30 enero 2018

EL POSADAS EN TERAPIA MILITARIZADA*

El edificio se impone con su presencia descomunal. Desde el Acceso Oeste se lo percibe en toda su dimensión. Sobre la Avenida Arturo Umberto Illia, sus paredes, sus pasillos, sus habitaciones, ha discurrido un pequeño muestrario de la historia del país. Surgido como iniciativa de la Fundación Eva Perón y proyectado por ese referente enorme de la medicina argentina que fue Ramón Carrillo, se inauguró en 1958. Se establecieron once institutos que funcionaron como centros de investigación científica y servicios técnicos especializados. Algunas de las especialidades iniciales fueron Hematología, Reumatología, Neumonología, Alergia, Gastroenterología, Endocrinología y Anatomía Patológica. La tarea fundamental era la investigación.
Los avatares habituales de nuestro país llevaron a que en 1968, en función de estudios realizados por la Organización Panamericana de la Salud, se determinara que el crecimiento demográfico del Partido de La Matanza no estaba cubierto por cantidad suficiente de centros asistenciales. Entonces se disolvieron los institutos y se comenzó a organizar un hospital general nacional de agudos.
A partir del año 1971, se cambió la orientación y se concretó una apertura progresiva pero sostenida del hospital a la comunidad. Se autorizó la habilitación de 360 camas, se lo dotó de personal con aproximadamente 2000 agentes y se amplió la estructura para transformarse en un hospital general de agudos. En 1972 se inauguró como "Policlínico Profesor Alejandro Posadas". Desde ese entonces, se fueron habilitando progresivamente los servicios de Pediatría, Cirugía, Tocoginecología y Clínica Médica.
UN CAMINO DE LUCHAS
Cuando asume el gobierno popular de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973, se inicia un camino tendiente a desplazar  a las autoridades designadas por el último gobierno de la autodenominada Revolución Argentina. En junio de 1973 el personal se declaró en asamblea permanente y tomó el hospital desplazando al director Carlos Ferreira y consiguiendo que fuera designado el Dr. Julio César Rodríguez Otero.    Posteriormente se movilizaron hacia el Ministerio de Bienestar Social para que fuera confirmada esa designación junto con la del administrador, Carlos José Colombo y a la jefa de Personal, Dora Agustín, en reconocimiento a su trayectoria en la institución. En ese año y medio hubo una intensa interrelación con los ciudadanos de toda la zona circundante. Un testigo de ese período cuenta: “El representante del barrio y otros miembros de la comunidad se reunían en la dirección del Policlínico con el Dr. Rodríguez Otero e integrantes del equipo de salud. Allí relevaban los problemas y acordaban cómo enfrentarlos, con énfasis en la prevención y la promoción de la salud. Se realizaron talleres de capacitación de líderes en salud: cada manzana elegía un representante que luego transmitía los conocimientos recibidos a todos los vecinos del sector. El programa abarcaba primeros auxilios, vacunación, puericultura, salud infantil, nutrición, psicoprofilaxis del embarazo y parto, prevención de enfermedades venéreas. A la vez, se trabajó mancomunadamente con los equipos docentes y los padres de la guardería y de las escuelas primarias del Carlos Gardel y el Mariano Pujadas. En el Aula Magna del Policlínico se festejaba el “día del niño” compartiendo la fiesta los chicos del barrio y los hijos de los trabajadores. Se proyectó la construcción de un polideportivo en terrenos del hospital, linderos a la casa del director. Sábados y domingos concurrían trabajadores y vecinos a limpiar los terrenos.”
Todo eso concluyó cuando en noviembre de 1974, el siniestro Ministro de Bienestar Social, José López Rega ordenó la intervención del hospital y colocó en la dirección del hospital a su gente y se prohibió todo tipo de actividad grupal.
LA NOCHE MÁS NEGRA
Apenas cuatro días después de haberse producido el golpe establishment- militar, el ejército tomó por asalto el Hospital Posadas con la participación directa  del que sería posteriormente el último presidente de ese período nefasto: Benito Reynaldo Bignone. La acusación que se enarbolaba era que el hospital atendía a los heridos de la guerrilla y por lo tanto era “cómplice de la subversión”. El Coronel Médico Agatino Di Benedetto fue designado a cargo del hospital y más de cien soldados controlaban el ingreso al mismo, encargándose de la requisa, muchas veces violenta, de trabajadores y pacientes.
Entre el 28 y 31 de marzo, más de cincuenta dirigentes y trabajadores fueron privados de su libertad en detenciones ilegales. El Dr. Rodríguez Otero fue detenido ilegalmente y torturado. Su familia tuvo que abandonar El Chalet, y la casa en que los trabajadores se habían reunido a compartir momentos de distensión se transformó en un lugar de horror, torturas y desapariciones.
En abril de 1976 se designó al Coronel Médico Julio R. Esteves como Director Interino. Se retiró el Ejército del Hospital y se organizó un sistema de vigilancia paramilitar coordinado por el Subcomisario de la Policía Federal Ricardo Nicastro. El grupo de tareas autodenominado SWAT, comenzó una nueva etapa de represión dentro del hospital, aún más violenta.
Según el esquema represivo diseñado por la Junta Militar, el Hospital Posadas estuvo, por su ubicación geográfica, bajo el control operacional de la zona 1, subzona 16, área 160, que dependió del Primer Cuerpo del Ejército, específicamente de la I Brigada Aérea con base en El Palomar y que constituyó un circuito represivo integrado por Policía Federal, Policía de la Provincia de Buenos Aires, Fuerza Aérea, Ejército y Ministerio de Bienestar Social de la Nación.
Hoy parece increíble, pero todo era posible en los años de plomo. Trabajadores y vecinos del hospital fueron detenidos ilegalmente y llevados allí, a metros del hospital y dentro de su predio, en el Chalet, donde fueron privados de su libertad en pésimas condiciones y torturados; en algunos casos no se los volvió a ver. Un hospital destinado a salvar vidas se convirtió, en parte de su espacio, en un campo de concentración.
DESPUÉS DE LA NOCHE MÁS NEGRA

Hasta la restauración de la democracia, el Chalet estuvo semi-abandonado y ocupado por la policía. La CONADEP, recogió pruebas y testimonios que ahí funcionó un campo de detención y torturas. Por la falta de establecimientos educativos de doble jornada, un grupo de trabajadores se organizó para fundar en El Chalet una escuela primaria para los hijos del personal y para los niños del barrio que comenzó a funcionar con el inicio del ciclo lectivo 85. En el año 2005 la Secretaría de DDHH de la Nación nombró a El Chalet “Sitio de Memoria”. El 19 de agosto del 2015 el Poder Ejecutivo declaró lugar histórico nacional al ex centro clandestino de detención El Chalet.
A su vez el hospital sufrió distintos avatares. En septiembre de 1984, ya en democracia, se designó un Interventor Médico. Desde entonces se sucedieron una serie de intervenciones de acuerdo con las diversas gestiones ministeriales y momentos históricos del país. En la década del ´90, el Hospital pierde su condición de Institución Nacional y pasa a una administración compartida entre la Provincia de Buenos Aires y la Nación, que perjudicó su óptimo funcionamiento. En el año 2007, el Hospital Profesor Alejandro Posadas es nuevamente nacionalizado, pasando por ley nuevamente a la órbita del Gobierno Nacional, donde se decide su reformulación como hospital de alta complejidad de referencia nacional para la atención de pacientes agudos en todas las etapas de su vida.
 IMÁGENES DEL PASADO
El 16 de enero del 2018, para proteger a las autoridades actuales del hospital ante la decisión tomada de despedir a 122 trabajadores, dos escuadrones de gendarmería y un escuadrón de la Policía Federal ingresó al hospital Posadas. Hoy no se vive una dictadura, pero hay imágenes que se superponen. Vestidos como émulos de Robocop, su presencia es la contrafigura del clima que se debe vivir en un centro de salud.
UN TESTIMONIO ACTUAL
Este es el testimonio de Karina Almirón, una de las despedidas: “Entré a trabajar en el hospital Posadas en el año 2002, reemplazando a técnicas que se habían ido a vivir al extranjero por la crisis del 2001; soy técnica de anatomía patológica especializada en inmunohistoquímica. El estudio que hago permite determinar qué tratamiento se hace a cada paciente con cáncer y otras enfermedades. Profesión que elegí a los nueve años cuando una prima mía de 11 falleció por un tumor cerebral. Tengo dos títulos terciarios y formación en bioseguridad, gestión de calidad y manejo de equipos. Rechacé puestos de trabajo en Casa Cuna, en el Roffo, en el Sommer, porque no quería renunciar al Hospital Posadas, a mi hospital, a pesar de las condiciones de trabajo y el sueldo miserable, porque sabía que del otro lado había pacientes esperando un resultado. Yo misma me enfermé de cáncer en el 2005, y supe en carne propia lo que es esperar el resultado para definir un tratamiento. Seguí apostando a defender y sostener la salud pública, porque es un derecho básico y universal que a ningún ser humano puede ser negado. En estos años vi pacientes que fueron a cuatro hospitales diferentes antes de llegar al Posadas. Vi gente humilde romper la receta al salir porque no tenían plata para comprar el remedio. Pacientes que venían caminando desde muy lejos porque no tenían para viajar. Gente en situación de calle buscando refugio y comida en nuestro hospital. Vi mujeres víctimas de violencia de género buscando ayuda.  Vi compañeros que dieron literalmente su vida, como Emanuel García, tirado al vacío por un paciente psiquiátrico, o compañeros que murieron por enfermedades causadas por el estrés y la insalubridad de nuestro trabajo. Estuvimos al pie del cañón durante la gripe A, el accidente ferroviario de Castelar y dimos respuesta a miles de contingencias sanitarias. Conmigo despidieron a enfermeros de terapia intensiva pediátrica, de unidad coronaria, de hematoncológica pediátrica. Están vaciando el hospital, privatizando sectores y luego vendrá el arancelamiento a los pacientes. En definitiva, las consecuencias del ajuste la paga el pueblo pobre. No tenemos que permitirlo. Por nosotros, por nuestros hijos, por los pacientes, porque el Hospital Posadas es parte de nuestras vidas.”
EL POSADAS EN TERAPIA MILITARIZADA
Las planillas de Excel no tienen sensibilidad. Los gerentes están inmunizados contra los sentimientos. Nunca podrían llegar a cardiología para ser atendidos de un órgano del que carecen. Son cirujanos que amputan, enarbolando el bisturí del ajuste; los que hacen ingresar al Posadas en terapia militarizada.
En una obra de teatro de la escritora Claudia Piñeiro sobre el genocidio armenio perpetrado por los turcos titulada “Un mismo árbol verde”, se cuenta la historia de una abuela armenia que se salva y llega a nuestro país. Muchos años después, una nieta militante política es capturada en su casa. Cuando la anciana ve entrar al grupo de tareas de la ESMA, un reflejo condicionado que brota de sus entrañas, arrancado de las zonas olvidadas, pero al mismo tiempo presente de la memoria le lleva a gritar: “Volvieron los turcos”
Si algún sobreviviente de las persecuciones o de lo inexorable de la biología hubiera estado presente ese caluroso y terrible 16 de enero, podría haber gritado, parafraseando a la abuela armenia: “Volvió la dictadura”
24-01-2018          
*Publicado en la La Tecl@ Eñe
Subido en el Portal “Cohete a la luna” de Horacio Verbitsky




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28 enero 2018

UN RELATO CONMOVEDOR

Para no estar tan solo


Por Pablo Ramos




Tal vez yo, que estuve con los trotskos del PO y fui parte del grupo de muchachos que fundaron el local de Avellaneda (allá por los últimos años de la dictadura), me haya vuelto peronista no sólo para seguir el mandato de mi padre y mi padrino, sino para sentir que ya no estaba más solo. 
Y se trata un poco del famoso poema de Muhammad Ali, ¿recuerdan? Ese que compuso oralmente, frente al desafío de un estudiante blanco en una universidad blanca, luego de salir de la cárcel por negarse a ser carne de cañón en Vietnam. Salió sin nada (ni siquiera le habían dejaron la licencia para poder boxear) pero salió más entero de lo que había entrado. Y tengan en cuenta que había entrado bien entero. Lo que no te mata te fortalece, dicen las abuelas, y habrá de ser.
Entonces, para entender, y luego para dar a entender de dónde viene mi peronismo, les voy a contar dos historias. Una que tiene como protagonista a mi padre, y otra a mi querida hermanita, que murió el reciente diciembre del nefasto año pasado.
Campeón del amor
Mi padre tendría ocho o nueve años cuando, para la semana de reyes del año 50 o del 51, una caravana presidida por Eva Perón se detuvo en la esquina de Av. Mitre y Salta, justo debajo del viaducto de Sarandí. Cualquier persona que provenga de una familia de trabajadores, y recuerde sus sentimientos de niño, sabe cuál es el juguete más preciado y más difícil de meter en los zapatos de los reyes obreros, por más pastito y agua que se les ponga. Ese juguete es la bicicleta. Me contó mi padre que, abriéndose paso entre la multitud de piernas y los niños alzados que trataban de llegar al camión de bomberos acondicionado especialmente para Evita, repetía una frase como un rezo: “una bicicleta, señora, una bicicleta”. Al ver que se le hacía imposible llegar, y ante el miedo de que la caravana se pusiera en movimiento nuevamente, mi padre empezó a agitar las manos. Y ella, que había nacido para mirar lo que pocos quieren ver, lo señaló a él, a mi padre.
–Sentí, a mí me señaló, ¿entendés?
Claro que lo entendí. Como Caruso señaló a Fitzcarraldo, en la película Fitzcarraldo. Y aunque no se lo dije a mi papá, ahora se lo digo a ustedes: él habrá sentido lo mismo. Y fue entonces que bajó un muchacho (un ropero, dijo mi padre), uno de esos de la CGT que siempre la acompañaban a ella, lo alzó y lo llevó al encuentro del hada de los pobres.
–Una bicicleta, señora –dijo mi padre–. Para mí y para mis hermanos.
Ella lo miró con ternura. Y lo que me contó mi padre, que no puedo reproducir porque tal vez no sea lo suficientemente escritor para hacerlo, es la diferencia entre esa ternura y la lástima. La exacta diferencia existe entre sentir al otro ajeno o al otro propio. Y acá entra el poema: “Me: We” fue lo que dijo Muhammad Ali en esa universidad blanca del sur de los Estados Unidos. Pero Evita se había quedado sin bicicletas. Y se lo dijo al niño que era mi padre, a la vez que levantó en sus manos un par de patines nuevos.
–No me quedan más bicicletas, negrito –le dijo–. Salime campeón con esto.
Lo impresionante de la historia es que mi papá, que nunca había soñado en andar en patines, salió campeón en los torneos Evita de ese mismo año, seis meses después de esa caravana y de ese deseo casi cumplido. Y ganó la medalla que encontré este fin de año y que es la foto que aquí les mando. Tiempo después, unos años antes de que mi padre muriera, cuando me contó esta historia, le pregunté cómo es que en tan poco tiempo había aprendido a patinar y había salido campeón. Mi padre respondió algo que, creo yo, era la esencia de su peronismo.
–No sé. Me lo había pedido ella.
Los que están rotos
La historia de mi hermana tiene que ver con un día del niño y una fábrica de alfajores muy famosa de la ciudad de Avellaneda. El dueño de esa fábrica me lo contó hace unas pocas semanas (todavía me causa escozor escribir la frase “en el velatorio de ella”).
Resulta que mi hermana presidía un club llamado “Brisas del Plata”. El club que antes había presidido mi padre, en el cual nos criamos sanamente todos los pibes del viaducto. Un club que estuvo a punto de desaparecer en cada etapa neoliberal que atravesó el país y que, como tantos otros clubes de Avellaneda, fue recuperado por un gobierno peronista. Mi hermana era una persona muy importante para su comunidad, para su barrio, para los chicos de su barrio. Su barrio es mi barrio. Y resulta que todos los días del niño, todos los reyes y todos los 17 de Octubre se encargaba de organizar chocolates, meriendas, juegos, proyecciones de películas y todo tipo de actividad, para entretener a los chicos y darles un momento de felicidad, tratando de formar esa conciencia, esa idea casi nunca expresada en palabras, que es la esencia del ser peronista. La idea de que el yo tiene que convertirse en nosotros. Y para esos festejos Verónica preparaba todo, y lo hacía a plena voluntad de locomotora. Cortaba la calle sin pedir permiso en la municipalidad, alquilaba caminatas lunares o castillos inflables con plata de su propio sueldo, mangueaba leche, pan, dulce, juguetes de manera a veces prepotente a los comercios del barrio. La prepotencia de mi hermana era una prepotencia del amor. No apretaba a la gente, más vale, sino que los ponía con pocas palabras en una chicana moral, y la única manera de salir era donando algo. Y acá viene lo que me contó el dueño de la fábrica de alfajores, abajo, en las puertas del velatorio, en un momento en el cual yo no me animaba a entrar a ver todo eso que estaba en un cajón y que se me hacía imposible pensar que podía estar ahí adentro.
–Hay una cosa que aprendí de tu hermana. Te lo quería decir a vos, que sos escritor. La primera vez que ella vino a pedirme alfajores, para un día del niño, me acuerdo que la hice esperar bastante. No a propósito, sabés. Sino porque estaba enquilombado de cosas. Quilombo con el sindicato, ya sabés lo que es tener una empresa.
Yo lo sabía, había tenido varias empresas, pero no le dije nada.
–Cuando tu hermana me contó cuántos chicos eran, más de cien, a los que al menos le tenía que sumar un adulto que los acompañaba, le dije que no había problema, que había muchas cajas de alfajores rotos o mal envueltos. Que podía llevárselos todos. Ella se me quedó mirando y no dijo nada. Me miró con esa cara que miraba, ya sabés.
Yo sabía, seria le iba a decir, pero no le dije nada.
–¿Necesitás algo más? le dije. “Necesito los alfajores sanos” –dijo tu hermana–. “Rotos ya tengo a los pibes”. Y por supuesto que no solo se los di, sino que también senté un precedente para que viniera por alfajores todos los años.
Ya no va a venir más, pensé. Pero no le dije nada. 
–Ya no va a venir más –dijo él–, y se fue.
Igualmente los pibes de mi barrio pueden quedarse tranquilos por dos cosas. Mi hermana dejó hijos y sobrinos que siguen el mismo camino. Me dejó también a mí, que trato de seguir ese camino. Y mucho más importante que a mí, a mi cuñado Juan José, el Pirri. Y si sueñan con una bicicleta, y no se la pueden comprar, le mandan una carta al intendente de Avellaneda y el sueño obrero se va a hacer realidad. Como allá, en el 50 o 51, un año antes de que muriera Evita, la primera mujer que nos mostró la diferencia entre decir Yo y sentir Nosotros.
PÁGINA 12  27-01-2018