03 diciembre 2013

LA HISTORIETA ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN 










Un apuesto y millonario adolescente, como un anoréxico de la imagen, se sometió a múltiples operaciones y  se convirtió en el estereotipo de un personaje de historieta. La búsqueda de una pretendida perfección física lo llevó a ser al mismo tiempo Víctor Frankenstein y el monstruo que creó. Haciendo realidad lo que la escritora  Mary W. Shelley imaginó y escribió a los 18 años frente al lago de Ginebra, en compañía de su marido y acompañando a Lord Byron, Fort se instaló en Miami alejándose de un padre con el que tenía una relación pésima. Sus otros dos hermanos siguieron el mandato paterno de incrementar el patrimonio de la tradicional fábrica de chocolate.  Por  extrañas similitudes o paralelismos, Ricardo Fort careció de un padre real (quien lo despreciaba por homosexual y por sus veleidades artísticas); y Mary Shelley no tuvo madre ya que murió al nacer la futura escritora. En Miami, la capital de los exiliados cubanos, meca de los argentinos que hacen tours de compras y de los jubilados norteamericanos, el heredero desahuciado empezó su pertinaz visita a los quirófanos, junto con su larga permanencia diaria en los gimnasios y su ingestión desmesurada de anabólicos. Todo pasó a ser apariencia, desde la prótesis que le estiró la pera a las que en sus tobillos le permitió incrementar tres centímetros su altura o aquellos que le proporcionaron sus prominentes pectorales mantenidos luego con agotadoras jornadas de  gimnasios. Todas sus transformaciones incrementaron la masa corporal que resintió su estructura ósea afectando su columna vertebral que necesitó de operaciones y clavos.
Niño rico caprichoso acostumbrado a  hacer su voluntad, incluso atentando contra su salud, no cumplió con los largos períodos de reposo que la gravedad de su situación ameritaba, que terminaron afectando también sus extremidades y el cuello. A medida que el desequilibrio se hizo más pronunciado, el cuerpo pasó  sus facturas con dolores insoportables que fueron controlados con dosis crecientes de morfinas y analgésicos que finalmente lo condujeron a la muerte cuando apenas tenía 45 años.
RICARDO FORT  Y LA SOCIEDAD DE MERCADO          
Volvió de Miami cuando murió su padre, ocupándose de todos los trámites mortuorios  para asegurarse que estaba definitivamente muerto. 






Su aporte a la fábrica fueron las barritas de cereal que había conocido durante su exilio familiar. Teniendo el oro, fue por el bronce de la fama. Y para eso necesitaba del nuevo Registro Civil que es la televisión. Si ésta es la dispensadora del conocimiento público y el reconocimiento social, en un futuro no demasiado lejano los seres humanos tendremos dos fechas de nacimiento: uno cuando los padres anoten a sus hijos en la oficina estatal, y la segunda cuando éstos accedan a un estudio televisivo.
Carente de grandes virtudes artísticas, ingresó con la prepotencia y el exhibicionismo de los nuevos ricos, aunque él fuera el heredero de una fortuna que se empezó a originar en 1912. Mientras su familia tiene el comportamiento de los millonarios tradicionales de vieja prosapia que intentan que su fortuna pase desapercibida, el menor de los Fort necesitaba exhibirla para hacerse un lugar en la popularidad y en la fama.



 Es así como se expuso en programas de mucho rating como los de  Marcelo Tinelli y Alejandro Fantino; también en los de chimentos de la tarde en los que manifestó sus arbitrariedades y caprichos, mostró sus Rolls Royce, sus propiedades, sus joyas, y los regalos que prodigaba ostentosamente a sus amigos y a las falsas novias. Ese era el decorado donde exhibía sus dotes de canto y baile, su físico, sus tatuajes, las peleas de conventillo, que se intensificaron cuando pasó a ser jurado de algunas de las ocurrencias exitosas de Tinelli. Con esta mezcla explosiva de riqueza y algunas pizcas de talento, de rencillas y televisión basura,  llegó a la meta propuesta de ser una figura conocida y en segmentos de la población, una figura popular.


En la etapa en que quería demostrar su masculinidad, se hizo un casting de novias en el programa de Tinelli, donde chicas modestas del conurbano venían como cenicientas esperando ser elegidas por el príncipe azul y eran sometidas a degradaciones del tipo que abrieran la boca para observar la salud de su dentadura o las piezas dentales que les faltaban.
En algún momento decidió asumir su elección sexual, posiblemente en función del clima favorable de ampliación de derechos, y ya no necesitó seguir comprando a bellas mujeres que desempeñaran el papel de novias.
Luego alquiló un vientre y fue padre de mellizos.
Su irrupción durante el gobierno kirchnerista como un símbolo fuerte de la década de los noventa, sonó disfuncional pero en sintonía con franjas significativas que añoran la idea del ingreso al primer mundo por la puerta de servicio para comer las migajas de la mesa de los poderosos. Carente de afectos familiares, parecía representar la expresión de aquella propaganda electoral de Carlos Menem en 1989: “Los niños ricos que tienen tristeza”.
Esto quedó exteriorizado en la transmisión televisiva en cadena que se dio con total impudicia ante su muerte. 
Eduardo Fabregat apuntó correctamente en Página 12 del 27-11-2013:  “A esta altura del partido, los festivales del morbo que la TV suele armar en estas circunstancias no pueden sorprender a nadie. De hecho, el primer responsable de esta vidriera impúdica que involucra a dos menores de edad es el mismo Ricardo Fort, que los llevó a la TV y a producciones fotográficas, los dejó aparecer en cámaras, incluyendo a los niños en el show mediático que fue su vida y que es ahora su muerte. Pero así eran las cosas en el universo Fort. Los medios audiovisuales deberían ser –o intentar ser– otra cosa. ……Uno no puede salir de su asombro cuando ve en pantalla la imagen de dos niños sin pixelar y un zócalo que reza “Una herencia de 250 millones”. Fort no hizo mucho por proteger la imagen de sus hijos, pero con esa irresponsable imagen la tevé les pone precio.
No se piensa. Se mide. En la lógica del impacto, no hay lugar para que alguien ejerza un mínimo de humanidad y piense en dos chicos de 9 años sometidos a un vendaval que –es inevitable– tendrá consecuencias para su salud mental. Con la misma liviandad con la que se pormenorizan detalles de la intimidad de una menor asesinada, se tiran cifras de dinero y presunciones de toda clase sobre las imágenes de dos chicos que ya antes de todo este aquelarre concurrían a su escuela (a todos lados) con una custodia permanente…… Haciendo con dos criaturas cosas que jamás permitirían que les hicieran a sus propios hijos, simplemente porque así era Fort y entonces todo vale. Todo vale. 250 millones o un miserable punto de rating.”
Ricardo Fort, su éxito, su popularidad, sus fans, habla mucho de nosotros como sociedad. 
LA HISTORIETA ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN
La periodista Sandra Russo, en su nota titulada “La radiografía de Fort”, reflexiona: “….en esos clavos que soportaban su columna vertebral, Fort deja por lo menos dos preguntas abiertas, más allá de su triste y disparatada biografía. Una es ¿Qué miramos cuando miramos a alguien? Y  la otra: Ser mirado o mirar ¿no es demasiado poco?”   
Un personaje millonario que físicamente parecía salido de una historieta en el escenario de la realidad, protagonizó una historia que bordea la ficción. Habiendo obtenido la popularidad que buscaba, soñó con un velatorio a lo Elvis Presley. No fue posible. Mientras la televisión revisaba una y otra vez su vida, con chimenteros llorosos  y  paneles encrespados, llantos y diferentes amantes, todo lo cual  hubieran satisfecho su ego, su familia, tal vez en venganza por ser el hijo descarriado, el rico que avergonzó a su clase, le negó esa posibilidad.


Llamativamente su madre, que también tiene veleidades artísticas, saludaba como si estuviera clausurando una función en una cancha de fútbol y repartía CDs que la tenían de intérprete. La periodista Flor Monfort, al respecto recuerda: “…..  a veces con alguna copa de más, se la vio cantando un bolero, de esos que Richard entonaba en el oído de su pareja de turno ante los ojos de toda la Argentina.” La misma que afirmó: Ricardo siempre fue heterosexual. Se volvió gay con la muerte de su padre” Y llama empleado a la ex pareja de su hijo, el que cuidará a sus nietos.    
Ricardo Fort fue enterrado al lado del padre que odió. Luego se ha exhumado el cadáver, por presunta negligencia médica en su muerte. Realidad y ficción entrelazadas en un concubinato novelesco.
Una historia de Mary W. Shelley, adaptada al siglo XXI. Sólo que en la realidad, superando a la ficción, Fort fue al mismo tiempo Shelley y Víctor Frankenstein
Sólo faltaba Sabina cantando “Pobre Cristina” referida a Cristina Onassis: “Era tan pobre que no tenía más que dinero”


  01-12-2013 

1 comentario: