un enorme árbol: “Un hacha dice pan y la otra dirá azúcar… ¿escucha usted? …pan
/ azúcar… pan / azúcar… pan / azúcar...”
Este
primordial me mostró a sus siete hijos; para ellos quería conseguir un maestro
que subiera al monte cuatro meses al año, y les enseñara a leer y algo de los números.“No más
que eso, señor. La escuela la ponemos nosotros. ¿Ve esos troncos volteados?
Serán los bancos. ¿Techo? Ahí tiene, el cielo entero. Puro techo.” Cuando lo ubiqué un cuarto de siglo después,
don Valentín seguía buscando maestro. Pero le brotó una sonrisa solar cuando me
contó que el más chico de sus hijos había aprendido a leer, y que le enseñaría
a sus hermanos y a sus gajitos. Por entonces tenía más de cincuenta nietos.
Casi
al final del encuentro, me contó que después de aquel primer reportaje en 1970
el patrón lo verdugueó, y debió irse de Pampa Juana
“a buscar otro patrón de mejor corazón”.
El
don Valentín real me empujó hacia un monólogo teatral; lo concebí encarnado por
Miguel Ángel Solá, por Ulises Dumont,
por Hugo Arana.
Comparto
ahora un breve fragmento de esa ficción; el tema es la dignidad.
(Digo dignidad y pienso en los compañeros y
compañeras que hoy hacen Tiempo Argentino.)
Un
detalle: don Valentín en 1995 me dijo: “Cuando pierdo la fe, tengo esperanza. Cuando pierdo la esperanza, tengo fe.
El
de corazón hediondo estaba roncando su siesta.
En
el obraje, él nos trata pior que a perros; a los
perros al menos les tira un hueso.
Ese
hombre, a quien tiene dignidad lo dobla a talerazos,
lo hace huir y en eso lo
baja a tiros por la espalda; para que aprenda.
Después el río se lleva lo que
queda del cuerpo hachero.
Ayer el río se llevó al hermano que me quedaba.
Hace
como un año se llevó al mayor de mis hijos, que nos ha dejado cinco gajitos.
Como
les cuento: el de corazón hediondo estaba durmiendo su siesta de harta panza;
roncaba y meta pedos, muy a sus anchas.
Despacio
yo me le he acercado. Lo primero: le he sacado los cartuchos de la escopeta
mientras sigue babeando su siesta, muy satisfecho el maldito.
Pero
se ha levantado por fin, ha eructado su locro con vino y se está despabilando
hundiendo la cabeza en el fuentón con agua de la
última lluvia.
Cuando
me ha visto, me ha dicho:
–¿Y qué carajo hacés
vos aquí?
A esta hora tenés que estar en el monte
voleando tu hacha.
–Señor, vine nomás a mirarlo.
Dejá de mirarme,
me ha dicho. ¡Bajáme
la mirada!, me ha repetido.
Yo
no le he hecho caso.
Entonces,
el de corazón hediondo ha alzado su escopeta y me la ha puesto de mala manera
en la frente misma; me ha hecho doler.
Bajáme la mirada o te vuelo los
sesos mierdaaaa,
me ha dicho escupiéndome su aliento oscuro.
Pero
yo le he seguido mirando a los ojos, manso.
Y
él ha apretado nomás el gatillo. Y nada. Y lo ha vuelto a apretar, y nada.
Y,
bueno, yo le he alzado mi hacha… y él… él ya está hincado, temblando, y yo lo
he sujetado de pies y de manos también. Y está llorando… el muy sonso cree que
lo tengo anudado… Mientras gime bajito el desgraciao
me besa los pies y dice nombres como despidiéndose, serán de sus hijitos…
Hortensia… Nicasio… Rosendo… Petra… y está llorando con mocos…
y me está
lamiendo las alpargatas y bueno, yo he alzado bien alto mi hacha…
pero el hacha
se me ha quedado arriba, quieta… y él ha seguido gimiendo y besando mis
alpargatas… Y yo le he dicho: Hombre
roñoso, dejesé de joder ya, no sea trapo… Y vaya en
sabiendo que sólo estamos atados los que no sabemos leer…
Y
entonces le he aflojado las ataduras y… allá va, corriendo...
¿Volverá
el de corazón hediondo para matarme y arrojarme enseguida a la sordera del río?
((
Me cuesta creer que volverá por mí. El de
corazón hediondo es un cruel, pero por más cruel que sea, nadie resiste ser
malvado tanto tiempo. Porque nació de madre, alguna vez ese hombre se ha de
cansar de ser malo…))
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* Texto publicado en la contratapa de la
edición dominical del diario Tiempo Argentino, del 19 de febrero de 2017.
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