27 diciembre 2010

Reflexiones sobre el Bicentenario: Una larga lucha inconclusa

MODELOS EN CONFLICTO

Ya en la Primera Junta se expresaron intereses contrapuestos que representaban dos visiones de país. Las propuestas enfrentadas  de Moreno y Saavedra se continuarían en San Martín y Rivadavia, adversarios viscerales que la historia oficial los ubica como si fueran integrantes de las mismas propuestas. Por un lado, los comerciantes del puerto de Buenos Aires y los hacendados de la Provincia de Buenos Aires enfrentados con las provincias norteñas con producciones artesanales,  embriones de posibles desarrollos industriales, por el otro. Las terceras en discordia fueron las provincias litoraleñas con intereses parecidos a los de la provincia de Buenos Aires, pero con la exigencia que las rentas de la aduana no sean apropiadas exclusivamente por los porteños y bonaerenses, sino que se distribuyeran equitativamente. Incluso las políticas hacia el interior serán diferentes según prevalezcan comerciantes o hacendados: los primeros intentarán arrasar el interior para introducir las mercaderías británicas, los segundos las dejarán vegetar sin distribuir las rentas del puerto. Ambos tendrán una visión territorial balcanizada, lejos de la estrategia latinoamericana de San Martín, Artigas, Dorrego o Felipe Varela. El enfrentamiento de las dos visiones originó  seis décadas de guerras civiles en el país. La batalla decisiva, en donde paradojalmente no hubo combate, fue Pavón en 1861, el mismo año en que se inicia la guerra de secesión en los EE.UU que concluiría en 1865 con el triunfo del norte industrial.  Aquí en cambio venció el sur agropecuario. Esto definiría claramente el desarrollo posterior de EE.UU y Argentina. En nuestro país los conflictos se continuarían hasta 1880, ya convertida en una cacería de las fuerzas de los jefes norteños. Vencido el posible modelo industrial, cuya expresión más acabada fue el Paraguay, destruido en la infame Guerra de la Triple Alianza, nace el modelo de producción primaria exportadora basada en la complementariedad de nuestra economía con la británica. Para sustituir la mano de obra local mermada en las guerras civiles y de la independencia, se fomenta una gran inmigración. En este modelo Argentina es el granero y Gran Bretaña es la expresión de la industria. El funcionamiento político es extremadamente precario con elecciones limitadas y fraudulentas. El momento de mayor esplendor del modelo coincidió con el Primer Centenario, caracterizado por vacas gordas y peones flacos, con estado de sitio y ley de residencia para expulsar extranjeros politizados u obreros molestos. Según el historiador Fernando Devoto:   “No se celebraba el pasado, sino que el pasado era una excusa para celebrar el presente” y el optimismo de las clases dominantes aseguraba: “Un país con problemas pero sin problema”.     
El intento de colonia próspera obligó a desarrollar una infraestructura ferroviaria y de servicios donde nació una creciente clase media que impuso el voto secreto y obligatorio a través de Hipólito Yrigoyen. Las crisis del capitalismo (guerra mundial, crisis económica) impidieron el abastecimiento de los productos elaborados y dio lugar a un fruto no deseado: el modelo de sustitución de importaciones.  Se adoptaron, con pragmatismo, medidas proteccionistas contrarias a las posiciones ideológicas de las clases dominantes mentoras del librecambio. Los descendientes de los derrotados en las guerras civiles migraron hacia la capital atraídos por la demanda laboral, y un cálido día del mes de octubre, avanzaron hacia la capital desde los establecimientos fabriles, se mojaron sus pies cansados en la fuente de Plaza de Mayo y cambiaron la historia. El peronismo es la cara y la expresión del nuevo modelo, el intento de realizar una revolución burguesa basada en el mercado interno, construido a través de la distribución del ingreso y la constitución de poderosos sindicatos. En su primer gobierno, Perón tuvo el apoyo de los trabajadores, franjas de clase media, burguesía industrial, ejército e iglesia. En el segundo, perdió el apoyo de sectores del ejército y de la totalidad de la iglesia que junto con la mayoría de las clases medias  pasó a la oposición.  El modelo creado fue la obsesión del establishment y destruirlo fue una cruzada. Se lo intentó demoler en dos golpes militares: el de 1955 y el 1966 recurriendo desde los bombardeos al pueblo en Plaza de Mayo,  hasta los fusilamientos clandestinos y las proscripciones. Se hirió al modelo sin poder apartar a los sectores populares de su líder el que finalmente montado en una radicalización de la sociedad, llegó a la Presidencia. Perón gobernó un escenario que parecía un brioso corcel, con el apoyo anteriormente inédito de los jóvenes de clase media. Su muerte abrió las puertas del enfrentamiento descarnado. El establishment y su brazo armado decidieron dar un golpe potenciado en relación a los dos anteriores y destruir definitivamente al modelo arrasando a la industria y asesinando delegados de fábrica a través del terrorismo de estado.
Lo que quedó pendiente en el arrasamiento, lo concluyó Menem con apoyo popular. Surgió el modelo de rentabilidad financiera basado en hacer dinero especulando con el dinero. Todo esto terminó con la peor crisis económica y social del país. Después de 19 y 20 de diciembre del 2001, expresión social del estallido económico,  hubo un cambio, primero en el lenguaje y luego en los hechos.
Llegamos al segundo bicentenario, tratando de  dejar atrás el modelo de rentabilidad financiera, retomando algunas líneas fundamentales del modelo de sustitución de importaciones, pero con un fuerte componente de economía primaria exportadora en donde el modelo sojero y minero son estrellas rutilantes.
El camino es duro y revertir el largo proceso de destrucción sistemática exige un esfuerzo ciclópeo. Basta dar dos ejemplos: en 1914 la red ferroviaria, diseñada en forma de  embudo hacia Buenos Aires superaba los 33.000 kilómetros. Hoy se explotan 8.000. Más del 60% del área sembrada es de soja que se utiliza  para alimentar a los cerdos chinos. A pesar de todo y porque la noche más oscura ha quedado atrás, en un contexto continental muy favorable, se han retomado las grandes banderas de la unidad latinoamericana que levantaron los libertadores del siglo XIX. La Argentina desarrolla su historia con marchas y contramarchas. Ningún modelo  ha podido consolidarse definitivamente. Hasta que no se imponga el modelo que nos acerque al futuro y que pueda incluir a todos los argentinos en su seno, las contramarchas no estarán desterradas.
A diferencia del escepticismo final de Bolívar, las mayorías populares latinoamericanas esperan que esta vez, no se vaya a  arar en el mar. Es posible, tal vez, que se esté más cerca del optimismo de Artigas, enfermo, exiliado y próximo a morir  quién solicitó: “Amanece, ensíllenme el caballo”.     





23-12-2010
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