UN VIAJE AL MEDIOEVO
Cuando se cumplía un mes del golpe
del 28 de junio de 1966 denominado falsa y pomposamente Revolución Argentina,
grupos de asalto de la Policía Federal desalojaban en forma brutal cinco
facultades tomadas por alumnos y profesores, pero con particular ensañamiento
en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Filosofía y Letras. No
sólo intervinieron las universidades de todo el país, y obligaron a rectores y decanos a actuar como
interventores, sino que había que dar una lección imborrable traducida en la
imagen de bastones policiales golpeando sobre cuerpos y cabezas que
representaban una parte de la ciencia y
el pensamiento argentino. No por algo su “tarea de limpieza” se encarnizó
contra los laboratorios de investigación y contra la famosa computadora
Clementina, la primera de Sudamérica que
funcionó con dificultades hasta 1971. Eran los mismos que luego en un veloz
viaje al Medioevo realizaban cruzadas contra el pelo largo de los jóvenes, las
faldas cortas de las mujeres, los hoteles alojamientos, estableciendo una feroz
censura con rasgos tan ridículos con un
San Martín llevado al cine, nacido con vocación de bronce, que ni siquiera se
podía besar con su mujer.
Los “palitos de abollar ideologías”
al decir de Mafalda, produjeron un daño irreparable que sólo en pequeña escala
se ha intentado restañar en democracia pero, fundamentalmente, en forma
potenciada, aún en las limitaciones, en
los doce años de kirchnerismo; herencia que el macrismo parece dispuesto a
dilapidar, no con bastones sino con inanición presupuestaria y los previsibles
exilios económicos de científicos, valorados en las universidades extranjeras y
el mercado mundial. Para un modelo agroexportador mixturado con el de
rentabilidad financiera, la ciencia es un gasto, los científicos una carga a
ajustar, las Universidades Nacionales una competencia desleal y lesiva contra
las Universidades Privadas que son la continuación terciaria del mercado.
LA REALIDAD DIALÉCTICA Y
CONTRADICTORIA
Las universidades nacionales, en el
funcionamiento que le conocemos, son hijas de la reforma universitaria de junio
de 1918 que estableció la autonomía y el gobierno tripartito. En el Manifiesto
Liminar escrito brillante y poéticamente por Deodoro Roca desde Córdoba, puede
leerse: “Hombres de una república libre, acabamos de romper
la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación
monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre
que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza
menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos
faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten:
estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana….. La
juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese
pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus
representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de
realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la
capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.”
No es casualidad que la
revolución universitaria se produzca en consonancia con el primer gobierno
nacional y popular del siglo XX, el de Hipólito Yrigoyen, que expresó la
incorporación de las clases medias al sistema político. Eso no impidió que la
alienación cultural de la pequeña burguesía universitaria fuera una de las
coberturas civiles del golpe del 6 de septiembre de 1930.
Fue un segundo gobierno
popular, el del peronismo, el que eliminó los aranceles universitarios y creó
la Universidad Tecnológica que facilitó el acceso a la universidad a los
estudiantes que trabajaban mientras cursaban la enseñanza superior.
Contradictoriamente, personajes nefastos del nacionalismo ultramontano se
designaron en cargos jerárquicos acentuando en parte justificadamente, el
distanciamiento de los sectores medios universitarios del segundo gobierno
popular. Y como las contradicciones y
paradojas forman el entretejido histórico, la universidad surgida de un
gobierno profundamente antipopular como la Revolución Fusiladora, mejorada luego por el desarrollismo, fue de
1955 a 1966, posiblemente la de mayor nivel académico de la historia
universitaria. Pero mientras en el país estaba proscripto el peronismo, en la Universidades
funcionaban las agrupaciones, los centros de estudiantes, se realizaban
periódicamente elecciones. Eso originó un status ´muy diferente al del país, lo
que dio en llamarse “la isla democrática”. En la década del 60, en pleno
gobierno de Illía, los estudiantes salían (salíamos) a la calle por el
presupuesto universitario que comparativamente era importante y contra la
invasión norteamericana en Vietnam.
El gobierno de Juan
Carlos Onganía violentamente le quitó a la universidad su condición de isla, y
la introdujo en el “continente”, donde
se había cerrado el Congreso, se habían disuelto los partidos políticos, suprimidos los derechos gremiales, y
reprimidas las huelgas y actividades obreras. Dos de los objetivos del golpe fueron la eliminación
de los focos subversivos que para ellos eran Tucumán y la Universidad. En la
provincia de la Independencia cerraron la mayoría de los ingenios azucareros y
en la universidad se propuso, para disciplinarla, considerarla una prolongación
del cuartel. Tres años más tarde el país se incendiaba con la confluencia de
obreros y estudiantes crecientemente radicalizados por las políticas del
Onganiato, protagonistas de los sucesivos “azos”, de los cuales los más
impactantes fueron el Rosariazo y el Cordobazo. Lo que al principio fue un
diagnóstico falso se convirtió en correcto gracias a las políticas
implementadas. La universidad y Tucumán se convirtieron en epicentros de la
resistencia. A su vez el gran proscripto, el General Perón, se convertía en
figura mítica. Y se daba la notable paradoja que mientras los padres de los
jóvenes setentistas se opusieron a Perón por fascista, sus hijos lo apoyaron
presumiendo que era socialista. Los dos se equivocaron: no fue fascista ni
socialista, sino que intentaba realizar la revolución burguesa en la Argentina
oligárquica, y eso era revolucionario.
El verdadero objetivo de
la dictadura cívico- militar que expresaba que tenía fines pero no plazos, a
los que estiraba a más de 20 años, era especular que en ese tiempo se produjera
la muerte de Perón.
La división del tiempo
en etapas: económica, social y política, era la versión sesentista
institucional de la teoría del derrame que hoy suscribe el gobierno de Mauricio
Macri.
Luego de la tumultuosa y
contradictoria universidad de los días de Cámpora, con Isabel volvió la oscura
universidad medieval. La dictadura establishment-militar colocó a la universidad
bajo la égida del terrorismo de estado cobrándose numerosas vidas.
Durante la democracia se
realizó un lento recorrido, con retrocesos significativos durante el menemismo,
donde en el colmo del desprecio, el inolvidable Ministro de Economía Domingo
Felipe Cavallo sugirió a la docente y
Licenciada en Filosofía Susana Torrado
“que vaya a lavar los platos”. El impulso notable se registró durante el
kirchnerismo donde se crearon diecisiete universidades, en la mayoría de las
cuales sus alumnos son los primeros de la familia que acceden a la enseñanza
universitaria. Los vientos de la revancha que han decidido exagerar los
defectos y limitaciones y omitir los activos de la herencia, entre los cuales
se encuentran estas universidades, en boca del presidente finalmente electo, en
plena campaña, lo llevó a decir que se creaban tantas universidades sólo por
los cargos.
UN VIAJE AL MEDIOEVO
La caza de brujas, la delación, la
quema de libros que se potenciarían a niveles inimaginables una década después,
ya estaban presentes en aquellos días de julio. Precisamente el 9 de julio,
cuando se cumplían 150 años de la Independencia, el presidente, después de
tomar por asalto la Casa Rosada expresó: “No
permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza.
Si fijamos con claridad el rumbo, nadie podrá apartarla de su misión de
grandeza.” El rectorado de la Universidad de Buenos Aires se había
pronunciado ante el golpe en forma clara y categórica sosteniendo la defensa del
cogobierno y la autonomía universitaria. La periodista María Seoane escribió en
Clarín al cumplirse cuarenta años de la trágica noche: “El asalto violento de la Policía a Ciencias
Exactas, que se denominó La
noche de los bastones largos, es posible afirmar que se quebró no sólo la
más formidable acumulación de conocimiento científico que la Argentina había
logrado hasta mediados del siglo XX, sino también se abrió el camino a la
intolerancia y se atrincheró a una generación de argentinos en la idea fatal de que la violencia política era
el recurso para restaurar la libertad….
Se conocen también los móviles dictatoriales: poner fin a la autonomía
universitaria y la libertad de cátedra; silenciar las críticas; escarmentar la
rebeldía estudiantil y docente de todas las universidades nacionales. Y se conocen las consecuencias: 1.378
docentes que renunciaron o partieron al exilio. Unos 301 emigraron: 215 eran
científicos y 86 investigadores en distintas áreas. Se inició el éxodo de
científicos que no se detendría a partir de entonces.
Al mes del golpe, la agitación estudiantil crecía
en tanto se defendía la autonomía universitaria atacada por el decreto ley
16.912. "La noche del 29 de julio, entonces, Eduardito Señorans,
estudiante de Física en Ciencias Exactas (hijo único de Eduardo Argentino
Señorans, jefe de la SIDE) estaba en su
casa. Escucha a su padre hablar por teléfono con Fonseca, el jefe de la Policía
Federal. Eduardito contó luego (ese día
estaba enfermo y no había ido a la facultad) que su padre le dijo a
Fonseca: “Andá a la Facultad de
Ciencias Exactas y matalos a palos."
El periodista Luis Bruschtein escribió: “Durante
muchos años se habló de la doble fila que iba desde el patio central hasta la
puerta. Estudiantes y profesores eran brutalmente aporreados a medida que
recorrían esos pocos menos de cien metros obligatorios. Cuando entraron los
infantes, disparando gases, hubo estudiantes que se refugiaron en las aulas del
segundo piso y algunos que trataron de escapar por los techos que daban al
Nacional Buenos Aires. Las persecuciones, gritos y estampidas se sucedieron en
un despliegue de violencia inusitado para esa época.
En la puerta, estudiantes y profesores iban
saliendo con las manos en la nuca, muchos de ellos sangrando, y los subían a
los celulares en que los llevaban detenidos. No había gritos en la calle y
tampoco entre los prisioneros. Todos actuaban con una expectativa enmudecedora
ante el nuevo escenario que se abría. La incertidumbre y la sorpresa todavía le
ganaban a la indignación en esos momentos. El folklore sobre la torpeza de los
militares ya era un tema recurrente. Pero aun así sus actos excedían los
estereotipos. Como el comisario Margaride persiguiendo hombres y mujeres
infieles en los hoteles alojamiento, o cuando llevaron a un cura al aula magna
de Exactas para exorcizar a los demonios del comunismo y Onganía irrumpiendo en
la Rural con la carroza de la reina Victoria tirada por seis caballos blancos.
La facultad estuvo cerrada bastante tiempo porque coincidía con el fin del
cuatrimestre. Cuando reabrió, la mayoría de los profesores había renunciado y
en los pasillos había nuevos celadores con funciones policiales. Algunas
cátedras desaparecieron y otras debieron unificarse. El clima de libertad que
había distinguido a la Universidad había mutado a claustro medieval, vigilancia
y persecución. Esa torpeza troglodita y la ignorancia habían pasado a decidir
sobre nuestras vidas.”
Algunos de los científicos que se
fueron del país, de una extensa lista de las más diversas especialidades: Adolfo Rafael Chamorro (1914-2006), arquitecto, Decano de la Facultad de Arquitectura y
Urbanismo de La Plata, quien fuera profesor titular de la cátedra de
Construcciones, en la Universidad de Buenos Aires. Sergio Bagú (1911-2002), historiador y sociólogo. Félix González Bonorino, geólogo. Risieri Frondizi (1910-1985), filósofo y ex rector de la UBA.
Rolando García (1919-2012), epistemólogo, físico, meteorólogo, fue el decano que
enfrentó la toma de la Facultad de Ciencias Exactas. En el exilio desarrolló la
epistemología genética,
junto a Jean Piaget. Exiliado. Tulio Halperín Donghi (1926-2014), historiador. Pablo Miguel Jacovkis, matemático. Eugenia Kalnay ), meteoróloga. Gregorio Klimovsky (1922-2009), epistemólogo. Catherine Gattegno de Cesarsky, astrónoma. Telma Reca, psicóloga, directora del Instituto de Psicología
Evolutiva, cesanteada. Juan G. Roederer , físico a cargo del Instituto de Radiación Cósmica. Manuel Sadosky (1914-2005), quien había introducido la computación en el país. Mariana Weissmann , física atómica.
A 50 años de la ignominiosa noche de los bastones
largos, el país vive un nuevo intento de oscurecimiento y no es consecuencia
del déficit energético. Tampoco puede atribuirle el macrismo, como lo hace en
todos los rubros, a “la pesada herencia”. Se está gestando una nueva herencia,
de un peso sin precedentes, que heredarán los argentinos dentro de dos o tres décadas.
El presidente no sólo criticó la proliferación de
universidades sino también los satélites colocados en el espacio. Dijo Macri: “Hay un despilfarro, empresas tecnológicas
que no hacen falta, empresas satelitales que no funcionan”. El actual Presidente, ingeniero recibido en universidad privada
como todo su gabinete, habló de “colocar una heladera en el espacio.” La
versión contemporánea de “mandar a los científicos a lavar los platos.”
En medio de un panorama no precisamente alentador,
tal vez conviene mantener erguido el optimismo, acudiendo a un autor clásico
como Shakespeare: “La oscuridad más
profunda es la que precede al amanecer”
29-07-2016
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