03 octubre 2018

DOCUMENTOS HISTÓRICOS DE LAS PIBAS DEL NACIONAL BUENOS AIRES


“Nos toca hablar a nosotras”
Texto completo leído por las alumnas en la entrega de diplomas de la promoción 2016-2017 del turno vespertino del Colegio Nacional Buenos Aires.


Imagen: Alejandro Leiva
Nosotras, ex alumnas del CNBA promoción 2016-2017, escribimos esta carta para redoblar la apuesta de lo que significa pararse acá: entendemos que nuestras vivencias tienen mucho en común y que en el “Colegio de la Élite” ser mujer y disidencia tiene sus costos. Somos muchas y no podemos escapar al deseo de expresarnos y manifestarnos. Firmamos esta carta porque nos queremos hacer ver: acá estamos, unidas, luchando por la libertad de nuestros cuerpos gracias a esa marea feminista que hoy pone en jaque cada rincón. Esta entrega de diplomas no es una excepción, y los años vividos de nuestra secundaria tampoco.
En un momento histórico como el que estamos viviendo, se nos hace imposible que acá, en este lugar donde sucedió gran parte de nuestra adolescencia, no se nos venga a la mente este interrogante: ¿Qué implicó para nosotras haber asistido a este colegio? Es inevitable sentir que nuestro género y sexualidad condicionó una enorme parte de nuestra educación. Y es irresponsable pasar por alto la cantidad de situaciones que tuvimos que vivir a causa de esto: nos hicieron creer que las calzas, los shorts, las musculosas distraían a los compañeros; que una autoridad podía humillarte por cómo estabas vestida; que un escote podía significar una mejor nota; que ante los comentarios machistas de algunos profesores, debíamos bajar la cabeza. Que ni esa tan famosa frase “el campo es nuestro” nos pertenecía: ¿cómo iba a serlo si mientras nuestros compañeros disfrutaban realizar deportes en cuero, a nosotras no nos dejaban ni quedarnos en corpiño deportivo? ¿Sí frente a los chiflidos, los comentarios obscenos que provenían del lado de la calle, nos prohibían responder? 
Hoy nos damos cuenta que hasta los espacios institucionales que debían educarnos y cuidarnos, hacían agua: porque nos enseñaron a poner un preservativo en diapositivas pero nunca qué hacer si el varón nos insistía para no usarlo, o peor, si nos insistía cuando ellos querían tener relaciones y nosotras no. Y ni hablar de que nunca nos enseñaron a cuidarnos en una relación no heterosexual.
Nos enseñaban, desde arriba de una tarima, a no tomar alcohol de más en las fiestas, pero jamás pusieron el foco en cómo, hasta en esas circunstancias, no debía faltar nunca el consentimiento y el respeto hacia el otre: y nuestros cuerpos lo pagaron.
Nos sabían objeto de burla de algunos grupos de pibes: porque estar con muchos, estar con pocos, ser gorda, ser deseada, ser rara, era motivo para que tu nombre e intimidades fueran expuestos en carteles en el claustro central, redes sociales o descripciones de fiestas.
Se sabía también la enorme cantidad de trastornos alimenticios que existían en cada aula y nunca fueron atendidos como era debido. ¿Realmente pensaban que en un TP de dos horas, dándonos una explicación científica sobre la anorexia y bulimia, iban a tratar la masiva cantidad de casos?
Es doloroso recordar cómo algunos compañeros pasaron por alto nuestro consentimiento, es doloroso ver el silencio y la complicidad de quienes pudieron tener un papel fundamental en frenarlo. Es doloroso cuánta violencia psicológica, simbólica y física aprendimos a callar y cómo, por estas mismas acciones, se nos enseñó a sentir culpa. Pero más doloroso es seguir haciendo de cuenta que nada de todo esto ocurrió. Que ser varón, mujer o disidencia, acá, daba lo mismo. 
Hoy les decimos: no daba lo mismo.
Y poder ponerlo en palabras, poder desnaturalizar ciertas prácticas, poder ver a las nuevas generaciones, a esas pibas que hoy se encargan de encabezar una lucha feminista autogestionada en este Centro de Estudiantes, es reparador. Nos reconforta, nos da esperanza, nos hace reflexionar acerca de cómo seguir ahora en nuestros nuevos espacios colectivos, en nuestras facultades, en nuestras casas, en nuestros vínculos, en nuestras relaciones sexo-afectivas, en la calle. No es menor dar cuenta que todo esto sucedió al mismo tiempo que transcurrían años cruciales de nuestras vidas, en los que nos empezamos a forjar como personas, a recorrer nuestra sexualidad, nuestros deseos, nuestros goces; y que no de miedo decirlo: nosotras también gozamos.
Sabemos que todo lo que acabamos de mencionar no pasa sólo acá. Pero denunciar, criticar e incomodar, forma parte de lo que implica ir a un colegio donde las condiciones de cursada nos permiten el debate y la reflexión. No somos ajenas a la realidad, eso también lo reconocemos. Somos mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras. Somos parte de las instituciones que habitamos. Somos parte de las calles que transitamos. Esto significa una doble responsabilidad: luchar por las reivindicaciones de nuestro género y luchar por condiciones de vida dignas para quienes nos rodean. Reconocemos que haber cursado acá fue un privilegio: nuestras estufas no explotaban y la mayoría teníamos recursos para poder bancar lo que significa estudiar en una institución de elite. ¿Cómo en otras escuelas puede haber departamentos específicos que atiendan las cuestiones de género, cuando al mismo tiempo no hay gas, luz, agua? ¿Cómo poder sentarse a hablar de feminismo con las panzas vacías? ¿Cómo recibir una educación amplia, integral, contenedora, con un presupuesto de miseria? Con desprestigio, vaciamiento y bastardeo a la educación pública, los espacios para la introspección, para pensar nuestra relación con un otre, para pensarnos colectivamente, no existen. 
Como mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras, ponemos el cuerpo aunque este sistema nos condene a los márgenes y a la exclusión. Hace poco más de un mes, una docente y un no docente de la escuela 39 de Moreno murieron por una explosión a causa de una fuga de gas. Hace poco más de una semana, una docente que organizaba ollas populares fue torturada y en su vientre escrita una frase que hasta hoy nos deja heladas: “ollas no”. Hace meses que las docentes de universidades públicas paran por un sueldo digno, porque el pan no se compra con vocación. Y las estudiantes acompañamos su lucha en asambleas, marchando o tomando las facultades.
Nuestro deber es no ser indiferentes porque no sólo somos feministas, somos las hijas de la educación pública. Y mientras las paredes de este colegio nos sumergían en las discusiones teóricas, abstractas y alejadas, con una mirada estrábica, decidimos poner el ojo más allá. Hay una otredad, la otredad existe.
Al Buenos Aires le agradecemos encontrarnos, hacernos más humanas; al feminismo, hacernos hermanas. Al Buenos Aires le agradecemos lo que nadie jamás debería tener que agradecer: una educación de calidad. Al Buenos Aires le queremos devolver que eso sea para todes. Y porque fuimos educadas en un colegio donde se nos permitió desarrollar en nuestras subjetividades inclinaciones por la ciencia, el arte, la medicina, la historia, la política y la docencia, aceptamos el compromiso de construir desde estos espacios, ya sea individual, colectiva o interdisciplinariamente, una realidad distinta. De obtener de una vez por todas lo que nos corresponde como mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras, pero también lo que corresponde a un pueblo: vivir libre y dignamente.

 Fuente: Página/12



DOCUMENTO HISTÓRICO
Texto completo del discurso leído por las egresadas del turno mañana del Colegio Nacional Buenos Aires
"Venimos a denunciar la violencia institucional"
Somos un grupo de mujeres y disidencias egresades del turno mañana 2016. Venimos a denunciar la violencia institucional ejercida y avalada por la comunidad educativa hacia nosotres. Les pedimos que por un momento nos presten su atención dado que las experiencias que tenemos para contarles fueron y siguen siendo sumamente dolorosas.

Retrocedamos un poco en el tiempo, revivamos el año 2012. Tenemos doce o trece años e ingresamos a un establecimiento educativo que desde el primer momento nos impone normas de comportamiento que marcan una clara diferencia entre nosotres y nuestros compañeros varones cis, es decir, aquellos cuya identidad de género coincide con su sexo biológico. Como todas las mañanas, llegamos al Colegio y nos recibe el regente Guillermo Belleville. Nos hace comentarios sobre el largo de nuestras polleras, nos toca y nos besa, no nos computa los tardes si le caemos bien.
¿Es necesario detenernos a explicar por qué esto es inaceptable? Sigamos.
Año 2015. Tenemos quince o dieciséis años. Subimos las escaleras para llegar al aula y nos encontramos con Diego Riveiro, preceptor. Nos ofrece su servicio de masajes, evalúa junto a nuestros compañeros cuál es el mejor culo del año y les comenta “cómo se garcharía” a una de nuestras compañeras. También hay besos y manoseos que nos incomodan. Solo comentamos estos episodios entre nosotres en el baño durante el recreo.
Suena el timbre. Volvemos al aula y un grupo de varones toca la puerta para hacer una pasada de cara a las elecciones del centro de estudiantes. La Roxi, La Liga, Clan+Anticlán, Remate 5, La Popi, La Boba: año tras año, estos grupos -conformados principalmente por hombres cis-, se organizan bajo distintos nombres pero con un mismo objetivo: hacer del odio hacia las mujeres, las gordas, los gays, las lesbianas y disidencias, el eje de su campaña política. Estos grupos de varones recibieron los suficientes avales de parte de les estudiantes como para consolidarse como una entidad política más y en el proceso no hubo ni una sola norma del reglamento del Colegio que se viera quebrantada. Y es esto último lo que queremos poner de manifiesto: hay un sistema normativo imperante en este Colegio que da lugar a que asistamos a clases rodeades de carteles que predican, con total impunidad, que somos putas por disfrutar libremente de nuestra sexualidad, que somos objeto de consumo de nuestros compañeros. ¿O se atreverían a decir que no se percataron de que esto era una constante en nuestro día a día? ¿No era lo suficientemente llamativo el mural de “Gordas y vino” frente al Colegio? ¿No había siempre una autoridad presente en el aula mientras estos personajes se burlaban de nosotres?
Pero… ¿quiénes son esas autoridades a las que hacemos referencia? Suena el timbre otra vez, cambiamos de materia, tenemos matemática. Entra Jorge Blumenfarb -docente- y saluda a algunas de nosotras con un beso, nos toca la cintura. A sus favoritas nos pide que seamos “sus secretarias” o que le mandemos fotos de nuestras vacaciones por mail. A quienes no le agradamos nos denigra buscando complicidad con nuestros compañeros varones y haciendo comentarios sobre lo pronunciado de cierto escote: (ironía) ¿acaso no es evidente que nos vestimos de este modo para provocarlos? Nos toca celebrar la aprobación del código de vestimenta al mismo tiempo que aumenta la frecuencia e intensidad de los comentarios sobre nuestro modo de vestir.
Esta situación se nos presenta inabordable desde nuestro lugar de subordinades y en un acto desesperado decidimos acudir a nuestra tutora. La respuesta ante nuestro pedido de ayuda es nula: les tutores minimizan el asunto, se lavan las manos, se desligan de su responsabilidad. Nos dicen que no es posible hacer nada al respecto porque estamos denunciando a alguien que es amigo del vicerrector, Roberto Rodríguez –acusado de consumir pornografía infantil. Y es más, dicha tutora nos expone ante el mismo docente sin un mínimo de interés ante posibles represalias. A quienes estudiamos en este Colegio no nos sorprende que esto sea así: es harto conocida la inoperancia de les tutores en general y su habilidad excepcional para desampararnos y empeorar nuestra situación.
Volvamos al día de hoy. Diego Riveiro, quien fue nuestro preceptor, ocupa actualmente el cargo de regente y el docente Jorge Blumenfarb ahora es vicejefe del departamento de matemática. ¿Bajo qué concepto estas personas reciben una promoción en el escalafón educativo? ¿Qué méritos
reconocidos los hicieron dignos de un ascenso? ¿Hasta cuándo van a perpetuar este sistema hostil que sigue empoderando a acosadores de menores, misóginos, violentos, mientras nosotres somos violentades y abusades en nuestra cotidianeidad?
El recuento de los horrores vividos a lo largo de los años excede lo que podemos poner en palabras en esta sola instancia. Nos estremece pensar que transitamos nuestro secundario -que crecimos, estudiamos, construimos conocimiento, desarrollamos nuestro pensamiento crítico- siendo
violentadas tanto en el ámbito de lo académico como en el de lo personal. No nos olvidamos de Jorge Bottaro, profesor de informática, y la cosificación de la que nos hizo objeto. No nos olvidamos de Fernando Guarnaccio, docente de historia, y sus comentarios homofóbicos y misóginos. No nos olvidamos de Julian Lisczynsky, profesor de educación física, y sus distinciones entre rubias y morochas en las clases. No nos olvidamos del ex vicerrector, Agustín Zbar, que hace cinco años golpeó a una compañera en una sentada. Y NUNCA nos olvidaremos del director de esta orquesta, el rector Gustavo Zorzoli, que además expuso ante los medios de comunicación el caso de abuso de una compañera en el contexto de una toma con el fin de deslegitimar la medida de fuerza.
Regente, preceptores, docentes, vicerrectores, rector: ya no le tenemos miedo a sus sanciones. ¿Qué piensan de todo esto cuando se jactan de la supuesta excelencia académica que corre por estos claustros? ¿La violencia institucional también es uno de los pilares sobre los que se asienta el
prestigio que reviste a este Aula Magna? Es evidente que no tienen una respuesta a estas preguntas porque nunca quisieron planteárselas:
hacerlo implica cuestionar sus lugares de poder y aceptar sus falencias como educadores. No habernos escuchado fue una decisión política que hoy ya no pueden tomar. Les arrebatamos este espacio para brindarles esas respuestas que van a marcar el camino a seguir a partir de ahora. No
vamos a tolerar que naturalicen sus prácticas violentas ni que sean cómplices por omisión de aquellos que las llevan a cabo. No vamos a tolerar que cuestionen nuestro modo de vestir, que nos humillen y expongan, que desoigan y minimicen nuestros reclamos, que pongan en duda nuestra
palabra. No vamos a cargar con la responsabilidad y la culpa de las violencias que ustedes mismes ejercieron sobre nosotres por años.
Nuestras hermanas y compañeras que hoy habitan el Colegio son un ejemplo de lucha. Están transformando esta realidad con su rebeldía combativa. Nosotres no nos vamos a quedar atrás. Somos parte de la ola verde que va a arrasar con este sistema machista y patriarcal y que a ustedes los va a pasar por arriba si no son capaces de estar a la altura de nuestro movimiento.
Acá nos paramos firmes. Somos les invisibilizades de siempre, les violentades, les acosades, les abusades, personas trans, gordas, putas, gays, lesbianas, pero por sobre todas las cosas somos personas empoderadas.
Exigimos:
· que se imparta una educación sexual con perspectiva de género: queremos hablar de consentimiento y de placer;
· que se aplique el Protocolo de acción institucional ante las situaciones de violencia de género dictado en el año 2015;
· un Departamento de Orientación al Estudiante con psicólogues capacitades para acompañarnos en nuestro desarrollo y crecimiento personal, sin juzgarnos ni discriminarnos;
· una revisión de los programas de cada materia que se ajuste a los tiempos que corren y que incluya bibliografía feminista;
· una reforma en el Reglamento del colegio, que nos ampare, nos defienda, que fomente la igualdad y el respeto entre pares.
· BASTA DE IMPUNIDAD ANTE LAS VIOLENCIAS. QUEREMOS QUE QUIENES HABITEN ESTAS AULAS EN EL PRESENTE Y EN EL FUTURO NO SEAN VÍCTIMAS DE SU NEGLIGENCIA.
ABAJO EL PATRIARCADO, SE VA A CAER.
¡ARRIBA EL FEMINISMO QUE VA A VENCER!
 Fuente: Página/12




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