17 agosto 2012

UNA INDIGNIDAD SOLUCIONABLE


La Capital Federal es el distrito con mayor producto bruto geográfico per cápita que según el informe de la Ciudad número 504 del mes de mayo de este año asciende a 27.270 dólares. Sin embargo, caminando por el macrocentro se observa que en cada local que cierra se abre  en su entrada  un dormitorio  a cielo abierto. Con lo lábil que son las estadísticas en nuestro país, 876 personas son las que contabilizó el equipo del programa Buenos Aires Presente (BAP) del Ministerio de Desarrollo Social porteño en el marco del Censo 2011 de personas adultas y grupos familiares en situación de calle. Un trabajo realizado por el Sindicato de los Organismos de Control de agosto del 2010 consigna: “ En la ciudad de Buenos Aires hay 11.000 personas en situación de calle. Más de 3.000 tienen menos de 16 años y los adultos, más de 7.000, una edad promedio de 42 años. La mayoría no tiene existencia para los registros públicos.” La diferencia de cifras tan abismales pueden ser compatibilizadas hipotéticamente que los que están en la calle son 876 y los que están en la misma situación pero utilizan diferentes alojamientos nocturnos son la cifra mayor. Juan Carr maneja también la cifra cercana a los novecientos, sosteniendo que alrededor de doce mil son los homeless en todo el país.  
En diferentes plazas de la Capital Federal se puede observar como el espacio público se convierte en un albergue precario, con familias enteras viviendo a la intemperie. En la Plaza Lavalle, frente al Palacio de Justicia, vaya paradoja, hace muchos meses acampan varias familias que se calefaccionan con fogatas. Para los que tenemos los parámetros de confort humanos, nos resulta inimaginable vivir en la calle y mucho menos pasar una noche cubierto por una precaria frazada, mientras la temperatura se acerca al cero grado. O donde poder satisfacer las necesidades primarias más elementales.
Si el cálculo es correcto, solucionar la extrema situación de calle de 876 personas no parece una tarea heroica e imposible. La responsabilidad primigenia es del gobierno de Mauricio Macri, pero la obligación moral transciende la geografía.
El escritor Mempo Giardinelli en su libro “Cartas a Cristina. Apuntes sobre la Argentina que viene”, escribió: “Lo que intento sugerirle es que si hay dinero, hay que invertirlo en la erradicación de la pobreza. No mediante dádivas, sino con acciones sociales concretas. Por ejemplo comiencen por instalar grandes baños populares, dormideros y comedores para los más miserables. Eso es territorialmente posible  y es barato organizar una mínima dotación de dignidad para todas las personas de este país. Y no es caro. Otros países lo hacen. Hay ONGs y otras organizaciones de la sociedad civil que pueden ocuparse de ello, bien instruidas por el Estado. Y sobre todo, bien controladas  en sus rendiciones de gastos, que deben hacerse a lo Sarmiento, que era un obsesivo de esto. Si se logra que los dineros simplemente lleguen bien a los destinos previstos, eso cambia todo. Y la mejor manera de cambiar la organización horizontal, la autogestión, la educación popular puesta en manos de los propios sectores populares supervisados. Y lo mismo para todo lo relacionado con la salud y la medicina popular. Digo una asistencia social horizontalizada y activa, que es perfectamente posible”
En Lavalle y Paraná, en la vereda de un gigantesco edificio en construcción, prácticamente concluido,  un grupo de homeless de alrededor de 60 años se han asentado con sus colchones, una tabla como mesa y ahí configuran un dramático cuadro que pudo haber pintado Goya. Cuando llueve, todo adquiere un aspecto tenebroso y los componentes de ese dormitorio con techo de estrellas absorben toda el agua caída. Sus bártulos se apoyan contra tabiques publicitarios desde donde a estos ultra excluidos de la sociedad se los incita a consumir “Puro chocolate con maní. Al precio que vos querés. Salen más de lo que cuestan.” Al lado, otro de unos chiclets globos con la leyenda: “Con desafíos para cumplir antes que cambie de color.”
Un tercer cartel incita a entrar al portal de un diario, para estar bien informado.    
Los transeúntes pasamos a su lado como si la rutina nos ha anestesiado ante ese espectáculo que hiere la condición humana.
Es una flagrante violación a los derechos humanos. Las autoridades, el Estado, las ONGs vinculadas al tema, la Iglesia, no pueden seguir, como los ciudadanos peatones, impasibles ante esta situación.      
Hombres, mujeres, niños y ancianos en la calle. Si sólo son 876, su permanencia en la vía pública es una prueba irrefutable  de ineficiencia e insensibilidad. Una mezcla explosiva. 
Que recuerda aquella frase de John Donne  que Ernest Hemingway colocó como apertura de su novela “Por quién doblan las campanas”, y a la que someto a una pequeña adaptación: “Nadie es una isla completa en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso  cualquier hombre viviendo en la calle  me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: están doblando por ti.”
Escrita el 9/8/2012
Todos los derechos reservados. Hugo Presman. Para publicar citar fuente.

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