En las primeras horas
de aquel trágico 24 de marzo de 1976, se cumplían los 90 días de plazo que el
General Jorge Rafael Videla dio desde Tucumán, al agónico gobierno de Isabel
Perón. Las TRES A que había creado el siniestro
cabo y aspirante a brujo José López
Rega, como organismo parapolicial, se transformarían en la TRIPLE A del proceso (las tres Fuerzas Armadas) como
Estado criminal. La ceguera y cobardía de la mayoría de la dirigencia política, las
falsas expectativas que alentaba la clase media sobre el orden que
establecerían las armas, la indiferencia de los sectores populares ante un
gobierno en muchísimos aspectos indefendibles, dieron el marco para que el
golpe se recibiera como la caída de un
fruto maduro. Nadie, medianamente
informado, podía desconocer, que en la Argentina, de producirse el golpe,
largamente anunciado, se reproducirían los métodos criminales que Pinochet
venía practicando en Chile desde el 11 de septiembre de 1973, a pesar del
repudio internacional.
Como esos tragos
amargos que la historia propone, había que sostener el deplorable gobierno de Isabel, como la soga al ahorcado.
Los que no se engañaban, eran los grupos económicos que mientras saboteaban los últimos atisbos
democráticos del gobierno constitucional, se preparaban para ayudar al
genocidio, alentando la represión, actuando posteriormente como delatores de
los delegados de fábrica, accediendo a la instalación de centros de detención
en las propias instalaciones fabriles como en la Ford, Mercedes Benz y el Ingenio Ledesma entre otros. Esos
grupos se enriquecerían luego con la patria contratista, dejando anémico al
Estado, y luego se quedarían con sus restos cuando fue desguazado. El proyecto
criminal tenia básicamente un basamento
económico y como objetivo una reestructuración profunda de la sociedad.
Había que aniquilar toda resistencia política
y trasmitir y propagar el terror. El miedo pasó a ser un compañero
cotidiano.
El horror no tuvo límites. El infierno adquirió nacionalidad
argentina. Mujeres embarazadas, adolescentes, niños, bebes, nadie quedaba
excluido de asesinos vesánicos como Suárez
Mason, Menéndez, Bussi, Acosta,
Verplatsen, Camps, Chamorro entre tantos otros, en cumplimiento de un plan
criminal orquestado por las Fuerzas Armadas representadas por Videla, Massera y
Agosti. Torturas, violaciones, secuestros, prisioneros arrojados desde aviones
al río o al mar, reparto de bebes y apropiación de los bienes de los
desaparecidos como botín de una presunta guerra. Una historia de ignominia en
la sociedad más culta de América Latina. Como
en Europa bajo el nazismo, Dachau,
Auschwitz, Bergen Belsen, o Treblinka en Argentina se llaman La Esma, El
Olimpo, La Perla, o El Vesubio, apenas cuatro de los más de trescientos
cincuenta campos de concentración
distribuidos sobre una geografía ensangrentada. Todo esto con el pretexto
de exterminar un terrorismo agonizante y aislado políticamente Veintidós años más
tarde esta afirmación fue compartida por Wayne Smith agregado de la Embajada
Norteamericana en nuestro país en aquellos años, quien sostuvo: “La embajada jamás considero que había una gran amenaza terrorista.
Los
militares argentinos eran quienes pensaban que estaban librando la primera
batalla de la tercera guerra mundial.
Para mí eso siempre fue una tontería”.
Había infames que cometían asesinatos en nombre del
Estado, y miserables que pegaban calcomanías con aquel slogan tristemente
inolvidable “los argentinos somos
derechos y humanos”. Un intento de
economía de mercado y apertura económica basado en la tracción a sangre generosamente derramada, que
lamentablemente tendría su continuidad en democracia con sucesivos gobiernos
que siguieron levantando los dogmas neoliberales, continuidad ideológica de
Martínez de Hoz.
El dólar barato, traducido en el “deme dos”,
era un anestésico que acentuaba la ceguera.
Si fuera necesario
rescatar una imagen paradigmática de la crueldad sin límites de aquella época
de locura habría que recordar a una joven embarazada, con sus ojos vendados,
sus manos engrilladas, sus piernas atadas a la cama, debatiéndose entre el
miedo y la incertidumbre, mientras se retuerce entre los dolores del parto,
consciente que el nacimiento de su hijo coincidía con su sentencia de muerte.
La duda de la joven madre, si su hijo sería criado por sus asesinos, después de
haberlo tomado como botín de guerra.
El horror sin límites ni parangón, de matar y
apropiarse de la descendencia. En esa noche sin estrellas, en la profundidad de
la oscuridad, unas mujeres sin historia pública, sólo armadas con el coraje de
la desesperación, relegaron sus tareas domésticas y se precipitaron hacia la
Plaza de Mayo, que desde entonces y para
siempre le dio ubicación geográfica a su dolor y a sus esperanzas. Esas
mujeres, caminando en círculos, gastando las suelas y el alma, arrastrando las
piernas cansadas de golpear puertas sumidas en la indiferencia, perforaron la
coraza de un poder amurallado y todopoderoso, al tiempo que protagonizaban una
de las gestas civiles más notables del siglo pasado, portando como único título
su condición de Madres y Abuelas y la legitimidad moral de sus reclamos. En sus
pañuelos blancos está presente la dignidad de la resistencia. Una lección
en medio de la muerte. Sin venganzas. Sin justicia por mano propia.
Con la vida como estandarte. Y la memoria como enseñanza.
Es imprescindible seguir avanzando en el
enjuiciamiento de los instigadores civiles y denunciar todo lo que incorporó la
dictadura criminal a nuestra cultura diaria. La mano dura, el
desprecio hacia el otro, la discriminación, el miedo, la peregrina aseveración
que defender la aplicación de la justicia para el que delinque es estar a favor
de los delincuentes, la idea que los problemas sociales y de seguridad se los combate
exclusivamente con el endurecimiento de las penas del código penal y más
policías, el denuesto de la protesta, el privilegiar al consumidor sobre el ciudadano elevado a la condición de
vecino. La concepción que el derrotado en el mercado es alguien que merece su
suerte y debe ser abandonado como exteriorización de su fracaso. El haber
dejado como Caballo de Troya la deuda externa y los planes económicos de
devastación y hambre, que vaciaron la democracia y pulverizaron las
representaciones políticas.
Hay disvalores del 24
de marzo conviviendo después de 37 años de democracia. Extirpar sus concepciones
es una forma inteligente de evitar que
la tragedia se repita. Como dice el escritor checo Milán Kundera: “La lucha del hombre contra el poder, es la
lucha de la memoria contra el olvido”
Noche y niebla. 24 de
marzo. “NUNCA MÁS”.
El nombre dado al
Informe de la Conadep, a propuesta del rabino Marshall Meyer, tomado de los
heroicos combatientes del Ghetto de Varsovia. Un puente en el tiempo (1943-1976)
une a dos luchas (Madres-Abuelas-
Jóvenes judíos) memorables en su
dignidad como desiguales en su desarrollo.
24-03-2013
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