11 julio 2011

Callaron al juglar


Esta vez el azar le jugó en contra. El Dios en que creía, y al que mencionaba con apabullante frecuencia en los últimos años, estuvo distraído o tal vez ausente porque  no suele frecuentar el ensangrentado territorio de Guatemala. La más de media docena de  balas que atravesaron su cuerpo se dirigieron hacia él posiblemente porque iba en el asiento del acompañante, lugar que debía ocupar el destinatario de las mismas, el empresario Henry  Fariña. El mismo que lo invitó a subirse en su Land Rover blanca cuando originalmente su viaje al aeropuerto llamado paradojalmente Aurora iba a discurrir en forma diferente. A los 74 años se tronchaba una vida de una intensidad insuperable. Que arrancó con una hipoteca enorme. Su padre abandonó a su madre Sara cuando ella estaba embarazada de Facundo quedando entonces ella al cuidado y mantenimiento de sus otros seis hermanos. Pobre, analfabeto, no pronunció palabra hasta muchos años después, tal vez para asimilar el pasivo con que el mundo lo recibió, al punto que su admirada madre lo consideraba mudo. A los nueve años tomó la decisión de torcer el rumbo familiar y decidió viajar desde Tierra del Fuego donde vivían a Buenos Aires. Cuando Sara lo acompañó a la estación para despedirlo le dijo: “Este es el segundo regalo que le hago. El primero fue darle la vida y el segundo, la libertad para vivirla”. Llegó después de mucho recorrido y tropiezos a la ciudad de la Plata, donde se subió al estribo del auto donde una pareja nacida en la exclusión como él, empezaban a torcer la historia. Con su voz de niño preguntó: " ¿ Hay trabajo?" Evita con cariño le contestó: “Si que hay trabajo mi amor, siempre hay trabajo”. “Cuando llegué mi madre no lo podía creer. Me había dado por perdido y tres meses más tarde aparecí en avión  y con una carta personal de Eva Perón”  Así fue como su madre consiguió un empleo como portera en una escuela de Tandil.  En dos habitaciones vivieron Facundo, su madre y sus 6 hermanos. Fue chico en condición de calle, padeció el alcoholismo,  conoció reformatorios y cárceles. Precisamente ahí un cura jesuita le enseñó a leer y le despertó el amor por la literatura. Inició su carrera artística con el nombre del Indio Gasparino. Su despegue se inició con una canción que hoy es un himno en buena parte del planeta ( Más de 600 versiones en 27 idiomas): “No soy de aquí, ni soy de allá”. La improvisó estando borracho. Cuando al día siguiente le pidieron el texto por el fuerte impacto que había producido,  en su memoria solo anidaba el olvido. Su letra fue recuperada porque Jacobo Timerman presente en el espectáculo lo había grabado.
Fue un trashumante que recorrió el mundo despertando entusiasmos superlativos. Las canciones pasaron a ser un pretexto para desarrollar sus atrapantes relatos y reflexiones. Afirmaba haber conocido  más de 160 países y en la mayoría había desplegado sus virtudes artísticas.
Estuvo exiliado en Méjico durante la dictadura establishmet- militar. A su regreso, ya en democracia, y luego de su concierto en la cancha de Ferro llamado FerroCabral, su figura  alcanzó dimensiones míticas y el aprecio del mundo cultural.  Ya  habían reconocido su trayectoria,  Fidel Castro, la madre Teresa de Calcuta, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, entre otros. Sus inspiradores eran Jesús y Gandhi. Sus influencias literarias eran fundamentalmente Borges, Walt Whitman, Gilbert Chesterton , Juan Rulfo y Octavio Paz. Con el primero tenía un sinfín de anécdotas. Contaba que en una ocasión en EE.UU, en uno de sus espectáculos, estaba en primera fila el escritor de ciencia ficción Ray Bradbury. Emocionado se acercó y le dijo: “Me emociona que Ud. venga a ver mi recital”; a lo que Bradbury le contestó: “ A mi sorprende que Ud. se sorprenda que yo venga a escucharlo cuando Ud. viene de un país donde vive Borges.” Cuando regresó a Buenos Aires fue a la casa de Borges que se encontraba reunido y le comentó lo que había dicho Bradbury. Borges con su habitual tartamudeo le dijo: “¡Que exagerado este Bradbury! Cuando se fueron todas las visitas, Borges le solicitó tímidamente: “Facundo, me podría repetir lo que le dijo Bradbury”.
Afirmaba que “el planeta era su casa, pero su cuarto, su habitación era la Argentina. Aquel famoso poema de Antonio Machado parece escrito pensando en él: “Caminante no hay caminos/ se hace camino al andar”
 La forma de encarar su existencia estaban reflejadas en  frases  como estas: “Vive de instante en instante, porque eso es la vida”;  “Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”; “De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida por el camino perdido.” 
Algunos de estos conceptos atraviesan sus canciones como “Pobrecito mi patrón”: “Más que el oro es la pobreza/ lo más caro en la existencia/ pobrecito mi patrón piensa que el pobre soy yo/
Dominar es su manera/ y así nadie se libera/ pobrecito mi patrón/ piensa que el pobre soy yo/
Lo importante no es el precio/ sino el valor de las cosas/ pobrecito mi patrón  piensa que el pobre soy yo”. O aquella emblemática frase de su canción referida a un niño “Vuelo bajo”: “Vuele bajo porque bajo abajo/ está la verdad/ Esto es algo que los hombres/ no aprenden jamás”   
Tuvo que sobreponerse a la muerte de su mujer Bárbara y su pequeña hija de un año en un accidente aéreo, que él también debía tomar y un retraso se lo impidió. A un cáncer que lo mortificó en las dos últimas décadas y cuyas metástasis le afectaron sensiblemente la visión. Volvió a formar pareja y estaba en los trámites de adopción de la hija de su mujer.
Fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y Mensajero de la Paz de la Unesco. Sus vivencias quedaron reflejadas en varios libros que publicó. Prescindió de tener una vivienda propia y se alojó durante  muchos años en la Suite 509 del hotel Suipacha Suites.  
Cuando su madre sintió que se moría lo llamó y le dijo: “Es posible que no volvamos a conversar. Quiero decirte dos cosas: la primera es que sos el mejor de los hijos que he conocido. Segundo: sos un buen hombre porque cada vez más tu vida se aproxima a las letras de tus canciones” 
El 9 de julio, en Guatemala, se apagó la vida de Facundo Cabral, con un epílogo tan lamentable como adecuado a su vida aventurera. La misma tierra por la pasó Ernesto Guevara en su camino de ser el Che. Cuando la CIA derrotó al gobierno popular de Jacobo Arbenz.
Esa madrugada del 9 de julio del 2011, Dios no estaba ahí. Tampoco el estribo del auto de Juan y Eva Perón que lo ayudaron para empezar a torcer un destino inexorable. Ni el cura que le enseñó a leer en la cárcel. Sólo los asesinos aún no identificados.
Alguna vez reflexionó sobre la muerte: “Para mí nunca fue un tema serio. Más bien es excitante la idea de una gran hembra, la muerte. Yo me imagino que el paso final debe ser como el silencio en el teatro, antes de que se encienda la luz. El paso al otro lado debe ser así. Ese silencio”. 
Callaron al juglar pero no pudieron asesinar el recuerdo que queda.
Perdura el dolor y el llanto de personas de todo el planeta que disfrutaron de sus espectáculos,  simbolizadas en las lágrimas de Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz. Pero seguramente a Facundo Cabral, le gustaría que lo despidan con la alegría. Tal vez se sumaría a todos los que canturrean: “Me gusta el sol, Alicia y las palomas/ el buen cigarro y la guitarra española/ saltar paredes y abrir las ventanas/ y cuando llora una mujer.
No soy de aquí ni soy de allá/ no tengo edad ni porvenir/ y ser feliz es mi color de identidad./
Me gusta el vino tanto como las flores/ y los conejos y los viejos pastores/ el pan casero y la voz de Dolores/y el mar majándome los pies.
Me gusta estar tirado siempre en la arena/ o en bicicleta perseguir a Manuela/ con todo el tiempo para ver las estrellas/ con la María en el trigal.
No soy de aquí ni soy de allá/ no tengo edad ni porvenir/ y ser feliz es mi color de identidad”



10-07-2011
TODOS LOS LOS DERECHOS RESERVADOS . Hugo Presman.  
Para publicar citar la fuente


 

2 comentarios:

  1. Gracias por tu artículo y tu homenaje. Conocí a Facundo y esta es una canción que escribí para él y que iba a llevarle como regalo esta semana ni bien llegara de su gira. Sé que donde esté ya la está escuchando. Un abrazo. PoYo.

    http://www.youtube.com/watch?v=yy-ynpojhnc

    ResponderEliminar
  2. Se lo afané, citándolo como Texto relacionado en:
    Cabral; Facundo <=--

    Sal U 2.

    ResponderEliminar