26 enero 2012

UNA HISTORIA DE AMOR


En memoria y homenaje a Enrique y todos los
desaparecidos de Marcos Paz
Enrique Sous- Amanda Petroff

UNA HISTORIA DE AMOR
Por Hugo Presman
                                    
Porque lo imposible era certeza
Porque se debía y se podía
Porque queríamos vivir en primavera
Por eso (María Morelli)
       
                                                                    
La segunda guerra mundial había concluido en el planeta y Europa intentaba  exorcizar los fantasmas de la ignominia. Un cuadro de horrores incompatibles con la condición humana se entretejía con las dolorosas tareas de la reconstrucción. El nazismo, las bombas atómicas, los muertos, los mutilados, habían quedado atrás y se convertían en recuerdos y cicatrices de la memoria. Pero en medio de la destrucción  y el horror, el amor se obstinaba en hacerse presente. Las tropas inglesas en camino hacia Alemania, pasaron por Bélgica. Y porque como dice Ulises Butrón en “Tango Feroz” “el amor es más fuerte”,  la vida engendró vida entre un soldado británico y una ciudadana belga. La joven escribió una carta comunicándole su embarazo a aquel muchacho que había logrado seducirla, pero el correo no encontró al destinatario. El oficial inglés había muerto. El 11 de marzo de 1946, nacía Enrique Urbano Sous. La posguerra, con su dureza y falta de perspectivas, inducen a la madre de Enrique a iniciar con su hijo, un viaje hacia un lejano país sudamericano donde viven unos primos. Es 1954, y el peronismo vive sus horas postreras. Argentina es un país orgulloso de sí mismo con enfrentamientos políticos despiadados. Perón enviaba regalos a los niños pobres de Nueva York. Enrique y su madre se quedan en Buenos Aires. El primario lo cursa en la Escuela de los Hermanos Maristas de González Catán. Cuando llega la etapa del secundario, mientras su madre va a trabajar en una estancia de La Pampa, Enrique ingresa en Entre Ríos en la  Escuela Agrícola. La rebeldía empezaba aflorar en el adolescente nacido en el país de los encajes, y se escapa del colegio. Cuando es encontrado, queda bajo la tutela de un juez de menores en el Instituto de Luján. Un día es trasladado a la Colonia Gutiérrez de Marcos Paz. Tiene ya 18 años y le permiten salir diariamente para cursar el cuarto año en el Colegio Nacional y Comercial Marcos Paz.
Beatriz Amanda Petroff era abanderada del Colegio de Hermanas. Su abuelo ruso se escapó de su país para  no hacer el servicio militar. A su mujer la conoció en el barco. Tuvieron tres varones y una mujer. Uno de esos hombres es Juan Petroff, el papá de Amanda. Juan se enamoró de Beatriz Oillataguerre, cuyos padres, con su inconfundible ascendencia vasca, tenían, como era inexorable, un tambo. Apostaron sus esperanzas a uno de los primeros almacenes de ramos generales de Marcos Paz. En aquel pequeño pueblo del oeste bonaerense, Amanda iba a bailar los fines de semana a la Sociedad Italiana. Apenas tenía 14 años. Corría el año 1964. Proscripto Perón y el Peronismo, gobernaba el país un médico de Pergamino que durante muchos años fue médico en Cruz del Eje. Los caricaturistas de la época lo dibujaban dándole de comer a las palomas, o identificándolo como una tortuga. Su honestidad proverbial sería reivindicada muchos años después, cuando esa virtud elemental pasó a ser un atributo exótico. Entre Enrique y Amanda empezó a surgir una corriente de simpatía, que se convertiría en noviazgo, conforme a los parámetros rígidos de la época. Una relación difícil de perdurar en el ambiente pueblerino. La hija de Juan Petroff, un comerciante de clase media próspera, con un joven marginal con algunos problemas de conducta. El romance se extendió entre julio y diciembre de 1964. Enrique recorría los 11 kilómetros por el camino de tierra que separaban la Colonia Gutiérrez  del Pueblo del Árbol. Lo hacía en un carro tirado por caballos. Pero el tiempo era escaso para los enamorados. Cuando el transporte a tracción a sangre lo tenía que trasladar nuevamente a La Colonia, una vez terminada la jornada escolar, Enrique se distraía y perdía el regreso. El banco de la Estación de Ferrocarril, ahí donde las sombras profundizaban la oscuridad, encontraba a la pareja en esas caricias y besos que el amor juvenil potencia. Gustavo Adolfo Bequer solía ingresar a través de sus poemas en las conversaciones cotidianas. Amanda sustraía comida de la heladera de su casa, en complicidad con su hermana menor Graciela, para que Enrique tuviera algo para cenar después de recorrer los once kilómetros del regreso en la oscuridad y muchas veces en el barro, cuando sus compañeros ya dormían. Al terminar  cuarto año, a Enrique lo echan. El romance se interrumpe, con la alegría contenida de la familia Petroff, y del cura Wilmar O’ Loco que ponía sus mejores esfuerzos para frustrar el romance, desde su cargo de profesor de religión.  El último año del secundario lo rinde libre en el Nacional Manuel Belgrano de Merlo. Se consigue una beca para estudiar Ingeniería Química en la Universidad de Buenos Aires y se traslada a la Capital Federal. Por la ley de probabilidades o por los misterios insondables que entrecruzan los caminos, también es becado un hermano de una amiga de Amanda. A través de él se entera que el rebelde no la ha olvidado y que conserva una foto suya en su dormitorio de universitario. Cuando lo invade la nostalgia confiesa con una voz baja “Un día voy a ir a golpearle la puerta al señor Petroff y voy a pedirle que Amanda se case conmigo”. Mientras sueña con la hija del comerciante, Enrique se va a vivir con una mujer que lo duplica en edad y que se constituye en su mecenas. Los años pasan y el almanaque marca el  25  de julio de 1968. Es el cumpleaños número dieciocho de Amanda Beatriz Petroff, que estudiaba en el Lenguas Vivas la carrera de profesora de inglés.  Su amiga, Graciela Chaar le tiene preparado un regalo original, mientras en el país la dictadura de Onganía empieza a encontrar una oposición más orgánica en la CGT de Paseo Colón conducida por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro, cuyo memorable diario “La CGT de los argentinos” había salido el 1º de mayo de 1968, y cuyo histórico manifiesto  fue escrito por el periodista Rodolfo Walsh. Graciela le dice : “Mi regalo lo tengo en casa, pero es tan grande que no lo puedo traer”. Cuando llegan a la casa de los Chaar, un Enrique radiante sale a su encuentro. Como lo había prometido tiempo atrás, ese mismo día le pidió la mano de Amanda a Don Juan Petroff. Trabajaba por entonces en el Laboratorio Carlo Erba.
Empieza el año 1970. La Argentina presencia la insurrección popular del Cordobazo que entierra las aspiraciones de Juan Carlos Onganía de permanecer dos décadas en el poder. Vastos sectores de la juventud se radicalizan, y sectores importantes de la clase media inician un proceso de acercamiento y comprensión del peronismo. Todo estaba en ebullición y efervescencia. La figura de Perón, el gran proscripto, se agiganta desde su exilio en Madrid. Los cambios llegan a todos los sectores al punto que Wilmar O’ Loco se incorpora al movimiento de los curas tercermundistas. Enrique le lleva una tarjeta de participación. El 3 de enero de 1970 se casan Amanda y Enrique. Los novios entran juntos a la Iglesia. En el altar los espera para realizar la ceremonia Wilmar O´Loco. Pero no aquel que se oponía desde una posición conservadora a la relación entre una señorita de clase media y un joven humilde, sino desde su nueva visión de la sociedad y de Cristo, reconociendo que nunca se puede luchar contra el amor. Amanda trabajaba entonces como maestra y era profesora de inglés del Colegio Nacional Marcos Paz. Enrique militaba en la juventud peronista, y Amanda en la Comisión de Cultura. En 1971 se van a Europa. Tal vez en busca de sus orígenes. En Bruselas visitaron a los amigos de los abuelos que aún conservaban cosas personales de la familia. Luego pasaron por Inglaterra, Holanda, Francia e Italia. Unos años más tarde, llegan los hijos: Nicolás nace el 25 de diciembre de 1972 y Maximiliano Enrique, tres años más tarde, el 23 de diciembre de 1975. Enrique pasa por distintos laboratorios como Glaxo y Merck , y su actividad política la desarrolla como delegado de ATE entre los años 1974 y1976, cuando soñaba con ser Director de la Colonia Hogar Ricardo Gutiérrez, el mismo establecimiento donde acunó sus sueños adolescentes, donde muchas noches se dormía sonriendo, después de robarle un beso a Amanda y caer rendido tras recorrer ciento diez cuadras. En su búsqueda de ingresos, fue distribuidor de los productos de Laboratorios Royal, para toda la zona oeste. El 24 de marzo de 1976 el país de despertó con marchas militares y comunicados. El invierno fue crudo y en el aire se dibujaban los perfiles de la muerte. En julio de 1976 se llevaron al Chango Aguilar y al Negro Guevara y las Fuerzas Conjuntas vinieron en la búsqueda de Enrique Sous en las primeras horas de ese día. La casualidad jugó a su favor, porque preocupado por el funcionamiento de su Citroën, salió antes de lo habitual por si tenía algún desperfecto. Cuando los intrusos se fueron, Amanda agarró a los chicos y corrió con la angustia atravesada en la garganta a la casa de Juan Takara que estaba a cuatro cuadras. Cuando golpeó la puerta, su mujer Norma le dijo que Juan había salido hacia la estación a tomar el tren que lo trasladaba al trabajo. Emprendió otra marcha desesperada y encontró a Juan en la estación, cuando el tren se acercaba. Agitada, le pidió que le comunicara a Enrique lo que había sucedido. Juan se encontró a almorzar con Enrique al mediodía de ese día. La incertidumbre fue el tercer invitado a ese encuentro. Dudas, cavilaciones, y la firme decisión de seguir adelante con la convicción de no haber cometido ningún delito. Era difícil imaginarse en ese invierno de 1976,que el horror había sacado ciudadanía argentina. Los meses siguientes transcurrieron con aparente normalidad, aunque no podía evitar la dolorosa e inquietante sensación de que era seguido. Había antecedentes para alarmarse. En 1977 se intensificaron las desapariciones y los trescientos cincuenta campos de concentración “trabajaron” las 24 horas, con sus esbirros demenciales. 
 El 25 de marzo fue asesinado, como tantos otros, Rodolfo Walsh.Aquel que había escrito el 1º de mayo de 1968: “El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. Y había reafirmado el día de su muerte en “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”: “El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva, lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.........lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”. El 22 de febrero de 1977 había desaparecido Manuel Coria, un operario de la fábrica Metal Morón de esa localidad y luego corre la misma suerte, apenas dos meses más tarde, su hermana María que emprendió una desesperante búsqueda. El domingo 12 de junio, un grupo de quince militantes que respondían políticamente al hoy juez Eduardo Luis Duhalde fueron asesinados o desaparecidos en una casa quinta ubicada en Montesquieu y Alvear, cerca de la Capilla de Fátima y en distintos lugares del Gran Buenos Aires y la Capital Federal. Es el 17 de junio de 1977. Tal vez sumido en esos recuerdos se encuentra Enrique. El frío anticipa la llegada del invierno. Son las 0,15 horas. El timbre es un rasguido en la quietud de la noche. Amanda se levanta inquieta y pregunta sobre quién llama a esa hora imprudente. Una voz destemplada grita “Fuerzas Conjuntas.  Abran o ametrallamos”. Amanda abre. Los hombres armados hacen resonar sus armas y sus botas El mismo infierno se abate sobre el pequeño ambiente.  Los gritos, los insultos, el terror ingresan a la casa de la calle Avellaneda al 1500. Cuando Enrique pide despedirse de Amanda se lo impiden. Lo arrastran hacia el exterior. La puerta es cerrada con violencia. Amanda está petrificada. De pronto un nuevo golpe en la puerta. Es Enrique que convenció a sus verdugos. Por la puerta entreabierta un beso sella la despedida. Un adiós que sería definitivo. Un beso arrancado a la muerte con el sabor de aquellos intercambiados en un banco de estación de ferrocarril. Veinticinco años más tarde, Mario Benedetti escribió estos versos que parecen describir la escena: “¿ Por qué será que uno fabrica sus recuerdos/ y luego los olvida?/¿ por qué será que uno procede de algún Dios/ para volverse ateo?/ ¿ por qué será que si beso tu beso/ me siento renovado?/ ¿ por qué será  que me haces tanta falta?”. Al día siguiente, la barbarie se hace presente en la casa del contador Juan Takara, que trabajaba en la DGI, siendo un hombre de consulta permanente del gobierno municipal y en la de Olga Norma Souza Pinto, mientras era devuelta su hermana Mirta. Ambos ingresarán a las listas de detenidos- desaparecidos. Amanda empieza la búsqueda angustiosa. Recurre al Párroco Domingo J. Canegalli, quien le dice: “Hija mía, tenés que ir a la policía.” Las calles de la Ciudad del Árbol fueron testigos mudos de una sociedad silenciosa con familiares desesperados. Después de una larga conversación, y cuando había logrado granjearse la confianza de las autoridades policiales, las mismas le confesaron a una Amanda perpleja: “Encontrar a su marido es como ubicar un clavo en el Río de la Plata”. Y con voz queda agregó: “No intervino la policía porque pidieron zona liberada”. Han pasado veinticinco años. El tiempo se ha llenado de ausencias.
La desaparición de personas conocida en el mundo como “la muerte argentina”, encoge el presente con la presencia viva del pasado. No hay una tumba donde poner una flor, un espacio para mitigar el dolor. Esta historia de amor, en un tiempo tormentoso, con un cielo de ideales y utopías, no está cerrada. Sólo la justicia puede ponerle un punto final. Pero al cabo de un cuarto de siglo, la historia empieza a reparar la soledad con que fueron aislados los familiares de las víctimas, y reivindicar a quienes fueron asesinados sin juicio y sin derecho de defensa, sacrificados en un plan criminal del cual ha perdurado entre otras cosas su orientación económica y la concentración de ingresos y riquezas de sus beneficiarios. A pesar de todo, la esperanza es difícil de ahuyentar, y como dice Pascual Guido Spinelli: “Si todos juntos fuimos primavera/ sospecha mi tristeza y sabe tu alegría/ que más tarde inexorablemente/ llegará el verano”. O como afirma Mario Benedetti “Y no quiero olvidarlos/ porque la vida es una/ y olvidada no sirve/ para nada.”
                                                                                            
Y NO QUEREMOS OLVIDARLOS A : Manuel Cirilo Coria, María Josefa Coria, Juan Takara, Enrique Urbano Sous, Oscar Felipe Sánchez, Olga Norma de Souza Pinto, José Voloch, Haroldo Logiurato, Fabián Logiurato, Luis Logiurato, Liliana Galletti, Héctor Bellingeri, Carlos Arias, Gloria Vainstein, Ignacio Ikonicoff, María Bedoián, Blanca Altman (que estaba embarazada) , Gustavo Varela, Virginia Allende, Alicia Contrisciani, Luis Lamotta,  Julio Issauralde.

22-03-2001
Hugo Presman

COMENTARIO DE OSVALDO BAYER EN PÁGINA 12, 15-04-2001
“Hasta en diarios locales de pequeñas poblaciones aparecen los nombres y los retratos de los desaparecidos. El escritor Hugo Presman relata en Realidad, de Marcos Paz, por ejemplo, una hermosísima y trágica historia de amor de dos jóvenes, Enrique Sous y Amanda Petroff. El era delegado de ATE y además distribuidor de productos de laboratorio. Ella, Amanda, maestra y profesora secundaria. Hugo Presman relata la vida de esta pareja, con sus sueños y la alegría de la llegada de dos niños. Hasta que los uniformados de siempre vendrán a buscarlo a él. Cuando era arrastrado, Enrique Sous todavía tuvo fuerzas para volver a la puerta de calle y darle un último beso a Amanda. Después como siempre, la única respuesta:"No está ni muerto ni vivo, está desaparecido" que repetía ese sádico medieval llamado Videla. La destrucción de lo más sagrado y luego la cobardía de no afrontar sus crímenes. Una maldad semejante no podrá borrarse por los siglos de los siglos.”


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