LA HISTORIETA ENTRE LA
REALIDAD Y LA FICCIÓN
Un apuesto y millonario adolescente, como un
anoréxico de la imagen, se sometió a múltiples operaciones y se convirtió en el estereotipo de un
personaje de historieta. La búsqueda de una pretendida perfección física lo
llevó a ser al mismo tiempo Víctor Frankenstein y el monstruo que creó.
Haciendo realidad lo que la escritora
Mary W. Shelley imaginó y escribió a los 18 años frente al lago de
Ginebra, en compañía de su marido y acompañando a Lord Byron, Fort se instaló
en Miami alejándose de un padre con el que tenía una relación pésima. Sus otros
dos hermanos siguieron el mandato paterno de incrementar el patrimonio de la
tradicional fábrica de chocolate.
Por extrañas similitudes o
paralelismos, Ricardo Fort careció de un padre real (quien lo despreciaba por
homosexual y por sus veleidades artísticas); y Mary Shelley no tuvo madre ya
que murió al nacer la futura escritora. En Miami, la capital de los exiliados
cubanos, meca de los argentinos que hacen tours de compras y de los jubilados
norteamericanos, el heredero desahuciado empezó su pertinaz visita a los
quirófanos, junto con su larga permanencia diaria en los gimnasios y su
ingestión desmesurada de anabólicos. Todo pasó a ser apariencia, desde la
prótesis que le estiró la pera a las que en sus tobillos le permitió
incrementar tres centímetros su altura o aquellos que le proporcionaron sus
prominentes pectorales mantenidos luego con agotadoras jornadas de gimnasios. Todas sus transformaciones
incrementaron la masa corporal que resintió su estructura ósea afectando su
columna vertebral que necesitó de operaciones y clavos.
Niño rico caprichoso acostumbrado a hacer su voluntad, incluso atentando contra
su salud, no cumplió con los largos períodos de reposo que la gravedad de su
situación ameritaba, que terminaron afectando también sus extremidades y el
cuello. A medida que el desequilibrio se hizo más pronunciado, el cuerpo
pasó sus facturas con dolores
insoportables que fueron controlados con dosis crecientes de morfinas y
analgésicos que finalmente lo condujeron a la muerte cuando apenas tenía 45
años.
RICARDO FORT Y LA SOCIEDAD DE MERCADO
Volvió de Miami cuando murió su padre, ocupándose de
todos los trámites mortuorios para
asegurarse que estaba definitivamente muerto.
Su aporte a la fábrica fueron las
barritas de cereal que había conocido durante su exilio familiar. Teniendo el oro, fue por el bronce de la
fama. Y para eso necesitaba del nuevo Registro Civil que es la televisión.
Si ésta es la dispensadora del conocimiento público y el reconocimiento social,
en un futuro no demasiado lejano los
seres humanos tendremos dos fechas de nacimiento: uno cuando los padres anoten
a sus hijos en la oficina estatal, y la segunda cuando éstos accedan a un
estudio televisivo.
Carente de grandes virtudes artísticas, ingresó con
la prepotencia y el exhibicionismo de los nuevos ricos, aunque él fuera el
heredero de una fortuna que se empezó a originar en 1912. Mientras su familia
tiene el comportamiento de los millonarios tradicionales de vieja prosapia que
intentan que su fortuna pase desapercibida, el menor de los Fort necesitaba
exhibirla para hacerse un lugar en la popularidad y en la fama.
Es así como se
expuso en programas de mucho rating como los de
Marcelo Tinelli y Alejandro Fantino; también en los de chimentos de la
tarde en los que manifestó sus arbitrariedades y caprichos, mostró sus Rolls
Royce, sus propiedades, sus joyas, y los regalos que prodigaba ostentosamente a
sus amigos y a las falsas novias. Ese era el decorado donde exhibía sus dotes
de canto y baile, su físico, sus tatuajes, las peleas de conventillo, que se
intensificaron cuando pasó a ser jurado de algunas de las ocurrencias exitosas
de Tinelli. Con esta mezcla explosiva de riqueza y algunas pizcas de talento,
de rencillas y televisión basura, llegó
a la meta propuesta de ser una figura conocida y en segmentos de la población,
una figura popular.
En la etapa en que quería demostrar su masculinidad,
se hizo un casting de novias en el programa de Tinelli, donde chicas modestas
del conurbano venían como cenicientas esperando ser elegidas por el príncipe
azul y eran sometidas a degradaciones del tipo que abrieran la boca para
observar la salud de su dentadura o las piezas dentales que les faltaban.
En algún momento decidió asumir su elección sexual,
posiblemente en función del clima favorable de ampliación de derechos, y ya no
necesitó seguir comprando a bellas mujeres que desempeñaran el papel de novias.
Luego alquiló un vientre y fue padre de mellizos.
Su irrupción durante el gobierno kirchnerista como un
símbolo fuerte de la década de los noventa, sonó disfuncional pero en sintonía
con franjas significativas que añoran la idea del ingreso al primer mundo por
la puerta de servicio para comer las migajas de la mesa de los poderosos. Carente
de afectos familiares, parecía representar la expresión de aquella propaganda
electoral de Carlos Menem en 1989: “Los niños ricos que tienen tristeza”.
Esto quedó exteriorizado en la transmisión televisiva
en cadena que se dio con total impudicia ante su muerte.
Eduardo Fabregat apuntó correctamente en Página 12
del 27-11-2013: “A esta altura del partido, los festivales del
morbo que la TV suele armar en estas circunstancias no pueden sorprender a
nadie. De hecho, el primer responsable de esta vidriera impúdica que involucra
a dos menores de edad es el mismo Ricardo Fort, que los llevó a la TV y a
producciones fotográficas, los dejó aparecer en cámaras, incluyendo a los niños
en el show mediático que fue su vida y que es ahora su muerte. Pero así eran
las cosas en el universo Fort. Los medios audiovisuales deberían ser –o
intentar ser– otra cosa. ……Uno no puede salir de su asombro cuando ve en
pantalla la imagen de dos niños sin pixelar y un zócalo que reza “Una herencia
de 250 millones”. Fort no hizo mucho por proteger la imagen de sus hijos, pero
con esa irresponsable imagen la tevé les pone precio.
No se piensa. Se
mide. En la lógica del impacto, no hay lugar para que alguien ejerza un mínimo
de humanidad y piense en dos chicos de 9 años sometidos a un vendaval que –es
inevitable– tendrá consecuencias para su salud mental. Con la misma liviandad
con la que se pormenorizan detalles de la intimidad de una menor asesinada, se
tiran cifras de dinero y presunciones de toda clase sobre las imágenes de dos
chicos que ya antes de todo este aquelarre concurrían a su escuela (a todos
lados) con una custodia permanente…… Haciendo con dos criaturas cosas que jamás
permitirían que les hicieran a sus propios hijos, simplemente porque así era
Fort y entonces todo vale. Todo vale. 250 millones o un miserable punto de
rating.”
Ricardo Fort, su éxito, su popularidad, sus fans,
habla mucho de nosotros como sociedad.
LA HISTORIETA ENTRE LA REALIDAD Y LA
FICCIÓN
La periodista Sandra Russo, en su nota titulada “La
radiografía de Fort”, reflexiona: “….en esos clavos que soportaban su columna
vertebral, Fort deja por lo menos dos preguntas abiertas, más allá de su triste
y disparatada biografía. Una es ¿Qué miramos cuando miramos a alguien? Y la otra: Ser mirado o mirar ¿no es demasiado
poco?”
Un personaje
millonario que físicamente parecía salido de una historieta en el escenario de
la realidad, protagonizó una historia que bordea la ficción. Habiendo
obtenido la popularidad que buscaba, soñó con un velatorio a lo Elvis Presley.
No fue posible. Mientras la televisión revisaba una y otra vez su vida, con
chimenteros llorosos y paneles encrespados, llantos y diferentes
amantes, todo lo cual hubieran
satisfecho su ego, su familia, tal vez en venganza por ser el hijo descarriado,
el rico que avergonzó a su clase, le negó esa posibilidad.
Llamativamente su
madre, que también tiene veleidades artísticas, saludaba como si estuviera
clausurando una función en una cancha de fútbol y repartía CDs que la tenían de
intérprete. La periodista Flor Monfort, al respecto recuerda: “….. a veces con alguna copa de más, se la vio
cantando un bolero, de esos que Richard entonaba en el oído de su pareja de
turno ante los ojos de toda la Argentina.” La misma que afirmó: Ricardo siempre
fue heterosexual. Se volvió gay con la muerte de su padre” Y llama empleado a
la ex pareja de su hijo, el que cuidará a sus nietos.
Ricardo Fort fue enterrado al lado del padre que
odió. Luego se ha exhumado el cadáver, por presunta negligencia médica en su
muerte. Realidad y ficción entrelazadas en un concubinato novelesco.
Una historia de Mary W. Shelley, adaptada al siglo
XXI. Sólo que en la realidad, superando a la ficción,
Fort fue al mismo tiempo Shelley y Víctor Frankenstein
Sólo faltaba Sabina cantando “Pobre Cristina”
referida a Cristina Onassis: “Era tan pobre
que no tenía más que dinero”
01-12-2013
Excelente nota.
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